Vida y andanzas de un pícaro manchego del siglo XX

Cuando llegaba el mes de julio se celebraba la feria del campo en Peralares. Los pueblos cercanos como la Mambrilla, la Soleada y Valderrocas participaban con un stand mostrando sus productos agrícolas y celebrando una fiesta a la que invitaban a los alcaldes y autoridades provinciales y de la capital Villa Ducal. Con tal motivo, el alcalde propuso que un grupo folklórico compuesto por chicas jóvenes del pueblo bailaran unas jotas manchegas vestidas con el traje popular ricamente adornado y ofrecer vino, queso, y dulces típicos del pueblo para agasajar a dichas autoridades y demás invitados. Para lo cual era necesario que ensayaran acompañadas por dos guitarristas, un cantaor y un instructor de baile. Se eligió el antiguo local de la sindical que había albergado la Falange y comenzaron los ensayos. La noticia llegó a oídos de Florián y los demás muchachos y se presentaron en el local ávidos de verles las piernas a las muchachas cuando estas daban giros y volantines cada dos por tres, al tiempo que hacían comentarios subidos de tono.

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 La juventud del pueblo se aburría y no encontraba un lugar donde poder reunirse a charlar, jugar a las cartas o cualquier otra actividad, por eso D. Diego, el cura de aquellos años, con la mejor intención creó el grupo de “acción católica” habilitando para ello un local de la casa rectoral junto a la ermita de san Dimas. Antonio sabía de su existencia, pero desconocía su funcionamiento y quienes componían sus miembros asociados. Por eso le picó la curiosidad cuando una tarde se le acercaron la “Zutana” y Matricio que, tras un rato de charla, se despidieron de él. “Bueno Rija, te dejamos porque nos vamos a la “acción católica” a echar unas partidas de cartas. ¿Te quieres venir?” “Y ¿Qué es lo que hay ahí?” -contestó intrigado. “Pues unas mesas y sillas, una biblioteca, radio y muchas cosas más. Está muy bien, Venga anímate hombre” le contestó Matricio. “¿Y quiénes son los que van por allí?”, siguió intrigado Antonio. “Pues todo el mundo. Tolosa, Imaginero, Corazón de León, Cameras, Florián…” Al oír aquel nombre, Antonio dio un respingo y un paso atrás. “Entonces no contéis conmigo estando ese allí” “Pero si no puede pasar nada, porque la gente se porta bien y D. Diego vigila desde su despacho.

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Ya habían pasado las fiestas y la vendimia estaba en plena labor. Los carros cargados con capachos de pleita rebosantes de uvas recorrían las calles camino de las bodegas dejando tras de sí un penetrante olor dulce. Algunos muchachos se encaramaban a la parte trasera de los carros para coger un racimo que luego comían con delectación. Hacía tiempo que Antonio no se encontraba con Florián y todo parecía calmado, pero una anochecida salía de su casa comiendo un trozo de salchichón con un cantero de pan cuando de repente se topó con Florián y cuatro de sus secuaces. Se produjo un silencio tenso que rompió Florián bruscamente. “Hombre, mira quién tenemos aquí. En buen momento te encontramos para que pagues tus pecados literarios, truhan”

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Pero no todo había sido negativo para los muchachos. De esa experiencia sacaron la idea de que ellos podían jugar a rodar una película. Pero ¿Cuál sería el argumento? se preguntaban, y Florián dio con la respuesta.  “Haremos los tebeos de “Roberto Alcázar y Pedrín” como si fuera una película y no tendremos que ponernos trajes como los del “Guerrero del antifaz” porque los personajes de Roberto Alcázar visten parecido a nosotros” Aquella idea les tuvo a todos entusiasmados y no hacían más que pensar cual podía ser la aventura que hicieran, quienes serían los protagonistas y donde la rodarían. A cada uno se le ocurría una aventura, leían el tebeo varias veces imaginándose ellos como protagonistas, y terminaban soñándolo, así que les molestaba mucho despertar, y no paraban de pensar cuando sería el día en que lo hicieran.

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Aquel verano hacía más calor que otros años y nadie se atrevía a salir a la calle después de comer. La siesta era obligada y el silencio se adueñaba del pueblo. Si alguien salía a la calle era por algún mal o por no estar en su sano juicio. Por eso, Antonio, estando tendido en la cama hojeando un ejemplar de los “Ídolos del deporte” se sorprendió de que fuera a verle su amigo “Picho”.  “Rija, ¿no te has enterado de la noticia?” le preguntó con semblante alegre. “¿Y qué noticia es esa?”  “Pues que van a rodar una película en el pueblo, y que van a venir artistas famosos y muchos coches y…”  “¿Y cuándo va a ser eso que dices?”  “Ya mismo Rija. Se hospedan en el Turismo de Peralares y han venido buscando los lugares para rodar.”

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Mientras duraba la vendimia y era notoria la escasez de muchachos con los que jugar, Antonio decidió escribir una novelita del oeste americano como las que leía de Marcial Lafuente Estefanía, pero cuyos protagonistas eran los muchachos del pueblo para vengarse de Florián y otros tipos de igual catadura que habitualmente le hacían las mayores perrerías.

“El Cheparrán “

“Rija acababa de morir. Le habían matado al filo de la media noche. ¿Cuáles eran los motivos del crimen? ¿Quién había sido el asesino? A las diez había salido del bar Trapitos en compañía de su siniestro amigo Florián para dirigirse a su casa rancho. A la mañana siguiente se verificó el sepelio. En el duelo iba su hermano Pancho que había jurado venganza contra el asesino. Tras la imponente manifestación de duelo, Florián con gesto afeminado y chulapón se despidió ceremoniosamente de la madre del difunto diciendo “Lo siento señora, era un gran hombre”.

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Los rigores del verano pasaban y empezaba la vendimia con el trajinar de carros y el intenso olor a uvas prensadas por todo el pueblo que se masticaba más que se olía. Los muchachos mayores tenían que ir con la familia a vendimiar o para ayudar. Se notaba la ausencia de la gente y Antonio se aburría como una ostra al estar solo en el pueblo por lo que pasaba largos ratos en la barbería de Pepongo que aprovechaba la ausencia temporal de clientes para irse de lunes a jueves al pueblo de su novia dejando de sustituto a un tal Mero que hacía prácticas con los incautos despistados que se dejaban de caer por la barbería, y al que le distraía la compañía de Antonio que siempre estaba cantando canciones de Emilio el Moro a las que a veces modificaba la letra incorporando personajes y situaciones locales.

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Rija esperaba en una sala de la planta baja de su casa donde se estaba fresco, hojeando por encima un periódico Marca, cuando empezaron a llegar los miembros de la banda “el sapo verde.” Primero lo hizo “La Zutana” que era siempre muy puntual y del que nadie sabía, ni el mismo, quién le había encasquetado el mote femenino, pero que él asumía resignadamente. Era el más atildado de todos, con la ropa limpia y sin zurcidos ni rotos como acostumbraban los demás. Poco después llegaron Muñequito y el Imaginero discutiendo de futbol como siempre, y se oyeron los pasos ligeros de Refresco, alias Ojillos lodaos, que llegaba corriendo. Siempre corría como el que acostumbra a llegar tarde. Mientras esperaban a Florián que se retrasaba para hacerse valer y el importante, llegó el Tito y echaron un vistazo a los tebeos con delectación. “Si el Jabato se enfrentara al Capitán Trueno, ¿quién decís que ganaría?” preguntó con interés Tito. “¡Como iban a luchar si son amigos, animal!” le contestó enfadado Muñequito al tiempo que se tocaba la sien con un dedo remedando a uno falto de sentido. “Pues no sabía yo que se conocieran los dos. Yo no les he visto juntos en un cuento” insistió Tito. “Es un suponer” insistió Muñequito. “¡Cinco lobitos!” oyeron al fondo del patio a Florián que daba la contraseña “¡Tiene la loba!” contestaron al unísono mientras hacía su entrada en la sala como un senador romano. “Tenía otros asuntos urgentes que reclamaban mi atención, y hasta ahora no he podido librarme de ellos” añadió engolando la voz y mirando de soslayo tras sus gafas. Los demás miembros de la banda se daban con el codo como diciéndose “Vaya personaje importante el Florián” Todos menos Antonio que le conocía de sobra y sabía que todo era una pose. “Bueno, al grano” intervino Antonio cansado de tanta floritura. “Las finanzas escasean y hay que volver a mandar otro anónimo a Marino para que nos suministre otras doscientas pesetas. De modo es que manos a la obra y a escribir y colocárselo subrepticiamente” “¿Subre… qué?” Dijeron varios sin entender lo dicho por Antonio. “Subrepticiamente animales, que parece que no leéis las novelas policiacas, y que quiere decir hacerlo sin que se dé cuenta, so borregos” Remachó Antonio como queriendo dejar claro quién era el que sabía más de la banda.

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La fiebre de leer tebeos se incrementó y con el dinero fresco del chantaje a Marino fueron Antonio y Florián a correos para poner un giro a la editorial de la colección de “El Jabato” a fin de que les remitieran ejemplares de la misma. Antonio no tenía hartura y compraba también tebeos a medias con Picho, un muchacho, desgarbado y formal, que una vez leídos por los dos, los guardaba en su casa, sabedor del desorden de Antonio. Aquel acuerdo no era del total agrado de este dado su afán de poseer los tebeos, por lo que maquinó una estratagema para hacerse con ellos. Informó a Florián del asunto y le propuso la intervención de la banda de “la rana verde.”  “Es necesario asaltar la casa de Picho cuando esté trabajando en el campo. Yo no intervendré porque soy vecino y me conoce la madre, pero dirigiré la operación” Florián vio el negocio y aceptó de buen grado cerrando el trato. “Mi parte del botín será de veinte “cuentos.”

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Aquel verano se podía freír un huevo encima de una piedra, y aunque la gente estaba acostumbrada a esos calores tomaba sus precauciones como no salir por la tarde hasta que aflojaba el fuego del sol, buscar los rincones más frescos de la casa con el botijo siempre en la cueva y salir a tomar el fresco por la noche a la puerta de la casa sentados en taburetes y estar de cháchara hasta que el fresco permitía dormir.

Antonio y sus amigos se solían reunir en su caserón, en una de las salas frescas de la planta baja para leer tebeos o jugar a las cartas, y cuando caía la tarde jugaban al balón en la calle y si tenían algún dinero, al futbolín en un cuarto que regentaba el cojo Mirolo, un hombre que al decir de Antonio tenía “Más mala leche que las chinches”

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Antonio Morales, Rija

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