Uno de mis linderos era el ganadero Plantas, hermano del que había dejado la parcela que yo tomaba, y convenimos de juntar los dos atajos durante las horas de pastoreo en el campo durante el verano cuando salíamos por la tarde y dormíamos en el campo donde nos hacía apaño y volvíamos al pueblo a otro día por la mañana, entonces las separábamos y cada uno se llevaba las suyas a su casa hasta la tarde que se juntaban otra vez. La tierra del compañero estaba desde el camino del Cristo al de Montiel y allí había, y hay, un prado donde sacaban yeso para la construcción. En los barrancos nacía el agua y se criaba carrizo de más de dos metros de alto, lo que me vino muy bien para el techo del porche que ya lo estaba construyendo. Los días que íbamos por el prado me llevaba una hoz y segaba todo lo que podía, lo que me sirvió de tejas para el cobertizo. Cuando estuvo seco pedí un carro y una bestia y me lo llevé al pueblo. Lo primero que hice fueron las paredes y machones donde apoyar los palos, que fueron de barro y piedras. Todo el trabajo lo hicimos mi esposa Clara y yo en el centro del día que era cuando estaba con las ovejas en el pueblo. Esto era en la casa de mi madre (q.e.p.d.), entonces calle de Porcarizo.