Ratio: 5 / 5

Inicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activadoInicio activado
 

Capítulo 14. La película La Venganza. "Estar más claro que el caldo de un asilo"

Aquel verano hacía más calor que otros años y nadie se atrevía a salir a la calle después de comer. La siesta era obligada y el silencio se adueñaba del pueblo. Si alguien salía a la calle era por algún mal o por no estar en su sano juicio. Por eso, Antonio, estando tendido en la cama hojeando un ejemplar de los “Ídolos del deporte” se sorprendió de que fuera a verle su amigo “Picho”.  “Rija, ¿no te has enterado de la noticia?” le preguntó con semblante alegre. “¿Y qué noticia es esa?”  “Pues que van a rodar una película en el pueblo, y que van a venir artistas famosos y muchos coches y…”  “¿Y cuándo va a ser eso que dices?”  “Ya mismo Rija. Se hospedan en el Turismo de Peralares y han venido buscando los lugares para rodar.”

Antonio no demostró mayor interés por la noticia y casi parecía como que lamentaba que “Picho” le hubiera interrumpido en su lectura. Estaba con los ejemplares dedicados a jugadores del Atlético de Madrid, y eso eran palabras mayores. “Pazos”, el portero pinturero al que le gustaba lucirse con espectaculares palomitas, “Miguel” el extremo serio sin concesiones a la grada, “Callejo” el defensa sobrio y seguro, “Vavá” el delantero centro brasileño que marcaba goles a espuertas… “Bueno “Picho”, como yo no voy a trabajar en esa película prefiero seguir viendo a mis “ídolos del Atlético”. “Cómo eres Rija. Va a ser la bomba en el pueblo y no me la pienso perder. Si no quieres ir, allá tú” y se fue decepcionado y dejando a Antonio viendo las revistas por enésima vez.

Pero al día siguiente de finales de junio, en plena labor de la siega, Antonio estaba merodeando por la plaza y los alrededores de la iglesia que eran los lugares escogidos por Juan Antonio Bardem, el director, para rodar algunos planos. Habían contratado a unos cuantos hombres mayores para que estuvieran mirando en la plaza del Azafranero, y hacía tanto calor que un par de ellos se marearon y cayeron redondos al suelo.  Tuvieron que parar y llevarlos a sus casas, pero lo daban por bueno porque les pagaban muy bien, y como decían ellos. “Por no hacer nadica.”  Carmen Sevilla estaba muy guapa aún vestida con ropas compradas a gente del pueblo a cambio de buen dinero, ante la sorpresa de la gente que decía: “Esta gente no está bien de la cabeza, porque van a to’ destrozo”. Jorge Mistral y Raf Vallone, junto a otros actores también conocidos, eran los intérpretes, y pidieron a los hombres del pueblo que les enseñaran como hacían la siega y los útiles que utilizaban. Les acompañaron a una siembra que quedaba por segar cerca del pueblo y les enseñaron hoces, zoquetas y dediles para protegerse los dedos de la mano con la que cogían la mies. Raf Vallone practicó un poco y se hizo un corte que alarmó a todos y se terminaron las pruebas.  Era una coproducción hispano-italiana y por eso trabajaba Raf Vallone que además estuvo enfermo unos días por beber agua del botijo dado el calor que hacía, o al menos eso decía la gente. Antonio compuso una coplilla que se hizo muy popular en todo el pueblo. “la Mambrilla ya no es la Mambrilla, qué es más que Ciudad Real, que vino Carmen Sevilla y también Jorge Mistral”.

Las gentes del pueblo se portaron muy bien con todo el equipo del rodaje y una mujer le dio a Carmen Sevilla unas medias de lana que necesitaba para unas escenas sin pedir nada a cambio. La actriz española tenía a los hombres entusiasmados, e incluso un mecánico de Baracaldo, enamorado de la actriz, había venido expresamente con la intención de casarse con ella, por lo que tuvo que intervenir la guardia civil para protegerla ante el acoso del mecánico. Florián y los demás muchachos estaban decepcionados. “Esta película no sirve pa ná. No hay pistoleros ni peleas, ni beben whisky. Ni siquiera se dan besos como en las películas buenas antes de poner “The end”. Comentaban desencantados, e incluso “Picho” pensó que su amigo Rija iba a tener razón. “Y ¿Cómo se va a llamar esta película?” preguntaba la gente. “Los segadores, ¿no ves que lo pone en un letrero?”   Pero más tarde la censura creyó que ese título se prestaba a connotaciones político-sociales nada convenientes para el país, y terminó llamándose “La venganza,” ganando el premio del jurado del festival de Cannes. Los días de rodaje en el pueblo dejaron algún dinero en el bolsillo de unos cuantos, y la experiencia de haber visto lo cansado que era hacer una película, y las veces que había que repetir por cualquier detalle que no gustara al director. Luego sirvió de tema de conversación e incluso discusión en el bar de la plaza o en la Sociedad, recordando anécdotas reales o inventadas, sobre todo referentes a Carmen Sevilla de la que más de uno presumía de haberle dado un beso y que luego su mujer se había enfadado. Cuando trajeron la película para proyectarla en el pueblo, todos recordaban su antiguo título por lo que, al enterarse del nuevo nombre, dedujeron como se llamaba en realidad. “Está más claro que el caldo de un asilo” Decía Antonio con su acostumbrada ironía: ‘Se llama “La venganza de los segadores”’. Y así la llamaron desde entonces cuando se referían a ella, con el orgullo de haber tomado parte en la misma y saber cómo se hacía una película. A Florián le hubiera gustado ser actor en la misma pero solo necesitaban hombres y mujeres mayores que no hacían más que estarse quietos y mirar, para luego cobrar sus buenos duros.

Antonio no echó de menos a la troupe que rodó la película. Sus preocupaciones iban por otros caminos más cotidianos como la sempiterna tortilla de patatas que le hacía su madre para cenar, las botellas de litro y medio de la gaseosa “La Pitusa” que se bebía de un tirón, los tebeos del Jabato, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, el Cachorro, los Ídolos del deporte y el diario Marca que daba cuenta de toda clase de éxitos deportivos y entre ellos cuando acontecían, los de su amado Atlético de Madrid, aunque últimamente, desde 1952 en que era entrenador Helenio Herrera, al que  llamaban “el mago del Calderón”,  no tenían éxitos deportivos a pesar de sus conocimientos tácticos. Se trataba de un entrenador que acostumbraba a realizar declaraciones sorprendentes dirigidas a minar la moral del equipo rival y de paso aumentar la de sus propios jugadores. Una de las veces, declaró antes de jugar un partido contra su más directo rival “Les ganaremos seguro sin bajarnos del autobús” En otra ocasión después de haber ganado un partido con diez jugadores por la expulsión de uno de su equipo declaró con sorna “Hemos ganado porque se juega mejor con diez que con once” y se quedó tan tranquilo.


Antonio Morales, Rija

Nuestros blogs

Artículos publicados