Los rigores del verano pasaban y empezaba la vendimia con el trajinar de carros y el intenso olor a uvas prensadas por todo el pueblo que se masticaba más que se olía. Los muchachos mayores tenían que ir con la familia a vendimiar o para ayudar. Se notaba la ausencia de la gente y Antonio se aburría como una ostra al estar solo en el pueblo por lo que pasaba largos ratos en la barbería de Pepongo que aprovechaba la ausencia temporal de clientes para irse de lunes a jueves al pueblo de su novia dejando de sustituto a un tal Mero que hacía prácticas con los incautos despistados que se dejaban de caer por la barbería, y al que le distraía la compañía de Antonio que siempre estaba cantando canciones de Emilio el Moro a las que a veces modificaba la letra incorporando personajes y situaciones locales.
En la barbería había una cartera vieja que contenía ejemplares de la colección de “Ídolos del deporte” a la que era muy aficionado Pepongo y que Antonio devoraba con auténtica delectación. Eran una publicación de pequeño formato llena de fotografías del deportista, casi siempre futbolista, al que estaba dedicado. Su precio era de dos cincuenta pesetas y Pepongo los compraba semanalmente para satisfacción de Antonio que maquinaba hacerse con ellos. Florián también estaba en el pueblo, ya que su padre trabajaba en la compañía eléctrica y no tenía “majuelos” que vendimiar, y por otra parte hacía de ayudante de un electricista y aprendía el oficio ganándose unas pesetillas que le venían bien. Antonio se dio cuenta de que a partir del “asunto” del “sapo verde” los implicados de la banda le eludían y no querían hablar con él por indicación expresa de sus padres que le consideraban el inductor de las fechorías de sus hijos. Como Florián le seguía hablando aunque de esa forma displicente característica en él, concertó una estratagema para hacerse con la colección de “Ídolos del deporte” a la que aceptó gustoso dada su afición a las aventuras. El precio fijado por la “operación” fue de veinticinco tebeos por los que Florián se comprometía con la ayuda de unos cuantos secuaces, uno de los días en que Pepongo no estaba y había dejado a Mero de encargado, a someter a la barbería a un asedio de piedras, y flechas mientras Antonio estaba dentro leyendo las ansiadas revistas. Dicho y hecho, empezaron a silbar y llover piedras de pequeño tamaño sobre la puerta de la barbería al tiempo que voceaban los muchachos “El fumadero de opio de Pepongo Lerongo” Mero al oír el ruido y los cánticos salió para intentar ahuyentarles con el mango de la escoba, y ante la retirada de los muchachos Florián les animaba diciéndoles “¡¿No veis que es un hombre solo? venga con él!” Mero estaba congestionado de ira y les gritaba “¡Me cago en la madre que os parió, cabrones!” y quitándose una zapatilla se la tiró a Tito que la esquivó y seguidamente la cogió para pasársela a otro y así sucesivamente, lo que aumentó la cólera de Mero mientras corría para recuperarla. Ese fue el momento elegido por Antonio para arramplar con la cartera de los “Ídolos del deporte” y salir pitando para su casa que estaba próxima a la barbería. En un santiamén llegó a su habitación guardando el botín debajo de la cama y tirando la cartera por la ventana de la trastienda. Antes de que regresara Mero sudoroso, con el pie dolorido y echando por su boca palabras irreproducibles, ya estaba Antonio sentado plácidamente en la barbería leyendo un tebeo como ausente de lo sucedido. “Sois todos unos gentuzos sinvergüenzas” le increpó a Antonio “Yo no tengo trato con los esbirros de Florián que son más tontos que “arrancabotones”. Me largo que ya veo que no está el horno para bollos” Cuando regresó Pepongo del pueblo de su novia, echó en falta la cartera con los “Ídolos del deporte” y por más que buscó y le preguntó a Mero no dio con ella para disgusto del barbero que se imaginó quién había sido, y un día que fue Antonio a la barbería le preguntó por la cartera de los “Ídolos” y ante su respuesta evasiva le dijo. “Antonio, ahora que estamos solos los dos tengo que decirte que no me gusta la mitad de esta cuadrilla”
Continuó el mercadeo de tebeos entre Antonio y Florián, y en una ocasión que Antonio le dejó al mismo veinte tebeos para que los viera, este no se los devolvía a pesar de sus reclamaciones, por lo que Antonio decidió vengarse citándolo por medio de una carta que le hizo llegar a través de un muchacho llamado Tolosa. Dicha carta decía: “Florián te has quedado veinte cuentos que me pertenecen. Te desafío a que me los traigas a mi casa o te las tendrás que ver con mis huestes que estarán apostadas en mi “castillo” Si no eres un canguro tráemelos” firmado Rija. Antonio preparó a sus “huestes”, los hermanos “Pataquines”, Marino, que se había reconciliado con él, Tomás, Piojo, Cantilinas, Araña, Rata y Ponzalillo que se prepararon con las más rudimentarias armas. Tapas de tinajas a guisa de escudos, largos palos a modo de lanzas, tiras de trapos que se prendían fuego como bombas incendiarias, y latas llenas de guijarros y mistos para que hicieran las veces de bombas de mano. Se apostaron por los alrededores de la casa de Antonio y este se subió a la gavillera para otear el horizonte y de paso estar protegido por Cicato, su fiel Batán. Florián se propuso dar un escarmiento a las “huestes” de Antonio y a él mismo, para lo cual reclutó a numerosos muchachos a los que compró con tebeos, para atacar la casa de Antonio “Rija”. Antes de que pudieran verlos, los muchachos de Antonio pudieron oír la algarabía de la tropa de Florián que se acercaba entonando gritos de guerra, y empezaron las hostilidades lanzando piedras y bombas por ambos bandos. Los de “Rija” pudieron repeler el ataque y se protegieron con sus escudos pero pronto se llegó al cuerpo a cuerpo y la abrumadora mayoría de la tropa de Florián puso en desbandada a los de Antonio. Florián capturó a Marino y sujetándolo por el jersey le gritó. “¡Esbirro, ¿dónde está el cobarde de vuestro jefe!?” y empezaron a tirar piedras a las ventanas y puerta mientras gritaba “¡Rija, entraremos a por ti y te sacaremos arrastras!” Ante dicha algarabía salió el abuelo de Antonio blandiendo un bastón a modo del conde de Montecristo al tiempo que soltaba por su boca “¡So cabrones, me voy a cagar en lo más grande!”