Cuando llegaba el mes de julio se celebraba la feria del campo en Peralares. Los pueblos cercanos como la Mambrilla, la Soleada y Valderrocas participaban con un stand mostrando sus productos agrícolas y celebrando una fiesta a la que invitaban a los alcaldes y autoridades provinciales y de la capital Villa Ducal. Con tal motivo, el alcalde propuso que un grupo folklórico compuesto por chicas jóvenes del pueblo bailaran unas jotas manchegas vestidas con el traje popular ricamente adornado y ofrecer vino, queso, y dulces típicos del pueblo para agasajar a dichas autoridades y demás invitados. Para lo cual era necesario que ensayaran acompañadas por dos guitarristas, un cantaor y un instructor de baile. Se eligió el antiguo local de la sindical que había albergado la Falange y comenzaron los ensayos. La noticia llegó a oídos de Florián y los demás muchachos y se presentaron en el local ávidos de verles las piernas a las muchachas cuando estas daban giros y volantines cada dos por tres, al tiempo que hacían comentarios subidos de tono.
“Que buena está la Antonia” “Pues la Lola no te digo, está pa’ comérsela con pipirrana” “Vaya tetas las de Manoli, se mueven más que el mostillo que hace mi madre”. Los comentarios llegaban a oídos de las chicas y se quejaron a los guitarristas por lo que estos decidieron continuar los ensayos con la puerta cerrada a pesar de los abucheos de los muchachos. Florián no aceptó la decisión y una tarde trepó por el balcón acompañado de su banda entrando con estrépito en el salón al tiempo que voceaba “¡Hay que barrer a toda esta chusma!” Los guitarristas y Chispazo, que hacía de instructor, trataron de impedirlo, pero fueron repelidos a la fuerza con empujones al tiempo que decían “Los viejos, sopitas y al rincón”. Florián aprovechaba la confusión mientras se desalojaba precipitadamente el local, para descerrajar el armario que contenía los tebeos y arramblar con todos ellos. El salón quedó desierto y para cuando llegaron el “Lince” y “Celindo” no encontraron a nadie. La historia terminó como de costumbre. Los tebeos habían desaparecido y el padre de Florián le propinó la correspondiente paliza que no hizo aparente mella en su conducta, aunque maldijera y jurara vengarse.
Los días pasaban y se acercaba la fecha de la feria por lo que retomaron de nuevo los ensayos. Todo parecía realizarse con normalidad y progresaban en el baile, pero Florián y los suyos no se daban por vencidos y volvieron a entrar en escena. Tito era un experto en abrir puertas con una ganzúa y pudo entrar sigilosamente y subir al primer piso donde ensayaban, pero nada más abrir la puerta se dio de bruces con Celindo el municipal que rápidamente le increpó “¡Te quiero ver en la calle ahora mismo!” “Uf ¿Qué formas son esas?, yo he entrado educadamente y sin armar ruido” “¡Ni formas ni gaitas, sal pitando!” Y como se hiciese el remolón, pronto estuvo en la calle con las posaderas calientes por la patada del municipal. “Parece que hoy es día de reparto” exclamó Florián que le aguardaba en la calle junto a otros muchachos. Fue inútil intentar volver a abrir con la ganzúa porque Celindo había corrido el cerrojo de la puerta. “Pinta que quieren guerra. ¡Pues la tendrán!” Afirmó rotundamente Florián al tiempo que cogía un puñado de tierra del parterre y lo mojaba en la fuente. “Ahora sabrán esos incautos con quién se las tienen”, comentó amenazante mientras introducía la tierra húmeda en la cerradura y apretándola después. Luego, y a una señal de Florián comenzaron a tirar chinas a los cristales de los balcones provocando el desconcierto y la alarma entre las chicas, por lo que el municipal bajó e intentó abrir, pero el barro seco le impedía girar la llave. “Estos cabrones me la pagarán como me llaman Celindo” Cuando tras arduos intentos logró abrir y salir a la calle, ya no encontró a nadie por los alrededores. Los ensayos pudieron terminar en el salón de plenos del ayuntamiento justo a tiempo para la fiesta de la feria de Peralares.
Los presentes en la misma dijeron que había sido un éxito y posteriormente las autoridades disfrutaron de un concurrido refrigerio del que no pudieron participar los muchachos que habían ido en bici expresamente para ver la fiesta en el pabellón del pueblo. Antonio y sus amigos también habían ido, pero procuraron no acercarse al grupo de Florián manteniendo con ellos una prudencial distancia. Cuando se alejaban del pabellón oyeron como Florián les decía a los suyos: “¡No tengáis cargo, que ahora haremos nosotros “un zurra “chiquitico!”.