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Capítulo 15. Los peliculeros. "Tener la cabeza solo para criar caspa"

Pero no todo había sido negativo para los muchachos. De esa experiencia sacaron la idea de que ellos podían jugar a rodar una película. Pero ¿Cuál sería el argumento? se preguntaban, y Florián dio con la respuesta.  “Haremos los tebeos de “Roberto Alcázar y Pedrín” como si fuera una película y no tendremos que ponernos trajes como los del “Guerrero del antifaz” porque los personajes de Roberto Alcázar visten parecido a nosotros” Aquella idea les tuvo a todos entusiasmados y no hacían más que pensar cual podía ser la aventura que hicieran, quienes serían los protagonistas y donde la rodarían. A cada uno se le ocurría una aventura, leían el tebeo varias veces imaginándose ellos como protagonistas, y terminaban soñándolo, así que les molestaba mucho despertar, y no paraban de pensar cuando sería el día en que lo hicieran.

Por fin se reunieron los amigos de Florián con este al mando y decidieron hacer el rodaje de la aventura de “Roberto Alcázar y Pedrín contra Svintus el diabólico” para lo cual era imprescindible la construcción del famoso “rayo de la muerte” que había inventado el malvado “Svintus.”  Florián encargó a los hermanos Estrella cuyo padre tenía una fragua, la construcción del “rayo de la muerte” para poder empezar su película. Antonio disponía de informadores por todos los barrios del pueblo que negociaban tebeos con él, por lo que fue informado detalladamente de los planes de Florián. Mique, el menor de los tres hermanos Estrella, intercambiaba con Antonio tebeos por pastillas de jabón, crema de calzado y tubos de pegamento que cogía de la tienda de su padre, por lo que con esa disculpa se presentó en el taller con material para el intercambio y localizó el susodicho aparato que estaba compuesto de un bloque de madera sobre el que habían atornillado un hierro en zigzag a modo de rayo y con un cable eléctrico para poder ser enchufado. Antonio se acercó al artilugio y dándole una patada de desprecio inquirió. “¿Qué es este cachivache tan feo?” Al tiempo que el aparato rodaba por el suelo desarmándose. Mique se llevó las manos a la cabeza al tiempo que decía asustado. “No sabes lo que has hecho Rija. Te acabas de cargar “el rayo de la muerte” que le están haciendo mis hermanos a Florián. Cuando se enteren se va a armar Troya, así que sal pitando antes de que vuelvan” Antonio no se hizo de rogar y salió como alma que lleva el diablo temiendo el furor de Florián cuando se enterara. Los hermanos estrella repararon el aparato y se lo entregaron a Florián que se puso manos a la obra para rodar la aventura. Decidieron que el lugar idóneo era el terreno en el que estaban construyendo unas casas adosadas de dos plantas para los maestros del pueblo junto a los paseos de la Zarza, y allí que se fueron entusiasmados a probar el invento. Los albañiles ya habían dejado el trabajo y estaban a sus anchas para poder hacer lo que quisieran. Florián como ayudante de electricista decidió enchufarlo a un enchufe de la obra y así lo hizo provocando un estruendoso cortocircuito que dejó sin luz a las casas cercanas a la obra. Florián se libró de electrocutarse por estar sujetando el artilugio por la base de madera. Dio un salto lo mismo que la pandilla de los muchachos al tiempo que arrojaba lejos “el rayo de la muerte” “¡Estos tipos son unos aficionados!”. “No tienen la cabeza más que para criar caspa”. Y así terminó la aventura nonata del rodaje de una película por parte de Florián y su cuadrilla.

Pero no descartaron la idea de imitar las escenas de las películas que habían visto en el cine durante las fiestas de “los esponsales” en las que ponían una sábana en la plaza amarrada a dos postes a modo de pantalla y desde una ventana de la torre del “Minarete” proyectaban una película en blanco y negro con su correspondiente NODO en el que podían ver a Franco inaugurando un pantano, una procesión, a la sección femenina haciendo gimnasia en pololos y al final un reportaje de algún partido de futbol del real Madrid o la selección española con la voz de Matías Prats. La gente del pueblo llevaba su silla y cogían sitio con antelación dejando a los muchachos guardándola.

Para pasar el rato hasta la hora de la proyección que siempre era cuando se hacía de noche, compraban trozos de girasol, garbanzos tostados o altramuces a un hombre llamado Constancio que acarreaba la mercancía en un esportillo y una medida de madera que servía con colmo. Y se armaba el follón cuando se comían las pipas del trozo de girasol y lo tiraban contra alguno. “¡Los trozos de tortasol son mercancía que viaja!” Decía Florián al tiempo que le atizaba a uno con un trozo y le contestaba “Tortasoles vienen y tortasoles van” El intercambio se generalizaba y tenían que intervenir las fuerzas del orden con “el Lince” al frente mientras “Seneca” se sonreía desde la puerta de cristales del cuarto de los municipales, al que eran conducidos los revoltosos a los que habían podido atrapar y que por lo general eran los más incautos.

Aquellos días de fiesta se vivían en la calle y las casas quedaban vacías. Hasta la enemistad de Florián con Antonio parecía quedar momentáneamente aparcada. Se habían cruzado en diversas ocasiones y se ignoraron.  En los paseos de la “Zarza” se instalaban todo tipo de tenderetes con las más variadas mercancías. La gente se aglomeraba por los paseos comprando en los puestos de turrón, peladillas, churros, caramelo americano y las orzas de barro llenas de berenjenas aliñadas con pimiento morrón, y ensartadas con una ramita de hinojo. Aparte los polos artesanos elaborados sobre la marcha raspando una barra de hielo con una especie de cepillo de carpintero que acumulaba las virutas de hielo a las que se intercalaba un palito y posteriormente se rociaba con el contenido de botellas de diferente sabor. “Esto son fiestas y no las tontás que hacen en la ciudad” sentenciaba Florián mientras se embuchaba una hermosa berenjena de un solo bocado ante la admiración de sus camaradas que asentían dándole la razón. Pero la atracción preferida de Florián y los demás muchachos era tirar con la escopeta a las figuras de indios y vaqueros que se doblaban cuando les acertaban con el perdigón, lo que no ocurría muy a menudo y por lo que los muchachos solían decir “Fallas más que una escopeta de la feria”


Antonio Morales, Rija

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