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Capítulo 13. La novela del Oeste. "Pena de muerte y penas mayores"

Mientras duraba la vendimia y era notoria la escasez de muchachos con los que jugar, Antonio decidió escribir una novelita del oeste americano como las que leía de Marcial Lafuente Estefanía, pero cuyos protagonistas eran los muchachos del pueblo para vengarse de Florián y otros tipos de igual catadura que habitualmente le hacían las mayores perrerías.

“El Cheparrán “

“Rija acababa de morir. Le habían matado al filo de la media noche. ¿Cuáles eran los motivos del crimen? ¿Quién había sido el asesino? A las diez había salido del bar Trapitos en compañía de su siniestro amigo Florián para dirigirse a su casa rancho. A la mañana siguiente se verificó el sepelio. En el duelo iba su hermano Pancho que había jurado venganza contra el asesino. Tras la imponente manifestación de duelo, Florián con gesto afeminado y chulapón se despidió ceremoniosamente de la madre del difunto diciendo “Lo siento señora, era un gran hombre”.

Mientras duraba la vendimia y era notoria la escasez de muchachos con los que jugar, Antonio decidió escribir una novelita del oeste americano como las que leía de Marcial Lafuente Estefanía, pero cuyos protagonistas eran los muchachos del pueblo para vengarse de Florián y otros tipos de igual catadura que habitualmente le hacían las mayores perrerías.

 

“El Cheparrán “

“Rija acababa de morir. Le habían matado al filo de la media noche. ¿Cuáles eran los motivos del crimen? ¿Quién había sido el asesino? A las diez había salido del bar Trapitos en compañía de su siniestro amigo Florián para dirigirse a su casa rancho. A la mañana siguiente se verificó el sepelio. En el duelo iba su hermano Pancho que había jurado venganza contra el asesino. Tras la imponente manifestación de duelo, Florián con gesto afeminado y chulapón se despidió ceremoniosamente de la madre del difunto diciendo “Lo siento señora, era un gran hombre”.

Las sombras de la noche avanzaban poco a poco,  hacía un aire de mil demonios, y como vulgarmente se dice, una noche de perros. El aire ululaba entre las copas de los árboles. En el “Cheparrán”, casa rancho de Florián, un tosco edificio de dos plantas, había luz en una de las ventanas de la  segunda planta. Un individuo de cogote pelado, nariz achatada y ojillos ratoniles paseaba bostezando a lo largo del pasillo. Dentro de la estancia alumbrada por la débil luz de un quinqué de petróleo se recortaban las figuras siniestras y malévolas de cinco tipos, la flor y nata del hampa Mambrillata. De izquierda a derecha Fran Muñoz Doble, alias “el Fronterizo” de ojos saltones, cabello revuelto y mirada que a veces quería ser lánguida, aparentaba todo lo contrario. Alcornoque por naturaleza, cuyo solo objeto era beber whisky y soñar con las damiselas de cualquier salón. Amelio Albo del Torreón, alias “Ojillos lodaos”, de mirada huidiza, torvo andar y crueles sentimientos. Para él no existía más ley en el mundo que la del revólver, y su oficio era matar. Por otra parte, tenía en su haber, ser un catedrático del naipe.  Ildefonso Mojones Torreón, alias “Picho” de gesto ambiguo y rápidos movimientos. Su endiablada rapidez le daba fama de  pistolero nato, de lo cual hacía ostentosos movimientos afirmativos. Bengalí Morera Encrespado, alias “el Tito”, de ojos saltones y mirada alegre, brabucón y pendenciero, siendo sus aficiones, las mujeres, el juego y el alcohol, por ese orden. Y por último Florián  Guerra Nuñoz, alias “Papa Tigre”, de gestos cordiales, crueles refinamientos y mirada de ave de rapiña. Se decía de él en todo el oeste que una sola mirada o gesto suyo bastaba para encomendar las más innobles misiones. Como el lector podrá imaginar, algo importante se amasaba allí dentro. Si cualquier sheriff los hubiese visto, habría dado con gusto las dos manos y hasta alguna pata de sus morrocotudos alguaciles, por tenerlos en  sus jaulas. Florián, abriendo con ademán enérgico el cajón de una mugrienta mesa, sacó un estrujado plano y habló con voz autoritaria. “Os he reunido aquí porque formamos el clan de hombres preciso para el audaz plan que ahora os propongo. Nuestra frontera no conoce el miedo y nuestra credencial es matar. Sé que sois ambiciosos, por eso os he reunido aquí” Dicho esto, sacó del chirriante cajón una botella de whisky y se atizó un largo trago que casi tumba la botella. Con voz solemne anunció “Vamos a asaltar la sucursal del Banco Hispano Americano de Peralares”  De pronto la puerta se abrió. Un verdadero huracán de plomo inundó la habitación dejando la estancia sumida en la penumbra.  “Picho” fue el primero en desenfundar, también fue el primero en morir. Una bala le atravesó de parte a parte el cerebelo.

 

La novela estaba inconclusa pero se la dejó a Alarito para que la hojeara y estando leyéndola en el casino pasó por allí el padre de Florián al que Alarito le comentó “Mira lo que hay aquí escrito sobre tu hijo. Lo ha escrito Rija”. El padre de Florián echó una ojeada a las cuartillas; su rostro se congestionó de ira y la saliva empezó a asomar por la comisura de sus labios. Salió dando un portazo con la idea de propinarle un escarmiento. Cuando pilló a su hijo por banda le dio una soberana paliza de la que Florián salió dolorido y con el firme propósito de venganza.

Los siguientes días fueron de aparente calma chicha y no se percibían movimientos ni reacciones por el contenido de la novela de Antonio que ya era de dominio público. Un día, en torno a las diez de la noche se presentó Florián en casa de Antonio preguntando por él “¿Está Antonio? Necesito hablar urgentemente con él.” “Se está acostando, pero puedes pasar a su cuarto” contestó su madre que no se extrañó de la visita intempestiva de Florián, lo que era bastante habitual. “¿Qué haces Rija?” preguntó Florián al tiempo que Antonio se preparaba para meterse en la cama. Este, le contestó sorprendido por la presencia de Florián “Ya ves, voy a acostarme” “¿Tú no te acuestas?” le interrumpió Florián al tiempo que sacaba la navaja que se había comprado con el dinero de la venta de los tebeos, amenazándolo con ella. Antonio estaba acostumbrado a esas actuaciones de Florián. Es más, podía asegurarse de que la estaba esperando, y como pensó que se trataba de amedrentarlo, accedió con curiosidad por conocer lo que Florián tenía in mente. Salió delante de él que se había guardado la navaja en el bolsillo sin sacar la amenazadora mano de este. Al pasar delante de la cocina su madre le preguntó algo sorprendida del cambio de planes. “Antonio, ¿es que no te acuestas?”  “No, voy a dar una vuelta por ahí.” Cuando pisaron la calle, salieron de sus escondrijos los miembros de la banda de Florián que rodeándolos esperaron órdenes. “¡Tira para la Zarza imbécil!”, voceó el jefe empujándole bruscamente. Antonio empezó a pensar que quizás se había equivocado accediendo a los deseos de Florián, y que nada bueno le esperaba, por lo que pensó en escabullirse cuando pasaran delante de la puerta de su tía Cecilia que casualmente no guardaba un buen recuerdo de Florián, que aparte de llamarla “la tía Minimita”, había arrojado una de sus bombas de guijarros que cayó por su chimenea en el preciso momento en que esta se encontraba guisando con el consiguiente susto y estropicio de la comida. Antonio se situó estratégicamente caminando junto a la pared para que al pasar delante de la puerta de su tía, introducirse en ella y cerrarla, con lo que les daría esquinazo, pero sus esperanzas se desvanecieron al encontrar cerrada la puerta, que de costumbre estaba abierta. Continuaron la marcha en silencio mientras el cerebro de Antonio trabajaba a tope pensando algo para escabullirse, y empezó a referirse a los tebeos que tanto les gustaban a sus captores. “Qué faena me hacéis, ahora que tenía que ir a recoger los últimos cuentos que han salido. Precisamente tengo en casa unos cientos de ellos y claro…” Notaba como se abrían los ojos de los esbirros de Florián y le prestaban atención. Florián se percató de la jugada y cortó por lo sano la perorata de Antonio. “¡Calla ya mastuerzo y no digas más tonterías. Eres un estúpido si crees que vas a convencer a mis tropas, mientras tu fin está cercano. No quiero volver a oír graznar tu voz!” Cuando llegaron a los jardines de la Zarza lo condujeron al más alejado y silencioso de los paseos y el menos transitado. Allí le amarraron al tronco de un viejo álamo con unas cuerdas que llevaban preparadas al efecto, y posteriormente recogieron hierbas secas y maleza de los alrededores y las extendieron junto a sus pies. Antonio no daba crédito a lo que veía y empezó a temer que serían capaces de prender fuego a las hierbas. Florián dictó la sentencia con tono inmisericorde y cruel. “Las traiciones se pagan caro y te mereces “la pena de muerte y penas mayores”. Ahora solo resta que reces lo que sepas mastuerzo. Dicho esto, y ante los ojos atónitos de Antonio, prendieron fuego a los pajitos que empezaron a arder rápidamente. El fuego empezó a chamuscar los botines de goma que llevaba Antonio y comenzó a notar calor en los dedos de los pies haciéndole chillar desesperadamente. “¡Socorrooo! me están quemando vivo. ¡Auxiliooo!” El olor a la goma quemada de sus botines le mareaba y chillo aún con más fuerza. “¡Socorrooo!” Se oyeron pasos en tropel que se acercaban y Florián y sus secuaces dejaron de reírse y huyeron dispersándose a la carrera en un santiamén. Los recién llegados pisotearon las débiles llamas apagándolas. Le desataron y le llevaron mareado a un banco del parque donde tras unos instantes recobró la noción de lo que había pasado. Allí estaban sus camaradas el “Astuto”, “Celipe”, “Pitillo” y otros que se ofrecieron a llevarle a su casa mientras que le preguntaban. “Pero ¿Quién te ha hecho esto?” y Antonio les contó lo sucedido. “No es de extrañar viniendo de ese tipo. Otra vez ten cuidado con quién te arrejuntas.” Antonio no dijo nada de lo sucedido en su casa para no disgustar a su madre y se acostó. Aquella noche tubo pesadillas con Florián y su banda y debió hablar en voz alta porque al día siguiente su madre le comentó cuando le ponía un humeante tazón de leche con colacao y galletas “¿Es que tienes pesadillas Antoñete?” “¿Por qué lo dices mamá?” “Porque anoche pedías socorro y ayuda varias veces, y luego rebullías mucho, como si estuvieras pasándolo mal.” “Sería que me acordaba del cuento del “Jabato” que leí antes de acostarme” trató de justificarse. Pasados unos días su madre reparó en los botines con las puntas churrascadas y le reprendió “Antonio, ten cuidado con el brasero que te quemas los botines.”  “Ya sabes que los que hemos nacido en invierno somos muy frioleros y nos llaman combreros.” Disimuló Antonio, pero no le contó que desde entonces temía encontrarse con Florián en la calle y procuraba hacer recorridos por los que no transitaba su eterno enemigo al que denominaba “Florián el Cruel” con suficientes razones y pruebas sufridas en sus propias carnes.


Antonio Morales, Rija

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