La fiebre de leer tebeos se incrementó y con el dinero fresco del chantaje a Marino fueron Antonio y Florián a correos para poner un giro a la editorial de la colección de “El Jabato” a fin de que les remitieran ejemplares de la misma. Antonio no tenía hartura y compraba también tebeos a medias con Picho, un muchacho, desgarbado y formal, que una vez leídos por los dos, los guardaba en su casa, sabedor del desorden de Antonio. Aquel acuerdo no era del total agrado de este dado su afán de poseer los tebeos, por lo que maquinó una estratagema para hacerse con ellos. Informó a Florián del asunto y le propuso la intervención de la banda de “la rana verde.” “Es necesario asaltar la casa de Picho cuando esté trabajando en el campo. Yo no intervendré porque soy vecino y me conoce la madre, pero dirigiré la operación” Florián vio el negocio y aceptó de buen grado cerrando el trato. “Mi parte del botín será de veinte “cuentos.”
Antonio se enteró previamente de que Picho estaba de “quintería” en el campo y no regresaría hasta el sábado con lo que una tarde, anocheciendo, atacaron la puerta de su casa con bombas de fabricación casera, consistentes en botes de leche en polvo, llenos de chinas y fósforos, que al impactar contra la puerta se abrieron causando gran estruendo. Al ruido de dichos “cócteles Molotov” salieron de la casa la madre y una hermana que viendo lo sucedido les gritaron con evidente enfado “¡Gamberros, iros a trabajar al campo como Picho, gandules!” Mientras que esto sucedía otro muchacho de la banda trepó por la tapia trasera del corral y accedió a la habitación de Picho arramblando con los tebeos que estaban a mano volviendo por donde había entrado. Más tarde se repartieron el botín cobrando Florián lo convenido y alguna pequeña parte para los esbirros de la operación.
Cuando Picho regresó aquel sábado y echó en falta los tebeos acudió demudado a casa de Antonio. “Rija, no sé qué ha pasado, pero nos faltan un montón de cuentos que tenía en mi casa. Estaban encima de una silla junto a mi cama para leerlos antes de dormir que es cuando tengo tiempo y ahora no están.” Antonio se hacía el sorprendido y le quitaba importancia al asunto. “No te preocupes Picho, todo se arreglará. Pondré a trabajar en el asunto a mis sabuesos” le dijo Antonio de forma engolada.
Llegaron los tebeos de “El Jabato” y se los llevó primeramente Florián abusando de su “autoridad.” Como Antonio hiciera averiguaciones, se enteró de que Florián después de leerlos se los pasaba a Refresco uno de los esbirros de su confianza, por lo que enfadado y aprovechando que estaba repartiendo gaseosas con su padre, fue a su casa y arrampló con los mismos dándoselos posteriormente al “Jaro ratón” un muchacho que siempre estaba haraganeando, para que los vendiera en la escuela a la hora del recreo al precio de una peseta, lo que hizo en un santiamén. Cuando le llevó el dinero a Antonio no quedó conforme con la comisión por lo que le despidió con cajas destempladas. “Refresco” echó en falta los tebeos y se lo dijo a Florián que imaginándose quién era el culpable exclamó furioso. “¡Me voy a cagar en lo más barrio! De esta se acordará. ¡Lo juro por Belcebú!”
Nada más verle Antonio entrar por la puerta de su casa, supo a lo que iba. “¿Me quieres decir ahora mismo donde están los cuentos?” Antonio pensó rápidamente como salir del trance. “Los he vendido pero pensaba darte la mitad del dinero. En total he conseguido doscientas pesetas, así que toma tus cien y en paz estamos” No quedó del todo conforme Florián y menos lo habría estado de haber sabido que el dinero había sido trescientas cincuenta pesetas por lo que le habrían correspondido ciento setenta y cinco. Antonio le había estafado setenta y cinco, pero había visto en la tienda de “la oca”, una linterna y una navaja y quería comprársela con el dinero recibido, aunque juró vengarse en la primera ocasión que tuviera y que no tardaría en presentarse dada las innumerables aventuras, trastadas y negocios que constantemente se traían los dos entre manos.