Las tiendas regidas por hombres, como la ferretería, la barbería y alguna de comestibles eran lugar de encuentro y de tertulia, como una rebotica, e incluso de entretenimiento para algunos hombres del pueblo, donde se charlaba o se jugaba a las cartas mientras que sonaba la radio dando las noticias a las que la gente del pueblo llamaba “el parte” o escuchaban radionovelas y el consultorio de “Elena Francis.” Antonio era asiduo de varias de estas tertulias y solía hacer su entrada dando voces subversivas que sobrecogían a los reunidos. “¡Viva el comunismo!” a lo que respondían preocupados “Vas a ser nuestra ruina, Rija” sin que este hiciera el menor caso.
Allí se calentaba en el brasero de picón y los tertulianos cambiaban de conversación eludiendo temas políticos sabedores de que Antonio los divulgaría por todo el pueblo rápidamente, preguntándole por los sucesos y chismorreos del pueblo de los que Antonio solía estar muy bien informado; como quién se había hecho novio, o quien estaba embarazada sin estar casada y en cuyo caso se casaba de noche para no ser vista. Antonio contaba lo que sabía y lo que no, se lo inventaba con tanta gracia que causaba la risa de los presentes. Cuando se cansaba, se despedía con otro grito “¡Viva Hitler!” a lo que le replicaban “¡Tenías que estar excomulgao!” De allí solía pasarse por la barbería que ya no regentaba “el Mudo” pues se había ido a Madrid a una portería y le traspasó la misma a un chico joven llamado Pepe al que puso el mote de “Pepongo” y que no tardó en hacerle famoso al incluir una retahíla al mote. “Pepongo, lirongo, chicuanga, leconga, mananga, botanga, chicongo, lerranga, lequito, y lepongo”.
Una tarde entró Antonio en la barbería comiendo unos chorizos con fruición y “Pepongo” acérrimo madridista le dijo con envidia. “Te juego esos chorizos a que el próximo partido le gana el R. Madrid al Atleti.” Antonio le contestó en su más puro estilo sin dejar de mordisquear los chorizos. “Vas fuera de traste”. Ni tu ni el Madrid servís pa ná, so bocarán” A lo que el barbero contestó tirándole a los pies un bote con la intención de asustarlo. Antonio dio un salto y salió pitando, dejando tras de sí las risas del barbero.
Había una casa en el pueblo construida en los primeros años del siglo XX por un vecino que emigró e hizo fortuna, y al regreso la edificó con un estilo neocolonial diferente a las del resto del pueblo. Durante la guerra se la apropiaron los sindicatos y con posterioridad el llamado “sindicato vertical” donde se tramitaban los permisos de todo tipo relacionados con el campo, por lo que era conocida como “la sindical.” Allí, en un salón de la planta superior se ubicó el local de la Falange y como encargado de las llaves se nombró a un municipal que tenía por mote Celindo.
Antonio dada su facilidad para expresarse, sus conocimientos, y su celebridad en el pueblo, fue nombrado jefe de escuadra. No tardó en nombrar a Florián como segundo jefe pensando que así le tendría de su lado y estaría a salvo de sus repentinos arranques de ira, pero el tiempo y los acontecimientos le probarían lo equivocado de su elección. Los seis “flechas” que componían la escuadra más Antonio y Florián, solían pedir las llaves del local llamado comúnmente el “Hogar” para pasar el rato, y era lo que hacían a su manera. Primeramente cerraban con llave para que no les importunasen otros chavales, y se jugaban los escasos patacones al tute y a las siete y media entre las voces de Florián cuando alguno osaba ganar y no era él. Cuando se cansaban o perdían el dinero que solía ir a manos de Florián o Antonio, jugaban al futbolín haciendo trampas para no pagar y para lo cual se valían de un alambre convenientemente doblado en la punta que introducían por la ranura de las monedas y si se terciaba, se agenciaban el poco dinero que contenía el futbolín.
Más tarde se cansaban de esos entretenimientos y decidían abrir la puerta con una ganzúa, del cuarto que hacía las veces de almacén y despacho. Cuando empezaban a llegar chavales les abrían el “hogar” mientras Florián se sentaba delante de la máquina de escribir con Antonio a su lado y empezaba a dar órdenes.
“Flechas, traerme algún incauto” y como estos no supieran a quien llevarle, cogía la lista de los que estaban apuntados y de forma aleatoria señalaba con el dedo a uno de ellos y añadía de su puño y letra “baja por defunción.” Seguidamente iban a buscarlo y si lo encontraban le acompañaban al despacho y sentándolo en una silla le ataban con una cuerda a la misma. Entonces, y ante la cara de miedo del “flecha,” Florián le hablaba con voz engolada al tiempo que le enseñaba la anotación junto a su nombre.
“¿Sabes lo que significa esto? Esto quiere decir que vas a morir, aunque si tienes algo de valor que darme puedes salvar el pellejo” “¡No, no tengo nada!” exclamaba asustado el muchacho. “Peor para ti” Y empezaban a martirizarlo con pellizcos mientras Florián sacaba una navaja y empezaba a simular que la afilaba delante de sus narices hasta que gritaba “¡Os daré un duro!” “Eso es muy poco” contestaba Florián poniendo un gesto irritado “Podéis seguir con él muchachos”
“¡No, no, esperad! ¡Os daré todo lo que tengo! “Nueve pesetas” -“Está bien, soltadle, y no olvides quien es el que manda aquí”
Antonio no compartía los métodos de Florián y empezaba a estar arrepentido de haberle nombrado su ayudante pero no se atrevía a llevarle la contraria y procuraba secundar sus iniciativas cada vez más descabelladas.
“Hay que informar a los flechas de lo que les puede pasar si no nos obedecen. Tengo una idea. Rija, dame ese embudo que se utiliza para llenar la garrafa de mistela, sígueme al salón y cuando esté subido en el escenario apagas las luces del mismo.”
Dicho y hecho, pasaron a la sala donde se entretenían los muchachos y Florián se subió al pequeño escenario del fondo ante la mirada curiosa de los presentes. Antonio apagó las luces de la sala ante las protestas de los muchachos y Florián con el embudo en la boca acalló enérgicamente las mismas. Saludó con el brazo extendido como era de rigor entre falangistas pero diciendo “Heil Hitler”
“¡Camaradas, somos la escuadra más temible, incluso más poderosa que la O.A.S!”, la organización que es el terror de la tierra. ¡No tenéis nada que temer si me obedecéis, pero será vuestra ruina y muerte si no hacéis lo que os pida!”
Antonio volvió a dar la luz y la gente siguió en lo que estaba haciendo entre murmullos y comentarios mezcla de temor y burla mientras Florián bajaba del escenario y se paseaba por entre las mesas del “hogar”.
En la biblioteca de Falange, que era un armario del que tenía la llave Celindo el municipal, había gran cantidad de tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, El Cachorro y otros similares que eran devorados por los “flechas”. Para leerlos allí no era necesario anotarlo, pero para llevárselos a casa tenían que rellenar una ficha con sus datos y la fecha, disponiendo de unos días para leerlos y devolverlos. Florián recurría a un incauto “flecha” para hacerse con más de los permitidos. Le abordaba amenazador.
“Oye tú, si quieres seguir viviendo tienes que obedecerme sin rechistar” El chaval asentía atemorizado.
“Tienes que sacar a tu nombre diez “cuentos” de los que te diga, y si te los piden dices que se te han perdido o lo que se te ocurra menos decir que me los has dado a mí porque te estaré vigilando y mi venganza será terrible. ¿Entendido? pues venga, a pedirlos”
Repetía la operación con varios “flechas” hasta dejar el armario casi vacío y empezaban las quejas por no tener tebeos para leer, por lo que Celindo hacía averiguaciones y Florián le argumentaba que dichos muchachos hacía tiempo que no acudían al “hogar” y lo mejor sería darles de baja. Celindo, al fin aceptaba de mala gana la explicación y Florián sonreía satisfecho de sus argucias.