El caserón de la familia de Antonio disponía de varias habitaciones destartaladas a las que no daban un uso determinado, por lo que podía disponer de ellas a su antojo para lo que estimara conveniente, como almacén de sus colecciones de “cuentos” cada vez más numerosas y a las que había incorporado las del diario deportivo “Marca” y la colección de “Ídolos del deporte”. Nadie sabía de quién había heredado la costumbre.
Los bisabuelos paternos de Antonio fueron “el hermano Rija” y “la hermana Pilota Danegas”, que se dedicaban a vender higos y otras cosas similares a los pasajeros de las diligencias en la venta de “Malabrigo”.
Ella era tremendamente jorobada y la gente decía como chanza que la joroba abultaba más que ella. Un día el bisabuelo preso de un ataque de enajenación prendió fuego a los muebles de la casa muriendo trágicamente en el incendio agarrado a los barrotes de la reja de una ventana. Su hijo, el abuelo de Antonio, siguió con la tradición de la venta y acarreo de higos, queso y pellejos de aceite, para posteriormente acarrear también saquillos de plomo a las minas de Pilé en Almadén. La costumbre de la compraventa y el manejo de cantidades de dinero, terminó convirtiéndolo en corresponsal de banca, y amasando una considerable fortuna. Se casó con Manuela con quien tuvo dos hijos, Daniel y Antonio el padre de “Rija.” El abuelo era dado a las poesías y aleluyas como más tarde haría Antonio. Recitaba el fragmento algo enigmático de un romance de ciego sobre Francisquillo el sastre, personaje truculento del siglo XIX, que le granjeaba la admiración de sus paisanos:
Conocí a Francisquillo el sastre
Al que no le daba nada miedo
Botaba como la goma
Y más fuerte que el acero.
En la noche de marras
Cuando murió Magdaleno
Yo vi a Francisquillo el sastre
Morir de pie como un bueno.
Una vez riñó con varios del pueblo por cuestiones de dinero y terminaron tirándolo desde el puente al rio Abuel que pasa cerca de la Mambrilla. Solían sacarle coplas ridiculizando su tacañería y usura, incluso su nieto Antonio no fue menos y le compuso unos mandamientos en los que se mofaba de él.
Mandamientos del abuelo Rija
El 1º, arrastra más mugre que el culo de un caldero.
El 2º, no se habla con medio mundo.
El 3º, no le hecha carne al puchero, ni le paga a los obreros, avariento y usurero, el dinero es lo que quiero.
El 4º, del mundo está harto.
El 5º, no bebe blanco ni tinto.
El 6º, va a la plaza con un esportillo por no comprar un cesto.
El 7, se sienta en un serijo por no comprar un tablete.
El 8, no come más que marcochos, no ha comido un bizcocho.
El 9, no se lava hasta que llueve.
El 10, no se lava ni los pies.
No satisfecho con estos, compuso otros parecidos que pronto fueron populares.
El uno, del pueblo el más tuno.
El dos, no gasta reloj.
El tres, lleva siempre la chaqueta vuelta del revés.
El cuatro, no va al cine ni al teatro.
El cinco, al despacho que tiene no se pasa ni a brincos.
El seis, quiere mandar más que la ley.
El siete, que la contribución no apriete.
El ocho, es lo mismo que pinocho.
El nueve, si “siente” un tiro no se mueve.
El diez, nunca sabe la hora que es.
Cuando Antonio se arrancaba a decir poesías o a cantar, la gente le aplaudía y reía sus ocurrencias, siendo admirado por esas dotes a su edad y terminaba diciendo “En mi casa hay de todo menos dinero”, porque lo tiene mi abuelo ‘escondío’.”
El padre y el tío de Antonio recibieron en vida del abuelo “Rija” una respetable herencia consistente en fincas y una tienda de comestibles cada uno, pero con desigual resultado. El tío sabía administrar el campo, y la tienda la atendían sus hijas, mientras que el padre de Antonio no atendía ni entendía ninguna de las dos. Había que añadir a ello la clase de vida disipada del padre y su nula administración. Cada cual en la familia hacía lo que creía conveniente y los dos hermanos terminaron discutiendo, dejando de hablarse entre ellos pero no así los primos que seguían relacionándose. Paca, la madre de Antonio era muy aficionada a la lectura de libros nada comunes como “El criterio” de Jaime Balmes y se desentendía de las labores de la casa que realizaba como criada una mujer del pueblo. Pensaba con cierto orgullo que su Antoñete era muy listo porque siempre estaba leyendo. Su hermano Manolito solo estaba interesado en hacer experimentos con la electricidad por lo que le llamaban “Voltios” y terminaban diciendo que acabaría mal porque el día menos pensado le daría un “electrizo”. Su hermana Manoli era la más centrada y ayudaba en lo que podía. El pequeño, Paco, al que llamaban Pancho era un muchacho tranquilo.
Una mañana que cruzaba Antonio la plaza sin rumbo determinado, al pasar frente a la barbería en la que trabajaba “Nenin” un muchacho del barrio “el Lugar”, este salió de la barbería y le abordó amablemente lo que le sorprendió a Antonio. “Oye Rija, quería que me escribieras una carta a una muchacha. Como tú sabes tanto te será mu’ fácil” Antonio le miró de arriba abajo dándose cuenta de que a pesar de su pequeña estatura, “Nenin” tenía trece años que no aparentaba de ninguna manera, y que trabajaba de ayudante en la barbería de su tío barriendo los pelos de los clientes “esquilaos” y tirando el lunes el “cajón de los pelos” en los terrenos de las eras. Una vez que cambiaron tebeos le contó que estaba vivo de milagro, ya que en el 46, “el año del hambre”, estando él de meses debajo de una higuera, mientras sus padres segaban, para cobrar algún dinero, tuvo una colitis que no cedía de ninguna forma, y creían que se moría sin remedio, por lo que el padre desesperado decía “Encima que no tenemos nada, se va a morir el muchacho y tendremos que perder un día de siega. Si por lo menos se muriera durante la “vara” …” Que era la semana que mediaba entre el fin de la cebada y el comienzo de la siega del trigo. Pero “Nenin” pareció colaborar con sus padres y resistió a pesar de la colitis, el calor y las moscas, pero eso sí, no creció mucho. Antonio quedó con él en su casa para escribirle la carta que imaginaba sería a una chica pidiéndole relaciones. “Nenín” se puso contento y se sinceró con Antonio en agradecimiento. “¿Te he contao lo que me pasó el otro día en la acción católica? Pues resulta que un “bacín” me preguntó que por qué era tan pequeño, ¿y sabes lo que le contesté? Que porque era hijo de un solo padre” Y “Nenin” se puso a reír ante Antonio que apenas esbozó una sonrisa mientras Nenin seguía con su relato “Ese mismo día me vio salir mi padre de la acción católica y por la noche se lo contó a mi madre. ¿Sabes que tu hijo se junta con los “pituistas”? y mi madre me regañó “Entonces, ¿Con quien tengo que júntame, con los “abriles” o con los pituistas? Los “abriles” junto a los “Churruchos” y a “Chinche limpio” estaban considerados lo peor del pueblo, y los “pituistas” eran los “señoritos”. Era el barrio de “el Lugar” el más pobre del pueblo y sus gentes no sabían lo que era comer carne y muchas veces ni siquiera sabían lo que era comer. Por eso si alguna vez las narices de los muchachos detectaban los olores de algún tipo de carne que se estuviera cocinando, rápidamente deducían que alguien estaba gravemente enfermo y no comía por lo que la familia compraba un poco de carne como último y desesperado intento de salvarle, pensando que la carne era como el bálsamo de “Fierabrás”. Pero todo era lamentablemente inútil y al poco tiempo moría. Un aire de temor ensombrecía sus caras mientras olían los deleitosos aromas. Así que “Nenin”, en vista de que pasaban los años y no “daba el estirón” y sus hermanos pequeños ya eran más altos que él, y su madre no le cosía una chaqueta y un pantalón largo para los domingos, se decidió y le dijo a su madre. “Madre hágame la ropa de domingo que yo ya he dado el estirón” y tomó la determinación de escribirle a una muchacha, aunque no las tenía todas consigo y pensaba que lo rechazaría por su baja estatura y ser de una familia pobre, de “un jornalero sin borrica”; pero había que arriesgarse y confiar en “Rija” que era mu listismo. “Más listo que Seneca”