Antonio oía la radio hasta durmiendo y si había una noticia importante se despertaba sobresaltado, y eso fue lo que pasó aquel 20 de noviembre de 1975 a las seis de la mañana que provocó que diera un salto en la cama y aumentara el volumen de la emisora de Radio Nacional de España.
“Atención, les habla don León Herrera Esteban ministro de Información y turismo”.
“Con profundo sentimiento, doy lectura al comunicado siguiente: día 20 de noviembre de 1975. Las casas Civil y Militar informan a las 5, 25 horas que, según comunican los médicos de turno, su Excelencia El Generalísimo acaba de fallecer por parada cardiaca como final del curso de su shock tóxico por peritonitis. Posteriormente será facilitado un comunicado médico detallado por el equipo que habitualmente ha asistido al Jefe del Estado. Desde la inmensa tristeza de esta España a la que Franco entregó sin reservas toda su vida, yo pido una oración por su alma…”
Y seguía el comunicado en los mismos términos de quejumbrosas alabanzas, e informando de los actos previstos por el aparato del Régimen.
Antonio no se veía embargado por el sentimiento mayoritario de las gentes del pueblo mezcla de temor y tristeza, y hablaba de lo sucedido con franqueza. “Ya está aquí lo que todos esperaban. ¿Y ahora qué? Pues que el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. No recibían con agrado sus palabras aquellos dirigentes que siempre se habían significado como franquistas de pura cepa, y los miembros del antiguo somatén que en aquellos días lucían un sospechoso bulto en el bolsillo interior de la chaqueta, expectantes ante lo que se temían podía suceder. Cristian aconsejó a su amigo Antonio que no prodigara sus sarcasmos con aquellos radicales, a lo que “Rija” le contestaba divertido. “No te preocupes porque les conozco a todos y son unos acojonados que temen se les acabe la mamandurria y el chollo del que han estado viviendo sin dar un palo al agua en su vida. El que tienes que tener cuidado eres tú que tienes fama de “rojo perdío” y te tienen ganas. Procuraré estar atento y avisarte si veo que corres peligro”
Los días siguientes la televisión informó exhaustivamente de todos y cada uno de los acontecimientos que se sucedían sin parar. El país entero estaba de luto. Millones de personas desfilaban delante del cadáver colocado en el palacio de Oriente, en una fila interminable que se perdía a la vista. Antonio cuando entraba en algún bar y veía a todos mirando sin pestañear la televisión, exclamaba burlonamente. “¡Ahora va a resultar que toda España era franquista, y yo sin enterarme!” Nadie le contestaba, pero le miraban como si hubiera dicho una blasfemia y le rehuían como si fuera un apestado.
Televisaron la toma del juramento al príncipe Juan Carlos por parte de Alejandro Rodríguez de Valcarcel, a la sazón presidente en funciones de las Cortes.
“Señor, las Cortes españolas y el Consejo del Reino, convocados conjuntamente por el Consejo de Regencia, en cumplimiento a lo dispuesto en el artículo séptimo de la ley de sucesión en la jefatura del Estado, están reunidos para recibir de vuestra alteza el juramento que la ley prescribe, solemnidad previa a vuestra proclamación como rey de España. El presidente ruega a sus señorías se pongan en pie. Señor ¿juráis por Dios y sobre los evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional?”
“Juro por Dios y sobre los santos evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”
“Si así lo hicieseis, que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande”.
Antonio vio la jura en la televisión desde la mesa de juego de la “Sociedad” mientras echaba una partida al tute, y exclamó. “¡Ya tenemos cinco reyes, Juan Carlos y los cuatro de la baraja, así que ¡mucho cuidaito!”
El entierro de Franco se produjo el día veintitrés en el Valle de los Caídos, y todos quedaron “tranquilos” cuando se colocó encima de la fosa, una losa de granito de Alpedrete, de mil quinientos kilos de peso.