En el pueblo había unas cuantas barberías y era muy común que los barberos supieran tocar la guitarra con la que entretenían las horas sin clientela. Entre ellos destacaba Prudencio por sus composiciones satírico-sociales en las que reflejaba lo que acontecía en el pueblo. Sus canciones eran coreadas por la gente que las asociaba con las que cantaba
Antonio, y que no les hacían ni pizca de gracia al alcalde y sus concejales. Una de las más celebradas era la versión que hacía de “Yo soy un hombre del campo”.
“Yo soy un hombre del pueblo, ni entiendo ni sé de letras, pero con esto del agua, me han dejao sin una perra. Salero, echa carne en el puchero, ya sabes que yo te quiero, que tenga muchas tajás. En el pueblo la Mambrilla, llega el agua a los balcones, en las calles no hay bombillas, y andamos a tropezones. Salero, echa carne en el puchero, ya sabes que yo te quiero, que tenga muchas tajás. Las fuentes de la villa están siempre solas y cerrás, nos roban de maravilla, por cada cántaro un real. Salero, echa carne en el puchero, ya sabes que yo te quiero que tenga muchas tajás.
Se había organizado un festival en el que intervinieron Prudencio y Antonio, en el que cantaron sus canciones satíricas y comprometidas que tuvieron un enorme éxito entre el público asistente, llegando la noticia a oídos del alcalde que mandó una pareja de municipales a buscar a Prudencio para que fuera llevado a su despacho del ayuntamiento. La reunión duró más de una hora y de ella salió Prudencio con el rostro demudado. Decían los que le conocían, que desde entonces estaba muy cambiado, pues ya no tocaba la guitarra, ni gastaba las bromas a las que era aficionado. Le había cambiado el carácter. En otro festival, a los que eran aficionados los del pueblo, actuó Antonio como presentador además de artista, y en un momento dado dijo al público, con retranca, ya que era conocedor de lo que había pasado entre Prudencio y el alcalde. “Señoras y señores, nos honra con su presencia el gran Prudencio del que hace tiempo que no gozamos con sus actuaciones, y yo le rogaría que subiera al escenario y nos deleitara con alguna de sus creaciones”. Prudencio rechazó la invitación pero el público reclamaba a gritos su presencia. La algarabía fue en aumento teniendo que intervenir “el Lince” intentando aplacar los ánimos inútilmente pues el clamor popular era incontenible. Hasta tal punto que se vio en la urgente necesidad de sacar el arma cuando le quitaron la gorra de un papirotazo, y disparar al aire sin aparente resultado. Finalmente subió al escenario un cura con un crucifijo en la mano invocando a cristo para que cesara el tumulto. Al final, “el Lince” decía todo asustado “¡Que no sos pase!”