Se abrió la puerta de la barbería del “mudo” y entró Antonio masticando un trozo de paloduz que había comprado por un patacón en el cuarto de la “hermana Adela,” a donde había ido con idea de haber encontrado algún amigo. El “mudo” leía el Marca mientras esperaba que llegaran los hombres del campo para afeitarse. –“¿Qué te trae de bueno por aquí Antonio ahora que es “de noche por tol mundo?” –“Pon radio Madrid ya mismo que va a empezar “Tres hombres buenos” y no quiero perdérmelo” habló precipitadamente Antonio mientras se sentaba repantigado en el sillón de barbero. El aparato de radio tras una pequeña pausa empezó a funcionar.
--“Escuchen nuestra guía comercial. “Norit el borreguito para lavar sus prendas delicadas; el coñac 103, pruébelo y compare; señora, con Belcor siempre irá elegante; cocinas Corcho, el amor empieza siempre por el estómago…
--“Estos de la radio no dicen más que “tontás”. Me voy a inventar yo una guía comercial mucho mejor, ya verás. Con la mía se va a mondar de risa todo el pueblo”—Comentó Antonio molesto por la tardanza en empezar las aventuras de Guzmán, Silveira y el juez Klein. Como siempre, se hacía de rogar el comienzo debido a la guía comercial que parecía no terminar nunca. Al fin comenzó a sonar la Suite del gran Cañón que daba paso al inicio de la serie. El “mudo” veía como Antonio se frotaba las manos de contento y se dispuso a compartir el serial de las aventuras en el Oeste de Guzmán un español, Silveira, portugués y el juez Klein, mejicano, a través del territorio de Méjico. Entró un cliente y Antonio le hizo la señal de silencio con el dedo en la boca al tiempo que se bajaba del sillón de barbero para que lo ocupase el recién llegado. En la radio sonaba de fondo “La suite del Gran Cañón” de Groffé, y una voz grave decía…
“El pistolero se encaró con el portugués. –No voy a hacer caso de un tipejo como usted sobre lo que tengo que hacer”—Silveira habló entonces suavemente al tiempo que enarcaba las cejas, se retiraba de la barra del saloon y se ponía frente al que había hablado ---“Oiga amigo, cundo me llame tipejo… “sunría” o tendré que tomármelo en serio”—Al pistolero se le heló la expresión del rostro. Conocía esa forma de hablar que pertenecía a un hombre veloz como el rayo con el revólver, un portugués llamado Silveira que se encontraba frente a él.”
Las campanas de la iglesia empezaron a tocar a tránsito y Antonio dio un salto de disgusto. Ahora que estaba la radionovela en lo más emocionante tenía que ir a un entierro. No pudo evitar exclamar –“Que le zurzan al muerto, que hasta que no termine no me voy” “¡Pero qué forma de hablar es esa de una persona difunta, Antonio!”—le recriminó el barbero mientras afeitaba al silencioso y cansado cliente. ---“…el pistolero buscó con la mano el revólver de la cartuchera mientras Silveira parecía no inmutarse. Ya estaba el arma prácticamente fuera cuando el portugués pareció salir de su inmovilidad y en milésimas de segundo salió del cañón de su revólver una llamarada de fuego al tiempo que el sonido de un disparo, y seguidamente el cuerpo del pistolero caía al suelo ...” “Otro que ha caído por “mojicón”, exclamó Antonio. “Me voy que llego tarde al entierro y Lucero el sacristán tiene muy mal vino”—
Y diciendo esto salió de estampida dejando atrás como siempre, la puerta abierta y las voces del “mudo”.
Llegó sofocado a la sacristía donde ya estaban preparados los demás monaguillos y Lucero el sacristán que le recriminó por su tardanza en llegar.
--“¡Antonio, otra vez que llegues tarde no sacas el acetre! ¿Te enteras?” y Antonio fue corriendo a cogerlo resbalando en el pulido mármol de la sacristía ante la risa de los otros monagos, acallados por la rápida voz de silencio del sacristán.
--“¿Es que no os dais cuenta de que estamos en un entierro y no un bautizo, so zopencos?” Antonio rompió el silencio preguntando a Lucero el sacristán. –“¿Este entierro es de doble alto o normal? Porque ya sabes que si es de los primeros nos cae una buena propina y si es de los otros nos quedamos a dos velas”—“Tu siempre con tus “tontás Antonio”—“Ni “tontás” ni que niño muerto, que ya sabes tú que nos tenemos que poner los “faldumecos” limpios, vamos más monagos, y nos gusta rezar por lo bajini jerigonzas como seguro que harán los curas.
“Detenerle, detenerle, que este buen bolsillo tiene. Paraos en las esquinas que hoy habrá buena propina”
O si no, no importa que los “faldumecos” tengan muchos lamparones y vamos unos pocos monagos murmurando:
“Aliviarle, aliviarle que estos pasos son en balde, llevarlo bien deprisa que este no tiene ni camisa”.
Todos los monagos rompieron a reír con grandes risotadas que terminaron cuando Lucero el sacristán les propinó unas patadas en el culo.