Que aquel verano fuera tórrido como tantos otros, no parecía importar a los muchachos del pueblo que acudían al sexto recodo del rio Abuel para bañarse desnudos porque ninguno tenía traje de baño. El cauce del rio tenía juncos a los que se agarraban para poder salir, y solo los más atrevidos osaban chapotear en las pozas donde cubría. La algarabía presidía los juegos y Antonio de natural miedoso no se alejaba de la orilla donde se sentía seguro. Algunas veces iban al ladrón del molino del “Revuelo” donde se molía el trigo, pero allí solo podían aventurarse los que sabían nadar pues cubría casi dos metros y no había juncos adonde agarrarse. Alquila, el hijo del molinero se había hecho una barca con las tablas de un cajón y con la pala de un panadero a modo de remo, se paseaba por las aguas del ladrón. Algún atrevido montaba en la barca para su desgracia pues a las pocas remadas la barca volcaba obligando al incauto barquero a salir nadando y teniendo que poner la ropa a secar ante las chanzas de los presentes. Como nadie que se embarcara se librara del remojón, Antonio le preguntó al “constructor”
“¿Pero tu dónde te has fijado para hacer esta barca que siempre se vuelca?” “Siempre no, porque conmigo no lo hace. Yo me pongo de pie en el medio y voy dando paladas para avanzar sin ningún problema. Además me he fijado en la forma de los barcos de los cuentos del “Cachorro” y de “El guerrero del antifaz”—Y como sacara la barca y le diera la vuelta para que se secara la parte inferior, Antonio descubrió la causa con alboroto, y para Alquila fue una sorpresa lo que dijo. –“Pues claro hombre, esta barca no tiene quilla y por eso se vuelca siempre. En los cuentos no se ve la parte de debajo de los barcos pero yo lo he visto en unos dibujos del libro de la escuela,”
—“¡Tu es que eres mu listo! pues no pienso ponérsela porque yo no me caigo y los que quieran montarse ya saben lo que les espera, que el que quiera peces que se moje el culo”
Y Alquila seguía navegando en su barca copiada de los cuentos sin caerse al agua, para envidia de los muchachos.
Al caer la tarde y aflojar los calores, se reunió el grupo de chavales adictos a “Rija”, que era el nombre por el que era conocido Antonio, en un corral que a veces era cine de verano, y tras zamparse una caja de galletas y beberse dos botellas de gaseosa “La Pitusa” sustraídas de la tienda del padre de “Rija”, empezaron a envalentonarse y vocear contra los muchachos de otros barrios con ganas de pelea. “Rija” aprovechó el enardecimiento de la tropa para proponerles una aventura difícil.
“Atacaremos el barrio del “Lugar” y les derrotaremos quitándoles sus armas y “bagajes” “Sus armas ¿y qué?” “Bagajes, so tonto ¿es que no has leído los cuentos del “Cachorro y su fiel Batán?” “¿Y eso qué es?” “No sé cierto, pero me parece que son todos los “apechusques” que tienen, y eso es lo que dicen.” “Por cierto, yo soy el “Cachorro” y nombro a Cicato que está gordo, mi fiel Batán para que me defienda” Seguidamente hicieron inventario del armamento de que disponían. Hondas, tirachinas cuchillos y espadas de madera toscamente fabricadas por ellos mismos, e incluso la tapadera grande de una cacerola para ser usada a guisa de escudo, y algún que otro arco que no lanzaba las flechas más allá de unos metros.
“No olvidarse que tenemos que llevar los bolsillos llenos de piedras para utilizarlas contra el enemigo” les recordó “Rija” antes de separarse, fijando el ataque para el día siguiente por la tarde a la caída del sol.
A la hora acordada se reunieron y comenzaron a caminar en dirección al barrio del “lugar” pensando para sus adentros que los muchachos de dicho barrio eran los más hábiles y pendencieros de la Mambrilla, sobre todo con las hondas que usaban con tanta maestría que cazaban palomas en vuelo, no en balde los muchachos de Peralares no osaban entrar en el pueblo por ese barrio y les insultaban diciendo “Vosotros los de la Mambrilla, habéis roto el reloj porque no daba las trece, so animales”. A lo que contestaban los muchachos de “el Lugar” diciéndoles “Sois unos cabrones que vendisteis la olla y comisteis de ella, desgraciaos”.
Rija empezó a cantar una canción de los tebeos de “el Cachorro” para animar a la temerosa tropa.
“¡Vamos rumbo a Maracaibo, para desmantelar las bases piratas que hay en aquel lugar!”
Cuando llegaron a la calle que bajaba a la plazuela del “Lugar” Rija voceó fuerte “¡A ellos mis leones!” e iniciaron la carrera cuesta abajo desembocando en la plaza de tierra donde media docena de muchachos se entretenían en hacer una hoguera con matas secas de patatas. Una vez pasada la sorpresa del vocerío y las primeras piedras que cayeron alrededor suyo sacaron los tirachinas y las hondas que siempre llevaban consigo y repelieron el ataque, aunque estaban en desventaja numérica plantando cara a la tropa de Rija que recibió una pedrada en el pecho lo mismo que la mayoría y le hizo recapacitar.
“¡Retirada a mis órdenes!” Produciéndose la desbandada general y abandonando parte del “armamento” en la huida.
Antonio intentando evitar las pedradas se introdujo en el cuarto de un zapatero “el cojo Ajudo” partidario de los muchachos del “Lugar.” Pasada la sorpresa de la repentina aparición de Antonio en el cuarto, el zapatero cogió su garrota y le amenazó gritando. “¡Esta es la espada de Montecristo y con ella te voy a matar Rija!” Antonio retrocedió aterrado sin saber qué hacer y sintió en sus hombros la presa de unas manos fuertes que le sujetaban, y una voz que identificó rápidamente sin necesidad de volverse. “Déjalo de mi cuenta.” Se trataba de Bojeta, el jefe de los muchachos del “lugar” al que conocía de sobra por haber intercambiado tebeos. Aquello le tranquilizó un momento, aunque no las tenía todas consigo. Entre los muchachos estaba “Nenin”, con el que intercambiaba tebeos, y que le hacía reír con sus historias de cuando era pequeño, aunque parecía seguir siéndolo porque apenas crecía a pesar de ser un año más joven que Antonio. En medio de los gritos de los muchachos enemigos fue conducido a la reja de una ventana donde le amarraron junto a “Batán” y otros dos de su banda. Antonio recordaba que en los tebeos del Guerrero del Antifaz en parecidas circunstancias se ofrecía a un combate con el jefe enemigo y en caso de victoria conseguía su libertad y la de sus hombres. Pero antes de que pudiera realizar la propuesta y en medio de las burlas y voces pidiendo su cabeza, de los muchachos victoriosos, el jefe le dirigió la palabra. “Paece” mentira que seas un traidor con uno que es un amigo y que te ha cambiado cuentos. Para que veas que no te tengo “interés” os dejaré en libertad con la condición de jurar que no volveréis a atacarnos a traición sin haber avisao.” Y Bojeta que devoraba los tebeos que le cambiaba Antonio, y era de carácter bonachón a pesar de su fortaleza, recordando lo que había leído en muchos de ellos añadió. “Rija, te propongo un pacto de sangre para que no nos ataquéis nunca y te dejaremos que pases por aquí para ir a “Cuernilandia”, más conocido por Peralares, a comprar cuentos.” Antonio era un miedica y casi se mareó cuando Bojeta le hizo un pequeño corte en el dedo “gordo” con la navaja que sacó del bolsillo para juntarlo con la sangre del suyo y sellar el pacto de sangre. Aquello, le parecía estar viviendo la aventura de uno de los tebeos y se sintió uno de sus héroes. Cicato, nombrado por Antonio su fiel Batán y los otros muchachos liberados, se sintieron orgullosos de su jefe Rija, y acrecentándose su admiración por él, regresaron cantando a su barrio como si hubieran salido victoriosos de la pelea, aunque todos con algún chichón, moratones y las blusas, fuera de los calzones.
Cuando al día siguiente Antonio se cruzó con “Nenín” en la plaza le espetó “Menuda nos hicisteis pasar ayer. Yo creí que me ibais a pegar una paliza” “Ca, mi amigo Bojeta no tiene malas entrañas, pero no estuvo “nadica” de bien que nos atacarais por sorpresa y a traición. Otra vez por lo menos se avisa para que estemos “apercivíos” Y cambió de tema “A ver cuando me escribes la carta que te dije que me corre prisa no sea que se me adelante algún licenciao”. “Vente a mi casa y te la escribo ahora mismo” Sentados los dos en una sala sin apenas muebles, empezó Antonio la carta. “Mejor será que me la dictes para que no se crea que eres un Seneca” Nenín carraspeó y dijo:
Distinguida señorita, me decido a escribirle por sentirme enamorado de V.D. profundamente. Espero que esta carta no le sirva de molestia, pero, a decir verdad, a mí me parece que es usted la muchacha más bonita que han visto mis ojos. Me sentiría lleno de alegría si usted aceptara esta petición que le pido. Y sin nada más se despide su fiel enamorado.
Firmado Nenín
La cita de contestación es el próximo domingo de 7 a 7´30
Nenín se marchó con el corazón que se le salía del pecho directo a la oficina de correos para echar la carta con un sello verde de una peseta con la cara de Franco.