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Capítulo 11. El criminal nunca gana. "Seneca investiga"

Rija esperaba en una sala de la planta baja de su casa donde se estaba fresco, hojeando por encima un periódico Marca, cuando empezaron a llegar los miembros de la banda “el sapo verde.” Primero lo hizo “La Zutana” que era siempre muy puntual y del que nadie sabía, ni el mismo, quién le había encasquetado el mote femenino, pero que él asumía resignadamente. Era el más atildado de todos, con la ropa limpia y sin zurcidos ni rotos como acostumbraban los demás. Poco después llegaron Muñequito y el Imaginero discutiendo de futbol como siempre, y se oyeron los pasos ligeros de Refresco, alias Ojillos lodaos, que llegaba corriendo. Siempre corría como el que acostumbra a llegar tarde. Mientras esperaban a Florián que se retrasaba para hacerse valer y el importante, llegó el Tito y echaron un vistazo a los tebeos con delectación. “Si el Jabato se enfrentara al Capitán Trueno, ¿quién decís que ganaría?” preguntó con interés Tito. “¡Como iban a luchar si son amigos, animal!” le contestó enfadado Muñequito al tiempo que se tocaba la sien con un dedo remedando a uno falto de sentido. “Pues no sabía yo que se conocieran los dos. Yo no les he visto juntos en un cuento” insistió Tito. “Es un suponer” insistió Muñequito. “¡Cinco lobitos!” oyeron al fondo del patio a Florián que daba la contraseña “¡Tiene la loba!” contestaron al unísono mientras hacía su entrada en la sala como un senador romano. “Tenía otros asuntos urgentes que reclamaban mi atención, y hasta ahora no he podido librarme de ellos” añadió engolando la voz y mirando de soslayo tras sus gafas. Los demás miembros de la banda se daban con el codo como diciéndose “Vaya personaje importante el Florián” Todos menos Antonio que le conocía de sobra y sabía que todo era una pose. “Bueno, al grano” intervino Antonio cansado de tanta floritura. “Las finanzas escasean y hay que volver a mandar otro anónimo a Marino para que nos suministre otras doscientas pesetas. De modo es que manos a la obra y a escribir y colocárselo subrepticiamente” “¿Subre… qué?” Dijeron varios sin entender lo dicho por Antonio. “Subrepticiamente animales, que parece que no leéis las novelas policiacas, y que quiere decir hacerlo sin que se dé cuenta, so borregos” Remachó Antonio como queriendo dejar claro quién era el que sabía más de la banda.

  Después de acordado quién le pasaría la nota de forma astuta y sin que lo notase Marino, se disolvió la reunión.  Antonio se quedó oyendo en radio Madrid el programa “El criminal nunca gana” que dirigía Teófilo Martínez y como detective Agustín Ochoa. Antonio disfrutaba enterándose de las artimañas de los delincuentes y pensando que él sabría dar esquinazo a la “bofia”. Los delincuentes eran siempre detenidos y cosa curiosa, los delitos sucedían en el extranjero.

 Los secuaces del “sapo verde” espiaron a Marino y cuando este jugaba al futbolín en el cuarto de la “hermana Adela” le introdujeron la carta con disimulo en el bolsillo de la chaqueta que había colgado en un gancho de la percha. Tito esperó para ver la reacción de Marino cuando encontrara la carta en el bolsillo, pero se quedó con la miel en los labios porque Marino solo metía la mano en el bolsillo del pantalón que era donde llevaba los “cuartos.” Solo fue más tarde, cuando iba a acostarse, que metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y ante su sorpresa encontró el sobre.

Aquella noche no pudo conciliar el sueño y a ratos hablaba en voz alta “¡Tengo que pagar doscientas pesetas a la banda de “la rana verde” o me liquidarán! Esos tipos no se andan con bromas. Tengo que hacerlo sin falta” Su madre oyó sus palabras y alarmada fue al cuarto de la policía municipal donde contó lo que le sucedía a su hijo. “No se preocupe señora, investigaremos y arreglaremos este asunto” Le consoló el “Lince” uno de los municipales que estaba de guardia. Cuando llegó el cabo llamado Francisco, pero conocido por “Seneca” dada su listeza, el “Lince” le puso al corriente y el cabo esbozó una sonrisa. Se imaginó quienes podían ser los causantes de la situación y encargó a el Lince” que avisara a la madre de Marino para que se presentaran los dos en la oficina. El “Lince” cumplió la orden y no tardaron en presentarse la madre y el hijo. Marino iba compungido por la reprimenda de la madre que no hacía más que atosigarlo.

“Seneca” les hizo tomar asiento y empezó a interrogar a Marino. “¿Cuándo te mandó esa carta la banda de “la rana verde?” “Hace por lo menos tres días que mi hijo no duerme y habla en sueños” “No le pregunto a usted señora, deje que hable su hijo” le interrumpió el cabo. Marino habló temerosamente “Esta vez hace tres días” “¿Cómo que esta vez, es que acaso ha habido más cartas?” “Si, antes me mandaron otra” “Sigue contándome lo que hiciste entonces” “Pues… que pagué con un sobre que dejé en las poyatas del parque de la “Zarza”.  El cabo “Seneca” dio por terminado el interrogatorio y maquinó un plan para atrapar a la banda de “la rana verde”

  El municipal era un hombre de mediana edad y estatura, algo entrado en carnes, con un bigotillo que empezaba a ser gris y bajo el cual solía dibujarse una sonrisa bondadosa que procuraba disimular para no perder la autoridad entre sus compañeros y convecinos. La mañana siguiente se presentó en las escuelas a la hora del recreo y empezó a dirigirse a todos los muchachos. “Voy a requisaros, las armas que llevéis encima, como tirachinas, navajillas, hondas y demás, así que empezad a llenar esta bolsa que traigo, y deprisa que no tengo tiempo que perder” Mientras que los chavales sacaban de los bolsillos los más diversos artilugios que depositaban en la bolsa, el cabo hizo un comentario como de pasada. “Esto de los tiradores se va a acabar, lo mismo que esa historia de “la rana verde”, aunque esos tienen que ser mayores que vosotros ¿verdad?” Tito que estaba cerca de él enrojeció ostensiblemente e intentó alejarse pero el cabo le llamó. “Oye Tito, ven un momento que tenemos que hablar, los demás podéis iros,” y apartándose de los otros muchachos empezó a preguntarle por sus compañeros de cuadrilla, donde se reunían y qué sabía de la banda de “la rana verde”. Tito se resistió al principio pero terminó contando que se reunían en casa de Rija, y que acudían Florián, la “Zutana”, el “Imaginero”, “Refrescos” y “Muñequito”. “Hombre, lo mejor de cada casa y diría que hasta del pueblo. Pues vas y los avisas para que esta tarde a las seis os presentéis todos en el cuarto de los municipales. Y sin que falte nadie o mandaré al “Lince” a buscaros”. Tito se puso en movimiento y fue primeramente a casa de Rija para informarle. “Menuda nos ha caído encima. Tendremos que poner en juego todo nuestro ingenio para salir de esta” Suspiró Antonio al tiempo que le encargaba a Tito que fuera a buscar a los demás mientras el hacía lo propio con Florián. Y allá que fue Antonio sabiendo el terremoto que se iba a producir.  Abrió la puerta el padre de Florián que le preguntó con cajas destempladas “¿Qué horas son estas de la siesta para que vengas a molestar, mamarracho?” Antonio se sintió maltratado y decidió echar leña al fuego. “Yo vengo para avisar a su hijo de que está citado a declarar en el cuarto de los municipales esta tarde a las seis y como no vaya vendrá el “Lince” a buscarle y se lo llevará esposado” El padre de Florián se puso rojo de ira y sin decir palabra cerró la puerta dando un portazo, dejando a Antonio con una sonrisa maléfica de venganza. Se quedó escuchando los gritos del padre “¡Mal hijo, me vas a perder!” Florián le echaba la culpa de todo a Antonio sin resultado “Todo es culpa de Rija, yo no sé nada” Pero todo era inútil y el padre no paraba de sacudirle escobonazos y patadas en el trasero. Antonio se dirigió al cuarto de los municipales mientras que por detrás oía los vituperios que el padre le iba dirigiendo a Florián mientras le acompañaba al cuarto para el interrogatorio, por lo que se metió en el portal abierto de una casa y les dejó pasar, saliendo después y cerrando el cortejo. Las mujeres salían a la puerta de su casa ante las voces y se hacían cruces mientras comentaban. “Estos muchachos son peores que la grama. Te paice a ti con lo grandes que son y la guerra que dan”. Llegando al cuarto de los municipales se presentó  “Refrescos” con su padre que tenía que poner la chapa de la matrícula en la bicicleta, por lo que el “Lince” le hizo pasar, aunque antes su padre, enterado del asunto, le dio un guantazo que le dejó caliente y sentado en el banquillo. Al rato se presentó el “Imaginero” con su padre que pretendía que no se quedara “Me lo llevo a la ermita de la Zarza para que me ayude esta tarde” pero cuando fue informado por el cabo, le soltó dos tortas y se fue con mal humor. “Seneca” le encargó a Antonio que fuera en busca de “Muñequito” el hijo de D. Juan el maestro. En ese momento le estaba dando clases particulares a su hijo “Cuando los moros entraron en España…” En ese momento entró Antonio en la clase interrumpiendo la explicación. “¿Dónde vas cateto?” le interpeló D. Juan. “Vengo a por Fernandito” dijo Antonio muy seguro de sí. “No puede irse, porque está dando clase como estás viendo” Antonio disfrutaba dando explicaciones al tiempo que notaba como se congestionaba de ira el rostro del padre y Fernandito, alias “Figurito” se encogía de temor, que terminó con la regla de madera rota sobre su cabeza. Solo faltaba la “Zutana” que no aparecía por ningún lado. Se había enterado de lo que pasaba y prefirió quitarse de la vista de todos. El cabo dio comienzo a la reunión pasando lista y al percatarse de su ausencia dijo cachazudamente. “Yo me encargaré personalmente de que sea localizado. De esta no se libra” Los muchachos estaban sentados a derecha e izquierda en los estrechos banquillos junto a la pared, y el cabo sentado en la mesa en medio de la habitación flanqueado por el “Lince”, el pregonero y el alguacil que estaban de pie. La puesta en escena la había preparado el cabo “Seneca” que gustaba del protocolo. En la mano tenía el martillo de remachar las matrículas de las bicicletas y con él dio unos golpes a modo de un juez de las películas. “Bueno, vamos a ver. ¿Conque vosotros sois la banda de “la rana verde”? ya os voy a dar yo a vosotros so mastuerzos” Solo Antonio y Florián parecían conservar la calma. “¿Quién es el jefe?” interrogó el cabo, a lo que respondió presto Antonio que parecía asumir con orgullo la situación. “¡Soy yo!” dijo al tiempo que se ponía de pie ante la sorpresa y admiración del resto mientras Florián se mantenía displicente. El cabo empezó a preguntar al jefe por las actividades de la banda, y Florián se adelantó chulescamente en la respuesta sin aceptar la jefatura de Antonio. “Asaltar el cercado donde guarda la moto Campos para arramblar con ella, y asaltar este tugurio y no dejar piedra sobre piedra” “Seneca”, el cabo, esbozó una media sonrisa y le mandó callar, y sacando un papel arrugado le preguntó a Antonio. “Este es el anónimo que le habéis mandado a Marino” ¿verdad Rija?” Antonio no podía distinguir la nota desde su asiento pero tenía información de que marino había roto el anónimo por lo que pensó que la banda le había mandado otro sin informarle a él y se encaró con Florián “Con que le habéis mandado un anónimo sin mi permiso ¡eh!” “¡Imbécil, ese es un anónimo falso. Es un truco de ‘Seneca’ para hacernos cantar de plano!” Saltó Florián mientras el cabo seguía preguntando. “¿Dónde está el dinero?” “Nos lo hemos gastado en comprar cuentos” respondió Florián con aplomo. “Y los cuentos esos ¿Dónde están?” siguió tirando de la madeja el cabo. “Los hemos vendido Florián y yo” contestó Antonio “¿Y el dinero de la venta?” “Lo hemos fundido en el futbolín Rija y yo” sentenció Florián. Los de la banda se miraron sorprendidos e indignados “¿Con que habéis vendido los cuentos y no habéis repartido los dineros? Sois unos “gentuzos” dijo uno de ellos “Yo no he visto un solo patacón de ese dinero so merluzos” gritó otro. La algarabía era mayúscula y el cabo tuvo que intervenir dando unos martillazos en la mesa. “¡Silencio! Tenéis que restituir el dinero” exigió con voz firme el cabo pero Florián le contestó levantándose displicente “Imposible. No tenemos ni una lata” “¡Siéntate!” le ordenó dando un martillazo que no pareció impresionarle. El cabo se dirigió al “Lince” y los otros dos miembros del simulacro de jurado. “Entonces ¿Qué hacemos con estos, les damos cuatro palos o los encerramos en la cochera para que duerman al raso unas noches haciendo compañía a los perros?” Los del jurado deliberaban lo más conveniente mientras los de la banda estaban asustados salvo Antonio y Florián a los que parecía no iba con ellos la cosa. “Esto lo trae leer tantos cuentos y novelas de criminales” dijo el “Lince” “Si estuvieran con un “azaón” en el campo se les quitaba tanta tontería” dijo el alguacil. “Bueno. Mañana os quiero volver a ver aquí, pero a todos al completo. ¿Entendido? Pues andando” Sentenció el cabo mientras que el pregonero comentaba “Nosotros cuando éramos muchachos rompíamos cuatro cristales y poco más, pero estos muchachos de ahora son peores que la cañota”

La banda se dirigió al parque de la Zarza para discutir lo que había que hacer, aunque estaban recelosos de cómo acabaría la historia. Antonio pretendía levantarles el ánimo. “No os preocupéis demasiado. Lo único que va a pasar es que os regañarán en vuestras casas, pero nada más” Pero los de la banda no las tenían todas consigo. “Claro, tú dices eso porque en tu casa no te dicen nada ni hacen caso de ti, pero a nosotros nos van a dar una somanta de palos y guantás” Florián salió al quite “Esto es un cuento chino y no hay que dejarse intimidar por “Seneca”. Al día siguiente acudieron todos menos “la Zutana”. “Vaya hombre, aquí tenemos a la banda de “la rana verde” Exclamó el cabo. “Pero vamos a esperar al cuerpo del delito. Aquí llega” Y el cabo hacía referencia a Marino que llegó acompañado de su madre con cara de pocos amigos. “Siéntese señora, y tu Marino ponte a mi lado. ¿Cuánto dinero te han sacado aquí los interfectos?” Marino pareció no comprender. “Los interfectos esos que usted dice nada, pero los de “la rana verde” doscientas pesetas” El cabo no pudo contener una sonrisa y siguió preguntando “¿Estás seguro de que solo les llevaste dinero a los jardines de la Zarza una sola vez?” “Bien seguro “Seneca” …, digo cabo” Ahora este se dirigió a la madre en tono recriminatorio “¿Cómo es que tiene usted el dinero tan somero para que lo pueda coger su hijo?” “Como no lo coja del cajón de la tienda…” Se defendió la madre. “¿Es de ahí de donde lo coges?” le presionó el cabo y Marino bajó la cabeza y guardó silencio. “Contesta” le apremió el cabo, y respondió con miedo “Alguna vez he cogío algo” Antonio vio abrirse la rendija por donde eludir el castigo. “¿Cómo que alguna vez? ¿Y esas partidas de futbolín que juegas todos los días, y el dinero que derrochas a manos llenas con tus amigos? “Seneca” voy a mi chaqueta que lo tengo todo apuntado” “¡Tú no te mueves de aquí, y siéntate!” le atajó el cabo. “Haber, ¿de qué tratan esos apuntes de que hablas?, que seguro que con la memoria que tienes los recuerdas con todo detalle” Y Antonio empezó a enumerar todos los negocios de tebeos que tuvo con él desde hacía tiempo y que terminaron enemistándoles por los tejemanejes suyos. “Por lo que veo, Rija es el maestro de ceremonias de todos estos chanchullos” Exclamó el cabo mientras la madre de Marino salía en defensa de su hijo dándose “pisto”. “Pues si mi hijo gasta dinero será porque lo tiene, y los otros no lo gastan porque no lo tendrán” El cabo cortó la disertación secamente y dirigiéndose a ella le dijo “Bueno señora, en ese caso queda zanjada la cuestión. Ya puede usted marcharse con su hijo” Mientras salían del cuarto de los municipales le iba diciendo “Es que tú eres un memo hijo mío” Y entró el que faltaba. “La Zutana” “¿Cómo es que no viniste ayer y hoy lo haces tarde?” le preguntó el cabo, a lo que respondió muy digno “Órdenes del jefe” “Eso es mentira” le atajó Antonio que tenía información de que su padre le había dado una buena tunda. El cabo zanjó el tema de forma autoritaria. “Esta cuestión se va a terminar. Queda prohibido terminantemente jugar a las guerras, leer cuentos y tener esas armas de fabricación casera que tenéis y que puedan causar daño. Y mañana me traéis los cuentos y las armas. Así que zumbando ahora mismo de aquí” Los muchachos se fueron a sus casas con el propósito de no hacer caso al cabo. Florián remató la cuestión en la forma que le caracterizaba “Habrá que esconder el botín, porque la “bofia” sabe demasiado, son unos sabuesos de cuidado” Y el resto de la banda estuvo de acuerdo. Antonio se cruzó con el cabo el día siguiente y este le preguntó por los tebeos a lo que contestó. “Seneca” estoy más tieso que la mojama. No tengo ni un solo cuento” y es que tanto él como los demás se habían encargado de esconderlos y ponerlos a buen recaudo por si el “Lince” hacía un registro en sus casas.


Antonio Morales, Rija

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