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Capítulo 9. La Rana Verde. "No te pincharás Manoli"

Aquel verano se podía freír un huevo encima de una piedra, y aunque la gente estaba acostumbrada a esos calores tomaba sus precauciones como no salir por la tarde hasta que aflojaba el fuego del sol, buscar los rincones más frescos de la casa con el botijo siempre en la cueva y salir a tomar el fresco por la noche a la puerta de la casa sentados en taburetes y estar de cháchara hasta que el fresco permitía dormir.

Antonio y sus amigos se solían reunir en su caserón, en una de las salas frescas de la planta baja para leer tebeos o jugar a las cartas, y cuando caía la tarde jugaban al balón en la calle y si tenían algún dinero, al futbolín en un cuarto que regentaba el cojo Mirolo, un hombre que al decir de Antonio tenía “Más mala leche que las chinches”

Marino, un muchacho habitual de la cuadrilla, manejaba el dinero que sustraía del cajón de la tienda de su padre, y en cuanto lo conseguía iba a decírselo a Antonio que solía estar repantingado en la barbería de Pepongo leyendo novelas de Marcial Lafuente Estefanía acompañado de Porcinos y Cosido. Desde la calle y a través del cristal de la puerta le hacía una seña a Antonio para que saliera, y cuando este salía de mala gana enfrascado como estaba en la emocionante lectura de una aventura de pistoleros, le informaba. “Rija, tengo doscientas pesetas que he cogido del cajón. Vamos a jugar anca el cojo Mirolo.” Y allá que iban acompañados de Porcinos y Cosidos, que se las prometían muy felices. Otras veces era Cosidos el que manejaba dinero con el que les animaba a ir con él a Peralares donde les invitaba a refrescos y compraban algún ejemplar de la colección “Ídolos del deporte” que les gustaban sobremanera. Marino siguió cogiendo dinero del cajón y se vio con el problema de guardar en algún sitio lo que no se gastaba por lo que recurrió a su amigo Antonio para que se lo guardara en su casa, y se lo administrara. “De cincuenta me llevo cinco, más el corretaje y otras minucias…” Marino empezó a sospechar de él y dejó de darle dinero para su “cuenta” mientras que seguía gastando a manos llenas delante de Antonio que empezó a maquinar en su mente calenturienta la manera de darle un escarmiento.

  Antonio, como el tío Gilito de los tebeos del pato Donal, se dedicaba a regodearse con las colecciones de tebeos que tenía y con los ejemplares del periódico deportivo “Marca” dada su afición al futbol y al Atlético de Madrid. Gracias a su privilegiada memoria sabía alineaciones, resultados, goleadores e incluso árbitros de los partidos. Allí en una sala medio destartalada, acumulaba cientos de tebeos y periódicos que de vez en cuando hojeaba con fruición. Cuando se cansaba, se dirigía a los paseos del cerro de la Zarza donde juntarse con otra cuadrilla y echar unas partidas al tute a la luz de una bombilla, fumar un cigarro “Celtas” y jugar a “las manos arriba” y otros juegos típicos del pueblo como “picalé”, el “cirrio”, “chorin”, “pídola” y otros más. Allí se juntaban la “crema y nata” del barrio. Eran siete, Tito, Muñequito, el Imaginero, Refresco, alias ojillos tapaos, un muchacho con alias femenino la “Zutana”, Florián y Antonio. Este propuso a la cuadrilla una idea que le venía rondando; la creación de una banda que se llamaría “La rana verde” como una de las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín, y de la que salió elegido Antonio como el jefe.

Estando en estas consideraciones reunidos junto al cerro de la ermita de la Virgen de la Zarza oyeron discutir a una mujer con un hombre y por sus palabras dedujeron que eran matrimonio. La mujer le decía al hombre:

“Vengo de ver a la Virgen para ofrecerle que si dejas de beber vino subiré descalza el cerro hasta la ermita de la Virgen de la Zarza” A lo que el hombre contestó con rotundidad y mucha guasa. “¡No te pincharás Manoli!”

Las risas de los muchachos alejaron a la pareja del lugar. “Bueno, a lo nuestro” Recondujo Antonio la situación. “Tenemos que reunirnos en mi casa para planear la forma de sacarle a Marino los dineros que tiene y que se gasta con sus amigotes. En mi casa nos encerramos con llave y si viene alguien le pedimos que diga quién es y si nos conviene le abrimos y si no le decimos que estamos ocupados” Aquello gustaba a los otros muchachos, que se imaginaban ser miembros de una banda como las que veían en el cine o en los tebeos. “Falta lo mejor. Si es alguno de la banda el que llama tiene que decir, cinco lobitos, y así le abriremos rápidamente”

 En la primera reunión se acordó mandarle un anónimo a Marino escrito a máquina por Tito para que no reconociera la letra de ninguno, y Refrescos tendría la misión de seguirle y en la mejor ocasión meterle el anónimo en el bolsillo del pantalón. La ocasión se presentó cuando fue en compañía de otros muchachos al quinto recodo del rio Abuel para darse un chapuzón como era costumbre en los días de calor. Refrescos les acompañó, pero no se bañó alegando cualquier razón y con sigilo y cuando Marino no le veía le introdujo el papel en el bolsillo, marchándose a continuación porque dijo que estaba malo. Fue rápidamente a la casa de Antonio y tras identificarse con el “cinco lobitos” entró eufórico en la sala.

 “Ya está. Le he metido el anónimo en el bolsillo del pantalón como me dijisteis” Informó Refrescos todo orgulloso. “Buen trabajo” Dijo Antonio frotándose las manos “Ahora solo queda esperar y que el ‘sinaco’ de Marino muerda el anzuelo.” Habló Florián con el lenguaje novelesco que usaba habitualmente. “Habría que seguir sus pasos para ver si se lo dice a alguien” habló “Muñequito” “Yo no puedo hacerlo porque le he dicho que estaba malo y me iba a acostar” informó Refrescos. “Pues entonces que sea “la Zutana” que es muy amigo suyo” Remató Antonio, y añadió “Tito, recuérdanos lo que ponía el papel del anónimo” Y Tito lo dijo de corrido, orgulloso de la redacción.

“Marino, somos la más feroz organización que ha conocido el mundo. Tu vida pende de un hilo. Si no quieres morir deposita doscientas pesetas en la poyata de los músicos el miércoles por la noche a las diez. No vayas con el cuento a la policía o morirás. Paga o muere. Firmado: “el sapo verde ¿Qué os parece?”  “Gracias a mi inteligencia te dije como tenía que ser” Añadió Antonio orgulloso del estilo de la misiva. “Pues el sapo verde que dibujé tampoco era manco” añadió Tito. “Bueno, ahora lo que hace falta es meterle miedo para que haga caso” Atajó Antonio “Cuando nos juntemos con él hay que hablarle de que existe una banda llamada el “sapo verde” que atemoriza al pueblo, y que lo mejor es hacerles caso, porque sabemos que cumplen sus amenazas.”

El día señalado y a la hora indicada se presentó Marino en los jardines de la Zarza. Tenía el rostro demudado por el miedo y se movía torpemente mirando temeroso a todos lados como temiendo que apareciera alguien y le matara. Antonio y los demás miembros de la banda de “la rana verde” habían llegado con antelación y estaban escondidos acechando tras los arbustos, cuchicheando y ahuyentando a las parejas de novios para que no estorbaran la operación secreta. “Chitón que ahí viene” dijo Antonio, y Florián al ver a Marino indeciso y temeroso empezó a hablarle engolando la voz “¡Sigue avanzando y no temas ningún peligro si dejas el dinero pues mis hombres te están vigilando!”  Marino, haciendo de tripas corazón dejó un sobre arrugado en una poyata y seguidamente salió corriendo como alma que lleva el diablo.

Florián se adelantó a todos y recogió el sobre. Cuando lo abrió se le iluminó el rostro soltando una carcajada “El golpe ha salido perfecto. Ahora este dinero engrosará las vacías arcas del “sapo verde” Las risas de los demás miembros de la banda se unieron a la de Florián mientras Antonio se frotaba las manos y exclamaba. “Soy un genio del Hampa, “la rana verde” será el terror de la Mambrilla y nadaremos en la abundancia” Y canturreando regresaron al pueblo por los paseos de la Zarza que a esas horas se encontraban desiertos de gente salvo alguna pareja que se ocultaba para hacerse arrumacos. El reloj del minarete daba las diez y media y los hombres del pueblo se recogían para el día siguiente salir al campo antes de que saliera el sol  y llegar a la finca con el sol en el horizonte.


Antonio Morales, Rija

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