Don Apolonio el maestro, tenía una forma rimbombante de hablar a los alumnos poniéndose de modelo y ejemplo. “A mí nunca me suspendieron en ninguna asignatura. Así que tomar ejemplo” Pero de nada servían sus palabras. Los alumnos esperaban en la puerta de la escuela la llegada del maestro y como este llegaba algo más tarde procedente de Peralares, se las ingeniaban para introducir por entre los barrotes de la reja de la ventana, a uno de los párvulos para que posteriormente abriera la puerta desde dentro. Y una vez en la clase, empezaban a jugar a las guerras entre bandos, que daban fin en cuanto avisaban de la llegada de Don Apolonio. Un día de aquellos tardó más de lo usual en llegar lo que propició que la breve guerrilla cotidiana desembocara en una guerra total de destrucción masiva. Florián, el principal protagonista de las luchas, comenzó a meterse en el papel y aquello fue Troya.
Uno de los contendientes tuvo una “feliz idea” “Si rompemos una silla nos sirve como ametralladora” Florián no tardó ni un segundo en ponerla en práctica con una de las desvencijadas sillas y rápidamente fue imitado por los demás convirtiéndose en rústicas armas de madera acompañadas del ruido que hacían dando las típicas voces de “ratatatá” Unos recordaron que en la cueva estaban los tubos de la estufa para el invierno y fue a buscarlos para ser usados como bazokas atrincherados tras las desparramadas mesas. Pero Florián asaltó la posición y cogiendo los tubos los pisoteó con rabia dejándolos inservibles. Las mesas rodaron por los suelos y con ellas los tinteros que derramaron la tinta por doquier. La batalla estaba en su punto crucial y se luchaba encima de las mesas y en el suelo delante de un armario que contenía libros y en cuyo borde superior estaba la hucha con cabeza de chino que se usaba para recaudar fondos para las Misiones. En una de las acometidas, el armario se tambaleó y cayó al suelo la hucha con estruendo haciéndose añicos y desparramándose su contenido ante los atónitos muchachos que no tardaron en reaccionar dejando el suelo sin rastro de las monedas. Los cristales de las ventanas saltaron rotos por los proyectiles y los cuadros de Franco y José Antonio estaban por el suelo víctimas de la refriega tras ser usados como diana de los más variados objetos. Florián había cogido un botijo y lo hacía girar por encima de su cabeza amenazando al enemigo hasta que se rompió el asa saliendo despedido contra la pared donde explotó ensordecedoramente y desparramando el agua tras haber rozado la mesa del maestro que rodó por el suelo. Se hizo un silencio sepulcral. El agua mojó la cara de algunos haciéndolos despertar a la realidad como si hubieran recibido una bofetada. Florián con el asa en la mano todavía, reaccionó dando una patada al botijo restante y aprovechando el culo del mismo como casco empezó a gritar. “Soy el Cid, majaderos” Antonio llevado de su temor se había refugiado en el “corralillo” viendo lo que sucedía por una ventana. Fue así como oyó a un muchacho entrar voceando “¡Que viene Don Apolonio” Todos quedaron paralizados, mientras que un frio helado les recorría el espinazo y haciéndolos volver a la pavorosa realidad creándose un silencio sepulcral vaticinio de la tormenta que se avecinaba.
Don Apolonio entró en la clase desprevenido y no bien había traspasado la puerta quedó inmóvil contemplando, los despojos de la batalla. Pareció no inmutarse y exclamó “Vámonos a otra clase” Los muchachos estaban desconcertados y no daban crédito a la reacción del maestro, sin saber las consecuencias del vandalismo, comenzando la clase como si no hubiera sucedido nada, pero algunos días más tarde vieron como Don Apolonio hablaba con el maestro de la clase colindante que le relataba lo que había sucedido tras informarse detalladamente, y le acompañó a la clase donde dirigiéndose a Florián le hizo ponerse en pie “Florián, eres una persona sin ley” a lo que este respondió congestionado de ira “¡Le espero en el paseo de Peralares para partirle la boca” Dicho esto, cogió la cartera y salió de la clase. Fue expulsado y ya no fue más a la escuela. Días más tarde Don Apolonio informó de lo ocurrido a los alumnos y añadiendo que poseía una relación de nombres implicados en lo sucedido, por lo que a la más mínima correrían la misma suerte que Florián. Este contó a sus amigos que su padre lo había puesto de ayudante de un electricista y que estaba muy contento y con dinerillo, para terminar diciendo. “¿Sabéis una cosa? Estudiar es perder el tiempo para ganar dinero”