Vida y andanzas de un pícaro manchego del siglo XX

Antonio seguía con su vida usual entre festivales de la canción, actuaciones esporádicas en los pueblos y cobrando letras para su abuelo que ya estaba muy mayor y era sustituido por su tío Fidel que le controlaba y ataba corto. Por aquellas fechas empezó a ser asiduo oyente de los programas de radio que tenían que ver con los concursos de cantantes y de humoristas que gozaban de gran audiencia.  “Quiero ser un triunfador”, “Invitación a la fama” y otros del mismo estilo, dirigidos por Boby Deglané que era el locutor estrella de las ondas y trabajaba libre de contrato con distintas emisoras.

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Los festivales se celebraban por los pueblos de la provincia de Ciudad Ducal, y raro era en el que no participaba Antonio en solitaria representación del pueblo o acompañado de alguna agrupación musical del mismo. La organización de dichos espectáculos corría siempre a cargo de gente aficionada, el cura, el concejal de turno o el responsable de algún grupo cultural con mucha voluntad y poca experiencia que se suplía en último caso con buenas o malas palabras.  Antonio, dada su popularidad era reclamado de los más alejados pueblos de la provincia con difíciles medios de comunicación por lo que en muchos casos debía ir en bicicleta o andando.

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Cameras seguía con el programa del bachillerato nocturno de Radio Nacional, que grababa en casa de Arboleda para estudiarlo y ponérselo posteriormente a los chicos de las escuelas. Su inquietud no descansaba y Antonio se unía a él muchas noches junto al propio Arboleda, pasando unas noches agradables al tiempo que provechosas. En las vacaciones de navidad dejó de emitirse el programa temporalmente, pero acostumbrados a reunirse, decidieron aprovechar para grabar con el magnetofón algo de su invención. Alguna de las cintas que grabaron resultó entretenida y decidieron enviarla al programa nocturno de Radio Zaragoza que dirigía el locutor deportivo Paco Ortiz, que casualmente era natural de Valderrocas. La cinta decía así:

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En el pueblo había unas cuantas barberías y era muy común que los barberos supieran tocar la guitarra con la que entretenían las horas sin clientela. Entre ellos destacaba Prudencio por sus composiciones satírico-sociales en las que reflejaba lo que acontecía en el pueblo. Sus canciones eran coreadas por la gente que las asociaba con las que cantaba

Antonio, y que no les hacían ni pizca de gracia al alcalde y sus concejales. Una de las más celebradas era la versión que hacía de “Yo soy un hombre del campo”.

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Acción Católica seguía organizando diversos actos a fin de recaudar fondos para ayudar a los más necesitados del pueblo, y en esta ocasión pretendían realizar un gran festival y conseguir suficiente dinero para ayudar a una familia. Había pensado Don Diego en Antonio como presentador y mantenedor de este entre las diversas actuaciones de artistas invitados que actuaban desinteresadamente en él. Antonio estaba ilusionado y preparaba nuevos números y repertorio renovado. Pero las noticias vuelan, y el anuncio de su actuación llegó a oídos de su abuelo y tío, y estos se movilizaron inmediatamente llamándolo a capítulo. Acudió este sin sospechar de qué querrían hablarle, aunque imaginó sería sobre algo relacionado con la cobranza de las letras. Cuando entró en la habitación que le servía de despacho, aunque fuera un local que cumplía la función más propia de almacén, le sorprendió ver a su abuelo sentado frente a una mesa llena de papeles y cartas ensartadas en un clavo, y de pie, a ambos lados de este, su tío Daniel y el cabo de la guardia civil. El tío cerró la puerta con llave, al tiempo que empezó a hablar su abuelo con tono agresivo “Ya me he enterao de que quieres actuar en un festival y que me “mentarás” para que se rían los del pueblo ¿verdad? ¡Desgraciao, quieres sacar a la familia en canciones y poesías para burla de todos. ¡Pero no te saldrás con la tuya so baboso!” Antonio miraba al abuelo, al tío y al cabo que tenían el gesto serio y grave pero no abrían la boca para decir nada. “¡A mí no me sacas en cantares para ser el risión de to el pueblo! ¡Así que te quedarás encerrado en esta habitación hasta que termine el festival ese! Si tienes hambre y sed tienes galletas y gaseosas. Para el caso es como si estuvieras “fusilao… hasta nueva orden” Y sin decir más salieron de la habitación cerrando por fuera con llave, y dejando a Antonio sumido en la mayor de las frustraciones.

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El local destinado a Falange llevaba un tiempo cerrado desde las fechorías de Florián y los suyos, por lo que se decidió darle utilidad y que fuera sede de antiguos alumnos de las escuelas del pueblo. Al frente se puso a Cameras, el amigo de Antonio, que era un modelo de responsabilidad y eficacia. Compaginaba diversos trabajos al tiempo que estudiaba por libre siguiendo el bachillerato nocturno de radio nacional. Cameras era todo entusiasmo con “la Asociación” que procuraba dirigir con la colaboración de aquellos que tenían inquietudes. Allí se reunían, charlaban, leían libros y revistas o jugaban a las cartas, pero no contaban con la figura de Florián y sus camaradas. Pronto empezó a hacer acto de presencia y a provocar discusiones y enfrentamientos. Si algunos estaban jugando al dominó, comentaba “A ver cómo va la cosa” y extendiendo las dos manos abatía las fichas sobre la mesa añadiendo  “Ya podéis empezar de nuevo chavales” ante el enfado de los jugadores.

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Los años pasaban y Antonio se hacía mayor sin darse cuenta. Los amigos empezaron a estar más sujetos, los menos, por los estudios y la mayoría por el trabajo en el campo con su padre. Su abuelo Rija le encargó que se dedicara a cobrar letras de las que él gestionaba como corresponsal del banco, y a eso se dedicaba llevando una cartera con correas montando su inseparable bicicleta, o bien andando si se trataba de casas próximas. Por dicho trabajo le pagaba seis duros diarios, pero pasado un tiempo, terminó ganando veinte duros. Antonio seguía vistiendo como siempre, un pantalón corto hasta debajo de la rodilla, una camisa sin cuello, y unas zapatillas gastadas con las que se sentía a gusto.  Su tío Daniel le zahería continuamente por sus costumbres y poco interés por el trabajo físico en el campo. “Antonio, no sirves para nada. No haces más que el gandul sin dar un palo al agua. ¿No te da vergüenza que no sepas ni donde están las fincas de tu padre a las que no vas ni de visita?” “El campo no es lo mío tío Daniel, pero si tanto interés tienes, esta tarde mismo voy a trabajar contigo” Contestó Antonio en uno de sus arranques impulsivos sin pensar lo que decía.

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Las noches de verano eran la ocasión para reunirse en la puerta de las casas sentados en taburetes y con un botijo al lado. Se charlaba de todo y las voces se oían diáfanas. Antonio solía sentarse en la plaza delante de “la Agrupación” en cuyo interior se reunían los mayores de dieciocho años para jugar una partida de cartas o leer los periódicos Lanza, ABC y Marca a los que estaban suscritos. Sacaban sillas a la calle para los socios que quisieran tomar el fresco mientras tomaban una bebida sin alcohol servida por el conserje. “La Agrupación” tenía entre sus normas la de no servir ni consumir alcohol en ninguna de sus diferentes versiones, ya que siendo un pueblo vinícola había tenido experiencias de alcoholismo que pretendían erradicar, al menos dentro del local. Antonio discutía de fútbol con los muchachos e incluso, con algunos mayores, dada su memoria para los datos, alineaciones, resultados, fechas y aspectos anecdóticos que conocía al dedillo. Una de esas noches, un contertulio algo quemado por no poder competir con él, le espetó: “Rija, sabes muchis’mo de deportes pero nunca te he visto practicarlo”. Quedó Antonio en suspenso pero contestó con decisión. “¿Quieres ver como hago deporte? Pues ahora veras” Y ni corto ni perezoso comenzó a dar vueltas a la recién arreglada plaza del Azafranero a ritmo de maratón. Lo que en un principio no dejaba de ser una excentricidad, pasó a ser algo chocante para los presentes en la plaza, y al cabo de unas cuantas vueltas, regresó fatigado a su asiento. “¿Qué dices ahora “bocarán”?” y el contertulio tuvo que callarse. Sacó Antonio la firme decisión de practicar todas las noches con la fresca y aquellas carreras maratonianas pasaron a ser algo normal en las noches de verano. Gente sentada delante de “La Agrupación” y del Casino, algún vendedor de helados, el cuarto de la “hermana Adela” abierto y con muchachos jugando al futbolín o comprando pipas y altramuces, y Antonio dando vueltas a la plaza del “Azafranero” “¿Cuántas vueltas lleva Rija?” preguntaba un recién llegado “No llevo la cuenta, pero estoy aquí desde hace una hora y ya estaba “tirándole sin pereza”. “Este Rija está trastorna’o como su padre” decía uno. “Como toda la familia” Sentenciaba otro, mientras Antonio seguía impertérrito su maratón particular.

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En medio de la desolación por la muerte de Pancho aconteció que los organizadores de la “Fiesta en el aire” de acción católica le pidieron a Antonio que colaborara con ellos presentando el acto y tras dudarlo accedió. Aquel gesto fue valorado por D. Diego que lo ponderó en la homilía de la iglesia, elogiando su gesto altruista. La intervención de Antonio se ciñó a la presentación de cada uno de los intervinientes de forma laudatoria siendo muy aplaudido. Días más tarde llegó al pueblo un circo de gitanos llamado “Rumanía” que atrajo la atención de la gente ávida de entretenimiento. Koque, amigo de Antonio y muy aficionado a la guitarra y componente de la Tuna del pueblo, le pidió a este intentar actuar en el circo, para lo cual fueron a entrevistarse con los zíngaros y a estos les cayeron en gracia las ocurrencias de Antonio y les permitieron actuar con una advertencia.

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Aquel mes de marzo fue más loco de lo debido. Tan pronto llovía torrencialmente como hacía tanto calor como en verano. Luego se pagaban las consecuencias con resfriados y dolores de cabeza. Algo parecido le pasó a Pancho, el hermano pequeño de Antonio. Nadie se extrañó que le doliera la cabeza, tuviera tiritera y se acostara. Aquello era normal cuando te resfriabas y no tenías ganas de verte. Pasabas unos días pachucho, y luego se te pasaba como si nada. Pero pasaron unos días y no se ponía bueno, por lo que la madre de Antonio decidió avisar al médico, y allá que fue, le auscultó, tomó el pulso, puso el oído en su espalda, le tomó la temperatura… y salió de la habitación con gesto preocupado. Aquello no tenía buena pinta. Le recetó unas inyecciones caras para ver si le hacían efecto, pero pasado el primer momento de alivio, Pancho empeoró.

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Antonio Morales, Rija

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