Noviembre se convierte año tras año en un mes muy significativo para el extenso universo musical. Así, el día 22 para muchos será el de Santa Cecilia, para otros el día internacional de la música, el músico y el aficionado, y en otros países prefieren dedicar a la música el 1 de octubre.
Sea como fuere, lo importante es que cada cual lo celebre a su manera porque hay algo en que todos estaremos de acuerdo, y es que no hay ser humano que no se sienta atraído por la música. Otra cosa es el estilo que cada cual prefiera. Ya sea clásica, contemporánea, rock, jazz o pop, todos pueden celebrar este día. Si tocas un instrumento seguro que participarás en algún concierto extraordinario con tu banda, orquesta o grupo de amigos, si no lo haces, puedes asistir a un concierto, escuchar tu música favorita buscando entre tus grabaciones o navegando en las redes actuales, y si tienes el don de crear música, escríbela para que otros disfruten de ella como ocurrió el pasado día 5 con la escrita y dirigida por José Alberto Pina.
Pero noviembre también nos recuerda algunas efemérides relacionadas con los músicos. Nacieron este mes, Ennio Morricone, Adolphe Sax, Juan Pardo, Karina, Ataulfo Argenta, Tina Turner, Jorge Negrete, Benjamín Britten, Manuel de Falla (que nació y murió en noviembre). Además, nacieron este mes algunos músicos membrillatos como Caty Jiménez, Jesús Manuel García, Juan Carlos Sánchez-Prieto, y posiblemente alguno más que yo ignore. Y concretamente el mismo día 22 nacieron Joaquín Rodrigo, Paloma San Basilio y nuestros paisanos Jesús Herrera e Isidoro Rodríguez. También murieron otros como Agustín Lara, Frank Pourcel, Freddie Mercury o Puccini.
No considero necesario contar algo de cada uno ya que de la mayoría se pueden encontrar datos en los diferentes medios y a los membrillatos los conocemos. Pero sí voy a hacerlo sobre un gran músico que nació en Manzanares el 28 de noviembre de 1945 y al que muchos de los lectores conocieron. Me refiero a Daniel Francisco González- Mellado Marruedo, al que he mencionado en alguno de mis artículos, pero nunca lo suficiente, ni durante el mes de noviembre. Tampoco pretendo escribir todo lo que pudiera decir sobre él, de mis vivencias y recuerdos, (lo dejo, como diría Umbral, para mi libro).
Conocí a Daniel durante la escapada que hice en bicicleta acompañado de Martín Montero un domingo cerca de mediodía para escuchar un concierto de la banda de Manzanares en los jardines del Gran Teatro. Debió ser principio de verano de 1966.
Nos retrasamos, hora de comer, la bici no estaba en casa, esperaba una bronca segura. Pero no fue así. Parece que a mi padre le llamó la atención que fuera a escuchar un concierto a otro pueblo. Le señalé una obra del programa (Una Noche en Granada) y le dije que había percibido el sonido de un trombón muy especial; mi padre dijo: “será el hijo de “Piqueras”, no puede ser otro, ese chico llegará lejos. Lo vas a conocer porque va a tocar con nosotros en Desposorios y en la Virgen del Rosario. Y así fue, pero no tocando el trombón, sino el bajo, pues yo no me incorporé hasta noviembre de ese año.
Tanto mi padre como mi tío Basilio habían pertenecido a la banda de Manzanares durante muchos años y conocían a los hijos de sus compañeros. Entre ellos estaba Daniel, hijo de Paco “Piqueras”; un joven que había empezado a estudiar música mientras realizada el bachillerato laboral. Lo hizo principalmente con el director local D. Joaquín Villatoro que lo preparó para los exámenes libres en el Conservatorio Superior de Música de Madrid. Allí estudió trombón y bombardino. En 1968 aprobó la oposición como profesor de la Banda Municipal de Madrid y en el BOE del 31 de enero de 1974 se publicó su nombramiento como profesor de la más alta formación sinfónica de nuestro país, la Orquesta Nacional de España, O.N.E, También formó parte del Conjunto Nacional de Metales.
Fue el primer músico profesional que yo conocí. Hoy hablamos, tocamos o estudiamos junto a profesionales sin darle mayor importancia, pero al final de los 60 escucharlo y tocar junto a él era como jugar al futbol al lado de Camacho, Pirri, Arconada, Gento o Di Stefano. Un lujo y también un compromiso.
Dudo que alguno de estos genios del balón hubiera jugado con el equipo de su pueblo cuando ya estaban en la cumbre, pero Daniel sí lo hacía. Cuando estaba libre o de vacaciones tocaba en las bandas de Manzanares y Membrilla, ya fueran procesiones o conciertos, también lo hacía en algunas orquestas de baile, entre ellas los Kenton en su pueblo y alguna vez con Alegría Musical en Membrilla sustituyendo a José Luís Arcos.
Poco a poco fui conociendo a Daniel no solo como músico del que aprendes de cada nota que sale del instrumento, sino como persona; llegué a sentir una gran admiración por él. Difícil de olvidar la noche del velatorio de mi padre (febrero de 1975) en la que no se separó de mí y cuando estaba amaneciendo me dijo: tengo que marcharme a Madrid, mañana nos vamos de gira a Hong Kong y no podré tocar en el entierro.
A su regreso volvió a vernos, nos contó anécdotas del viaje, me animó a que siguiera tocando en Manzanares y sus visitas los lunes y martes eran frecuentes, aunque vivía en Madrid. Esto era debido a que la orquesta descansaba esos días porque tenían concierto viernes sábado y domingo.
Antes dije que Daniel estudió el bachillerato laboral. Eso suponía tener conocimientos de metal, electricidad, dibujo y madera. A él le encantaba la carpintería. En una de sus visitas me pidió consejo para hacer una mesa, dos sillones y un sofá. Pretendía renovar los viejos muebles que había en su vivienda de Manzanares, y como era un manitas, ya tenía despiezado el material y dónde comprarlo. El problema era el espacio, algún consejo sobre la manera de unir las piezas, el mecanizado de las mismas o la falta de algunas herramientas. Tanto mi hermano como yo le ofrecimos nuestro taller. De broma le hice una proposición: yo le ayudaba con sus muebles y el me enseñaría a tocar el trombón de varas. Trato hecho.
Teniendo en cuenta que yo tocaba la tuba desde los 12 años, no era fácil cambiar a un instrumento tan complejo y desconocido, ya que en las bandas de música en los años 80 los trombones eran de pistones. Por eso le pregunté si yo sería capaz de aprender. Él me dijo: si lo toco yo, ¿por qué no vas a hacerlo tú? A partir de ese momento nació un vínculo maestro-alumno que unido al de la amistad duró hasta su muerte en abril de 2000.
Durante la época de guardería de su hija mayor, los domingos por la tarde regresaban a Manzanares y el lunes y martes venía a mi taller a continuar con su obra. Se fabricó su dormitorio, los muebles del salón y los de cocina. A la una aproximadamente, cambiábamos las herramientas por los trombones y a estudiar. Después de la clase nos íbamos al bar de Arroyo a tomar una cerveza. Juan, el dueño, llegó a tener mucha amistad con Daniel porque era visita obligada cada vez que estaba en Membrilla.
No era fácil en 1982 encontrar material didáctico para trombón de varas, por lo que todos los métodos que tengo son suyos y más tarde fueron copiados para los trombones que iban saliendo en Manzanares (Ramón Calero e Iván Sánchez-Gil).
Sin embargo, cuando la hija mayor ya iba al colegio, solo venía cuando libraba o en vacaciones, por lo que mis clases eran en la “camarilla” de su casa en Manzanares. Allí era frecuente encontrar a José Palomino, de Campo de Criptana, recibiendo clases de trombón. También empezaron a conocer a Daniel algunos jóvenes músicos de Membrilla como Jesús Manuel, Juan Carlos, Gustavo y Diego Crespo, que estaban muy vinculados a mí y comenzaban a tocar en Manzanares. Su carisma y su sencillez hizo que fuera muy querido por ellos, especialmente por Jesús Manuel que, por ser vecino del taller, se cruzaba constantemente para ver a Daniel haciendo de carpintero.
En una ocasión me propuso llevar a estos chicos al Teatro Real para escuchar a la Orquesta Nacional, y así lo hice. La primera vez con Juan Carlos, Jesús Manuel y Diego; fuimos muchas veces como también al Auditorio Nacional y a los festivales de música de Granada. Conocimos a músicos de la orquesta y ellos nos conocían a nosotros por lo que podría contar numerosas anécdotas que serían demasiado extensas. Los jóvenes empezaron a sentir y vivir la música de otra manera a la que era habitual en los pueblos y, por supuesto, yo también. A mis treinta años era como si empezara de nuevo. Y eso no significaba renegar de lo aprendido de mis antepasados, Dios me libre, pero esa era la realidad. Por eso en numerosas ocasiones he comentado, y estoy convencido de ello, que mucho de lo vivido musicalmente en Membrilla durante los últimos 40 años, se lo debemos a Daniel; por enseñarnos, aconsejarnos, por admirarlo, por quererlo, por tendernos una mano siempre que lo necesitábamos; todo suma. No es igual “rozarse” con un buen músico y una gran persona, que hacerlo con uno mediocre, vanidoso o engreído. Sin ninguna duda ha sido la persona que más me ha marcado musicalmente.
Podría estar hablando de Daniel varios días, pero solo quiero contar dos anécdotas para comprender su talante:
* Ahora los breaker dentales son bastante discretos, pero hace años eran muy aparatosos y molestos. Así eran los que le pusieron a Jesús Manuel cuando empezaba a destacar con la trompeta. Era imposible tocar y dejó de hacerlo durante un año. Cuando retomó el estudio había perdido mucho. Daniel lo invitó a que fuera algunos días a su “camarilla” para afianzar la embocadura, y no conforme con ello, le contó el problema al profesor de trompeta y compañero de la O.N.E. D. Antonio Ávila Carbonell. Este le propuso que, dada nuestra frecuencia a los conciertos de los domingos, llegásemos una hora antes y él le daría clase en los camerinos del Teatro Real. Y así lo hizo, creando una amistad con él que aún perdura.
*Daniel no faltaba a la procesión de su Patrón cada 14 de septiembre. Ese día de 1984 algunos componentes de la banda prepararon un refrigerio para después de la procesión en el local de ensayos. Una especie de sangría fresquita con demasiadas frutas hizo que algunos cuerpos no la tolerasen bien. Al año siguiente, y durante la tradicional “serrana” de Santiago en casa de mi suegro a la que siempre acudía Daniel, le pidió a Domingo que preparara una para todos los músicos de Manzanares el 14 de septiembre a ver si daba más resultado que el año anterior. Domingo le dijo: “eso está hecho; ya te diré lo que tienes que comprar, todo menos la gaseosa que me la llevo de Briones”.
Así estaba todo planeado. Un día antes de la fiesta del Patrón manzanareño fui a dar una clase a la “camarilla “y cuando terminamos fuimos a tomar café al mesón de Sancho. Al rato sonó el teléfono, era Mari, su mujer; lo había llamado su profesor y compañero D. José Chenol para formar parte de la orquesta del festival de la OTI que se celebraría en Sevilla el 21 de septiembre y por cierto muy bien remunerado; pero los ensayos empezaban el mismo día 14. Recuerdo sus palabras: ahora hablaré con Chenol, que busque a otro, tengo que ayudar a mi amigo “Chaquetón” a preparar la serrana de mañana y eso vale más que el festival. Al día siguiente mientras hacíamos la rica mezcla me dijo que le habían autorizado llegar un día tarde, pero lo querían a él. Así fue, tocó en la procesión de su pueblo con su banda, nos bebimos la “serrana” y al día siguiente a Sevilla. A su regreso me contó algunas anécdotas durante los ensayos con los presentadores Emilio Aragón y Paloma San Basilio, así como la improvisación de alguna canción sin partituras con Rocío Jurado porque el repertorio previsto se había acabado y el jurado necesitaba más tiempo para deliberar. Así era Daniel.
Daniel falleció en Madrid el 24 de abril a los 54 años y lo mismo que él me acompañó a mí, yo tenía la obligación de desplazarme a Madrid para estar junto a su esposa e hijas y así lo hice junto a Jesús Manuel ante la imposibilidad de asistir al entierro en Manzanares por motivos laborales.
Daniel siempre será recordado en Manzanares por lo mucho que hizo en favor de la música en su pueblo y este mes de noviembre de una manera especial pues se celebran los encuentros nacionales de banda “Daniel González- Mellado”. También la magnífica sala de ensayos del pueblo vecino lleva su nombre.