En 1966, Rafael, el hijo varón más joven del Maestro Emilio Cano recibió la oferta del ayuntamiento para hacerse cargo de la banda de música cuando tenía 39 años. Ésta no se encontraba en un buen momento debido a la emigración de algunos jóvenes; a ello había que sumarle el desaliento de su primo Andrés Crespo Cano que había sustituido en la dirección a su tío Emilio - mi abuelo- en 1955 y estaba viendo con tristeza como la mayoría de los jóvenes que había formado se trasladaban a otras ciudades por motivos laborales.
Había que garantizar la continuidad de la banda y se acercaba el momento más intenso del año que eran los conciertos de verano y los Desposorios. Andrés se comprometió a colaborar durante un año más, bien dirigiendo o tocando el clarinete, pero la formación de educandos y los ensayos los dejaba en manos de mi padre. Durante el 66 y 67 era habitual encontrar tocando el saxofón a Rafael o el clarinete a Andrés sin director delante, pues hacían falta músicos y en los conciertos se turnaban la batuta. Observando la plantilla de la banda en 1966 se puede comprender esta necesidad.
Comenzó con algo novedoso como eran los ensayos parciales de tal manera que los más jóvenes asumieran papeles de mayor dificultad sin el agobio y los nervios que supone hacerlo ante todos en un ensayo habitual. También tenía una necesidad urgente: equilibrar las maderas con los metales y sobre todo conseguir que alguien tocase la tuba o bajo, como se nombraba habitualmente en las bandas. Membrilla se permitía el lujo en aquellos años de contar con dos excelentes bajistas, Francisco Arias y Juan Cotillas. El primero había emigrado a Barcelona y el segundo, por otras obligaciones, solo actuaba de vez en cuando por lo que en muchas ocasiones dependían de algún músico de Manzanares.
Una buena manera de salvar la situación era que el bajo lo tocase un sobrino o un hijo y eso ocurrió, yo fui el “seleccionado”. Posiblemente fuera el primer logro importante de mi padre: ver garantizados los graves en la banda y poco podía imaginar que esto perdurase en el tiempo, pues además del hijo, su nieto Rafael continuó la tradición. También fue novedoso el refuerzo de la banda con músicos de Manzanares para conseguir un equilibrio que hiciera mejorar la sonoridad; muchos habían sido compañeros suyos y de su hermano Basilio en aquella banda y otros ya eran hijos de esos compañeros.
Estos fueron los comienzos y lo mismo que hicieron sus antepasados continuó la formación de educandos en su domicilio después de la jornada laboral.
En la imagen de la presentación se puede ver cuál era la plantilla de la banda en aquel año, cuanto cobraban, los descuentos por faltas, el nombre, algún apodo y también el de los refuerzos que ese año ayudaron a nuestra banda. Hacemos un repaso indicando los instrumentos que tocaban, corrigiendo algún apellido y también los sobrenombres con los que eran conocidos:
Estas fueron las primeras cuentas oficiales que hizo mi padre como director en enero de 1967 y que correspondían al ejercicio 1966. Se puede comprobar que él no percibe ninguna compensación económica y tampoco lo hizo al año siguiente, sin embargo, Andrés Crespo continúa en plantilla durante dos años más y por deferencia y respeto se le asigna una gratificación que casi dobla a la de un músico de primera.
Entre los refuerzos aparecen algunos músicos membrillatos que ya no podían estar en la banda de manera constante: Juan Cotillas zúrria, bajo, con 10 actos y Juan García Juanito el barato, clarinete con 7. Del pueblo vecino fueron colaboradores ese año: Martín Cantarero, trombón, 9 actos; su hijo Martín, Saxo alto, 8 actos; Francisco Palomares, fliscorno, 4 actos –más tarde fue músico militar en la Banda Sinfónica de la Guardia Real; Daniel González-Mellado, Piqueras, bajo, 4 actos -fue profesor de la Banda Municipal de Madrid y trombón bajo de la Orquesta Nacional de España; Guillermo Calero, clarinete, 2 actos; Andrés Cano, requinto, 7 actos y Antonio Gigante, el china, bajo y trompeta, que no especifica los actos pero se deduce por la cantidad cobrada que serían 6 o 7 más los ensayos. Una muestra de lo importante que siempre ha sido la colaboración entre los músicos de ambos pueblos.
La cantidad que aparece en el listado pertenece a la que cobraba un músico por todo el año, que serían 22 euros actuales para la categoría de 1ª; 17,50 € para la de 2ª y 13,25 € para la de 3ª. Esto correspondía a todas las actuaciones firmadas con el ayuntamiento, que oscilaban entre 26 y 28 a los que hay que sumar 3 ensayos semanales, el resto de actos no oficiales se cobraban aparte.
Mi participación ese año consistió en avisar para los ensayos puerta a puerta con la bicicleta, subir y bajar atriles, colocar la bambalina para los conciertos, ayudar a mi padre a dar algunas clases a los principiantes y estudiar mucho para debutar el día de Santa Cecilia, pero oficialmente no aparezco en el listado hasta 1967.
Nada que ver aquella banda con las actuales donde las familias de instrumentos se han completado, son nuevos y de mejor calidad, los músicos se han triplicado y la calidad de los mismos se ha superado y está acorde con el cambio experimentado en la formación musical durante las tres últimas décadas. Sin duda se ha hecho realidad el sueño que algún día tuvieron mi padre, mi tío, mi abuelo, mi tatarabuelo y todos “los viejos maestros” de las conocidas a principio del siglo XX como bandas rurales.