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Las “serranas musicales” en casa de Domingo Menchén "Chaquetón”

 

Si preguntáramos en cualquier pueblo o ciudad qué es una serrana, seguro que nos dirían entre otras definiciones que es una variedad del cante jondo con origen en la serranía de Ronda, una mujer que vive en la sierra, un adjetivo femenino o un pez marino que abunda en el mar Negro. Pero ninguna de esas respuestas las daría un membrillato o membrillata, que dirían: bebida hecha con azúcar, agua, melocotón, buen vino tinto de nuestras bodegas y gaseosa al gusto.

¿Qué puede tener de cultura tomarse unos vasos de serrana el día de Santiago?

Puedo asegurarles que mucho, y en casa de Domingo Menchén los tenían. No solo por la manera especial de partir el melocotón de su cuñado Blas Pretina, o la habilidad de Pedro Güenvende para pelarlos sin rozar la carne, o el movimiento circular y envolvente para obtener la mezcla idónea que realizaba el propio Domingo, verdaderas lecciones de cómo se debían hacer las cosas. También lo era el dialogo que empezaba nada más llegar Pepe el Cañamero, Juan José Canana o José el Gallo al comentar que Cosme el Culebro acudía siempre tarde porque que se le había roto la “contramarcha” o cualquier otro apero de labranza. Ya tenían tema para comenzar la tertulia que se enlazaba de uno a otro sin detenerse en ninguno concreto. Es el momento mágico: ¿Cómo ha salido este año?, y tomando el primer vaso cada uno daba su parecer. Algo más tarde llegaban los amigos de su hijo Antonio María: Joaquín el Jaro Canana, Ramón Monchi el de Covanchas, Juan Manuel, Pedro Cherpes y Pepe Canela (que curiosamente bebía cerveza en lugar de serrana).

Era el momento en que se combinaban las opiniones a veces encontradas de jóvenes y mayores, pero el consenso se acercaba a medida que la sabrosa mezcla se alejaba del borde del lebrillo.

Opiniones, frases, chascarrillos y algunos consejos a los que solo le faltaba un poco de música para que sirviera de inspiración a una nueva zarzuela. Y no tardó en llegar, pues el día de Santiago de 1978 la banda de música de la Solana llegaba a su plaza Mayor después de una calurosa diana en su día feriado. Algún músico dijo: “¿y ahora dónde vamos?”; yo de broma contesté: “¡a casa de mi novia que habrá una serrana fresquita!”

Menuda broma, a los diez minutos 6 coches se llenaron de músicos e instrumentos y nos presentamos en casa de Domingo y Joaquina.

Membrilla no tenía banda en aquellos años, por lo que es fácil imaginar el revuelo que se armó cuando a la una de la tarde comenzaron a sonar pasodobles que se filtraban por el toldo del patio. Muchos curiosos se asomaban, otros entraban, Joaquina les explicaba lo ocurrido, pero sobre todo por la tarde y al día siguiente tuvimos que contar la anécdota de cómo ocurrió todo. No hace falta decir que en lo sucesivo hubo que añadir más litros al lebrillo y sustituirlo por una orza, pues pasaron de 10 o 12 personas a 38 o 40, y cambiar del patio al corral para tener más espacio.

A partir de aquel año no faltaron los músicos solaneros a ninguna cita el día de Santiago, eso sí, retirándose algunos mayores e incorporándose los jóvenes como si de una obligación se tratase, señal inequívoca de lo bien que lo pasaban.

Al poco tiempo, y debido a que yo también tocaba en Manzanares, empezaron a venir algunos compañeros del vecino pueblo y más tarde, en 1984, también acudían músicos de Membrilla que ya tenía nueva banda.

Era curioso observar cómo año tras año los músicos conocían a los amigos de mi suegro o de mi cuñado por los apodos y se percibía una sana y cordial amistad a pesar de la combinación de edades y profesiones. Eran muy frecuentes los comentarios sobre el tiempo, las cosechas, la maquinaria, los estudios musicales o universitarios y como no, sobre la salud. Tres pueblos unidos en torno a una sabrosa mezcla interpretando un texto que todos entendían; la mayoría eran pasodobles, pero tampoco faltaban las improvisaciones de algunos bailables. También sucedieron muchas anécdotas que con el paso de los años seguimos recordando cada vez que hay ocasión; por citar alguna, la “puertecilla” de la portada siempre estaba entreabierta y después del segundo pasodoble aparecía cada año Manuel Romero Manolín.

-Hola Domingo, nada, que se oye desde la plaza y he dicho….

Domingo, con ese humor tan propio le decía:

- ¿Y la serrana no se huele? Anda siéntate y pruébala

O aquella vez en que Pepe el Confitero dejando por unos minutos su obrador se acercó a probar un vaso y cuando se iba dijo: “en mi casa tampoco está mala y también nos gusta la música”; era una indirecta lanzada con el corazón, pues nos hubieran recibido gustosos a pesar de lo complicado que era ese día para su profesión.

Domingo y Joaquina jamás pusieron mala cara ante el aumento de músicos que cada año acudían a su casa a veces trayendo algún invitado, todo lo contrario, se mostraban alegres, conocían a todos, gastaban bromas, y junto a su hija María Jesús estaban pendientes de que no faltase nada. Al fin y al cabo, con el paso del tiempo vieron tocar este día no solo al yerno sino a su hija Mayte y a sus nietos Amparo y Rafael.

No me atrevo a dar los nombres de tantos amigos y compañeros porque no me perdonaría dejar a alguno en el tintero; ellos y ellas saben quién son y quien eran, porque algunos ya forman parte de la gran orquesta celestial. No obstante, debo decir que entre ellos estuvieron los directores de las tres localidades, muchos jóvenes que ahora son profesionales de la música, otros de la medicina o la enseñanza y como olvidar a Daniel González Mellado, todo un profesor de la Orquesta Nacional de España que no perdonaba ningún año las serranas del suegro de su alumno y amigo Emilio. Seguro que nadie habrá olvidado el sonido inigualable de su trombón en aquellos boleros con los que Daniel nos emocionaba cada año. Como en tantas ocasiones, echamos de menos algún documento gráfico o sonoro.

En 2001 tuvo lugar la última de estas serranas musicales; la muerte repentina de mi cuñado Antonio María hizo que esa tradición solo durase 23 años. No son pocos, y aunque han pasado otros 19, todos, absolutamente todos los protagonistas que aún viven recuerdan con anhelo aquellas tradicionales serranas que se debían beber en “pequeñas diócesis” para evitar que el vino hiciera su efecto con demasiada prontitud, y que la única condición para participar, como decía Domingo, era: “si eres músico aquí no vengas sin instrumento”.

¿Eran o no eran culturales las serranas de Domingo “Chaquetón”?


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