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Picarones y melindrosos

Grandes y geniales, como siempre. Picarones y melindrosos como nunca. Así se presentaron los miembros del grupo cultural El Galán de la Membrilla en su última cita con el público en una divertida y original entrega de Los melindres de Belisa, obra de Lope de Vega versionada en prosa para esta ocasión especial por la satírica pluma de Juan Antonio López Manzanares, amigo del grupo cultural.

De este modo, reinventando al Lope más excepcional hasta casi robarle el alma de la trama pero manteniendo el sutil enredo y el arte máximo de hacer comedia del Fénix, los actores conquistaron a un público fiel y entregado que disfrutó del buen teatro y del saber hacer del grupo cultural en cada una de las tres representaciones, venciendo incluso a la ola de frío siberiano que rondaba la localidad.

Un vendaval que en el interior de la Casa de Cultura se trocó amoroso y puso patas arriba las más firmes convicciones sociales de la época narrada, originando situaciones y hechos siempre entretenidos y las más de las veces disparatados, a los que no faltó el toque sutil del erotismo en la comedia original de Lope que el autor de la versión supo afinar hasta conseguir límites insospechados de picardía.

Y todo esto hilvanado con mimo hasta el último detalle por el director de la obra, Juanjo Rodríguez, y desplegado en el marco de una ambientación muy cuidada, habilitada para generar nuevos recursos que dan siempre un toque particular al desarrollo dramático de la trama, enriquecida por un vestuario de época nacido del diseño personal del propio director de la obra y de las manos generosas de María Jesús Menchén.

El “bello talle” del encubierto esclavo morisco Felisardo (Pedro Villahermosa) sirvió de eje de un cuadrilátero amoroso (que no ya triángulo) reconvertido por momentos en un verdadero campo de batalla en el que lidiaron hasta el esperpento todas las féminas de la trama original: La melindrosa Belisa (María Peláez), en un gran planteamiento escénico como preludio de los geniales figurones de Lope,  trocó melindres en pasión aderezada con ciertas dosis de egoísmo y crueldad. La fiel dama Celia (Juana Díaz), símbolo del honor y del amor más puro, que pese a contar con el amor de Felisardo se movió siempre en conflicto con sus celos, visto lo visto en la casa, marcados en su afirmación más reveladora: “Quien ama, teme.” La frescura de la criada Flora (Ana Donate), quizá la Los melindres de Belisamás sincera de esa casa, la que lucha contra menos prejuicios, porque es la única encandilada por el que ella cree un igual.  Y el gran descubrimiento escénico de Lope: Lisarda (Manoli Jiménez), la dama viuda y joven afectada de las “calenturas” del cuerpo, en pugna con las damas jóvenes frente a convencionalismos sociales. Faltó en la lucha Tiberia (Trinidad Simón), aunque en realidad no le hizo ascos a las insinuaciones de Felisardo en la hilarante escena en oscuridad, quizá el momento cumbre del disparate amoroso vivido sobre el escenario. Y quizá el único momento en el que realmente se echó de menos la figura masculina del Tiberio de Lope, tío (y no tía) de Belisa en la obra original, al que Felisardo requiebra en la oscuridad.

Completan el asunto amoroso el hijo, Juan (José Jiménez), conquistando la escena en su pretensión de Celia/Zara que pasa de la pasión más baja al sentimiento más noble encauzado al matrimonio, sin dejar de lado los celos ante Felisardo y el enfrentamiento con la madre por motivos sociales que ella, paradójicamente, no contempla en su pasión por el criado. Eliso (Mateo Núñez) elemento necesario para darle a los nobles huidos su coartada de criados, que se mueve por el interés de su pretensión de Belisa pese al miedo a sus melindres. Y Carrillo (José Serrano), criado servil que acabará, como en casi todas las comedias de Lope, destinado a su amor igual con la criada Flora. Cierra el elenco de actores el alguacil (Vicente Ballesteros) encargado de llevar el orden social a esta alterada casa.

Y es que al final, el propio Lope se redime y encauza el disparatado mundo creado en la casa de Lisarda. Ya lo avisaba Felisardo frente a los temores de Celia: “Quien ama, cree.” Y en esa creencia de que las cosas son como tienen que ser, se imponen los cauces establecidos en los que el amor, el honor y la religión siguen las reglas marcadas.

Pese a todo, nadie nos quita ya la sonrisa del rostro y salimos de la Casa de Cultura con la convicción de que el Grupo Cultural y Juan Antonio López tenían a Lope amordazado en los camerinos, quizá escondido dentro de un baúl, mientras ellos nos ofrecían una obra casi nueva, donde no quedaba claro dónde hablaba Lope y dónde López, más cercana a nosotros, más pícara en intenciones, quizá porque ante el frío del exterior lo más razonable era dejarse llevar por algo más cálido y humano. A fin de cuentas, como afirmaba Lisarda, “de las calenturas de abajo nadie se muere, sólo se condena.”

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