Desfasados en fase 0

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Me dice el funcionario Santos que menudo lío con las fases, que vaya ganas de enredar las cosas empezando a contar por el cero en lugar de hacerlo por el uno como se ha hecho toda la vida de Dios. Dice que las redes sociales están llenas de burlas al gobierno por las fases de la “desescalada”, que lo normal es que si hay cinco fases, se enumere del uno al cinco y no del cero al cuatro porque son ganas de liar las cosas. Y tienen razón -sentencia-.

Para eso no hacen falta tantos expertos. Hasta los más tontos saben que el número uno siempre es el primero.

Permíteme aclararte, mi querido amigo, -le dije- que de acuerdo con el principio filosófico de razón suficiente, todo tiene una explicación para ser así. Y, desde luego, no es tan extraño que el cero se sitúe en el primer lugar de una sucesión numérica cuando se quiere expresar un punto de partida, un estadio inicial a partir del cual se sucederán los hechos posteriores o se computarán elementos subsiguientes.

¡Anda anda!, -me replica mi sagaz amigo-, no me quieras liar. Ninguna familia con tres hijos cuenta del cero al dos. El mayor es el uno, el del medio el dos y el pequeño es el hijo número tres. Del mismo modo que si cuento las monedas que llevo en el bolsillo, la primera que cuente será la moneda número uno. Cuando uno quiere que se entienda tiene que hablar pensando en lo que entiende la gente; cuando no, solo hay que enredar y liar a las personas.

Llevas toda la razón -confesé-. En los ejemplos que has puesto, así se ha de contar, pero permíteme que te aclare con ejemplos, en qué casos la forma de contar no empieza por uno.

Los lenguajes informáticos utilizan cómputo binario y hexadecimal y su primer valor es siempre el cero. Pero esto es muy técnico, veamos ejemplos más cotidianos. El día empieza a las 0.00 horas, siempre. Cuando recorremos una distancia, el punto de partida siempre es el cero. Uno más, en un edificio de varias plantas, la primera no está a nivel de suelo. La de abajo es la cero, o simplemente la planta baja.

Si escuchamos o leemos solo lo que entendemos, nunca aprenderemos cosas nuevas. Si solo decimos o escribimos lo que estrictamente creemos que entienden los demás, podríamos privarnos de expresar ideas más enriquecedoras.

 

Postulado

Entre usar el rico vocabulario de una lengua y tener la insana intención de escribir para que no se entienda, va un abismo.