Todos alguna vez hemos visto en cualquier ciudad uno o varios músicos tocando en la calle. A simple vista, podrían parecernos algo así como mendigos: “Cada vez se está relacionando más al músico callejero con la mendicidad y no con la profesionalidad”, dice uno de ellos en una entrevista.
Algunos de estos músicos practican la música callejera como un hobby, otros para alcanzar una mayor perfección en su arte frente al Público, también con la intención de conseguir un poco de dinero extra o en los casos extremos dinero para poder vivir. Pero en realidad son artistas, artistas con mayúsculas, porque lo que ofrecen es arte verdadero, cercano, en vivo y en directo. Muchos son extranjeros y tocan instrumentos poco conocidos, originales de sus países. Así, con este tipo de música nos dan a conocer las culturas y costumbres de otras zonas de nuestro planeta a través del lenguaje universal.
Para poder tocar en la calle tienen que ceñirse a una normativa que les requiere cumplir una serie de reglas tales como tocar en un punto de la ciudad previamente asignado, no exceder cierto volumen de decibelios, que la música que toquen sea melodiosa y no estridente. No pueden tocar al lado de coles, museos ni hospitales, y tienen que dejar de tocar a una hora establecida, entre otras medidas. Además, para tocar en la calle necesitan una licencia. Muchos de estos músicos comenzaron con la música callejera y posteriormente alcanzaron un gran reconocimiento social, como le pasó por ejemplo a Rod Stewart.
Estos espectáculos se suelen ver en las ciudades, pero aquí, en Membrilla, el pasado mes de mayo, a raíz de la idea que surgió de José Luis Carrasco y de Pilar Fernández, profesores ambos en la Escuela Municipal de Música, de trompeta y flauta respectivamente, pudimos ver uno de estos espectáculos callejeros que, aunque en su primera edición ha tenido poca asistencia de público, fue algo realmente interesante.
En esta ocasión la finalidad era vencer el miedo al público y el sentido del ridículo que suele bloquear a los principiantes. Estos jóvenes músicos: Fernando, Antonio, Víctor, José Mª, Álvaro, Pilar y Oscar que, en adelante, tendrán más ocasiones de demostrar su arte, supieron lidiar con los nervios de lo que para algunos era su primera actuación en público y para todos, la primera de estas características. Las personas que paseaban por el Espino se sorprendían de la espontaneidad de estos músicos, trompetistas todos, aprendices la mayoría que, a pie de calle, con el acompañamiento del percusionista Juan Borja, también de la Escuela de música, a la batería, nos mostraron un pedacito de lo que están aprendiendo en sus clases. Piezas como: Imperial March de John Williams, Eolo el rey de Ferrer Ferrán, un fragmento de La guerra de las galaxias de John Willians y Los 7 magníficos de Elmer Berstein, entre otras.
Al lado de los arcos de entrada a los paseos del Espino, visibles desde la carretera, todos los vehículos que pasaban por esta disminuían su velocidad y giraban las cabezas sus conductores, seguramente preguntándose: ¿Quiénes son esos, estarán celebrando algo? Y sí, celebraban que la música alegra el alma y decidieron sacar esa alegría a la calle para compartirla.
Les faltó pasar la gorra, por ello supimos que lo que hicieron lo hicieron por amor al arte.