El 31 de marzo del 2021, hace ahora un año, nos despertábamos con la noticia del fallecimiento de Antonio Ximénez, pintor natural de Membrilla.
A Ximénez, que utilizó en su obra pasajes y paisajes bíblicos desde su particular prisma creativo, se le podría aplicar una cita evangélica, inmersos como estamos en plena Cuaresma. Precisamente tras pasar cuarenta días en el desierto, Jesús se marchó a la sinagoga de Nazaret, su hogar, y allí pronunció una certera sentencia: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.” (Lucas 4, 24).
Hablaba más Jesús del mensaje del profeta que de la presencia física en sí. Ximénez siempre fue bien recibido en su tierra, donde atesoraba grandes amistades, pero quizá su obra, su mensaje pictórico, no fue lo suficientemente reconocida, publicitada, expuesta.
Hablábamos hace un año de cómo los vecinos de Membrilla “llevan conviviendo décadas con alguno de sus cuadros, que han protagonizado en varias ocasiones el cartel anunciador de los Desposorios, las fiestas patronales de la localidad, y que incluso hoy presiden la entrada de la Casa de Cultura desde su inauguración en los años 90: una alegoría del Triunfo de Baco a los pies de la ermita de la Virgen del Espino.” Su obra fue protagonista de algunas exposiciones retrospectivas organizadas en la localidad, e incluso germen de polémicas en los medios de comunicación.
En memoria, dejamos de nuevo una breve mirada sobre la figura del autor, porque olvidar sí que es morir.
Antonio Ximénez Muñoz de Luna nació en Membrilla el 29 de marzo de 1929 y falleció en Hawaii, Estados Unidos. Había estudiado en la Sorbona (París), Arquitectura en Montevideo y cuatro años de “pintura al fresco” en la Academia de Bellas Artes de Florencia. Precisamente en 1965 fue reconocido como mejor artista extranjero residente en Italia.
Un año antes había expuesto junto a Picasso, Ibarrola y Tapies en la muestra itinerante “España Libre. Arte Español de Picasso a Ximénez”, organizada para conmemorar el Venntennale della Resistenza que recorrió Rimini, Florencia, Reggio Emilia, Ferrara y Venecia desde 1964 a 1965. Una iniciativa “de algunas democracias que, convencidas de la importancia del arte español, se decidían a exponerlo fuera del alcance manipulador del Régimen”, y en ella Ximénez aparecía encuadrado en la sección de las jóvenes promesas.
Desde entonces, su obra recorrió numerosas galerías y espacios de arte en Florencia, Nueva York, San Antonio, Berna, Praga, San Francisco y en su Hawái adoptivo. También en Manzanares y Membrilla.
El autor definió su estilo como superrealista y en su obra reproduce paisajes bíblicos y mitológicos de forma muy singular, alejado de todo canon y ortodoxia, haciendo gala de su enorme libertad creativa. Amante de grandes formatos y paisajes llenos de luminosidad y gran colorido.
De él escribíamos en esta revista no hace mucho: “Ximénez es fresco, irreverente, divertido y genial. Él mismo se denominó “el pintor de la felicidad” y es cierto que la sola contemplación de sus cuadros, llenos de vitalidad y color, te arranca una sonrisa cómplice.”