Mejor hablemos de arte

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(Obituario de Antonio Ximénez Muñoz de Luna.)

 

Es mucho mejor que te pille ocupado. Con proyectos inacabados y sueños aún por cumplir. Así le ha sorprendido a Antonio Ximénez, con la cabeza ideando todavía los detalles del Coloso de Rodas para el puerto de Miami. Hablando de futuro y queriendo pintar el paisaje hawaiano que se adivinaba desde su última ventana.

Del mismo modo que nadie puede decidir dónde nacer, elegir dónde va a pillarte la última respiración es un privilegio sólo al alcance de algunos. Es posible que, en este caso, la vida haya querido premiar así a un hombre que ha vivido plenamente. Yo creo que debería existir una recompensa para aquellos que viven la vida con intensidad. Una especie de reconocimiento social en forma de agradecimiento por haber jugado, por haberse expuesto, por haber perdido y ganado. Por haber amado. Por no haberse guardado nada. Por haber asumido el riesgo de vivir con todas las consecuencias. Por haber perseguido su sueño. El pintor membrillato arrasaría en todas las categorías.

Antonio no sólo pasó por aquí, sino que experimentó todo lo que pudo. Hasta el final. Y lo hizo sin ataduras de ningún tipo. Vivir con la libertad de la que hizo gala Antonio es inusual. La suya fue una libertad absoluta y, por tanto, complicada. Implicó demasiadas renuncias, momentos de soledad y aprender el arte del desapego, asignaturas todas que no enseñan en el colegio.

Su viaje comenzó en Membrilla y acabó en la Gran Isla de Hawaii, tras haber paseado por medio mundo su alegre figura viviendo muchas vidas. Hoy Florencia llora al Pintor de la Felicidad, Nueva York recuerda al mítico mánager de la librería Rizzoli y Miami lamenta la pérdida del artista que vivía en Biscayne Bay.

La Mancha añora ya al bohemio de camisa hawaiana que se atrevió a abandonar su tierra para conocer el mundo. Un pintor que expuso su obra junto a Picasso y Tapies y que fue reconocido como el mejor artista extranjero en Italia. Quizá llore también Santiago Apóstol, desde algún lugar oculto y recóndito de la iglesia de Membrilla, recordando la dificultad de ser profeta en tierra propia.

Hace pocas semanas un amigo común le llamó para interesarse por su salud. Sin embargo, a Antonio debió parecerle un tema poco atractivo. «Como ya sabes todo lo que pasa, mejor hablemos de arte». Eso le dijo y la conversación transformó el gris monocromo de la enfermedad, en el arco iris multicolor del arte, de la vida.

Seguiremos viviendo Antonio, dotando de contenido a nuestro viaje. Visitando museos modestos en ciudades perdidas, sólo para deleitarnos con algún cuadro que nos fascine. Tú decidiste regresar a Hawaii para fundirte con el mar y contribuir desde dentro al color rabiosamente bello del Pacifico Norte. Gracias por tanto.

Vivió libre y libre murió.

Que el mar te sea ligero, amigo.

 

Francis G. Romero

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