La vara florida de San José en los Desposorios de Membrilla

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Membrilla celebra estos días los Desposorios de la Virgen María, -bajo la advocación del Espino-, con San José; una festividad que atesora siglos de antigüedad, anclada en elementos paganos y enriquecida, año tras año, por ritos, costumbres y liturgias nacidas de la evolución natural en el seno de la iglesia, el arte, la sociedad…

Entre los factores más ligados a lo visual, se encuentran los vinculados a la iconografía de la fiesta y sus protagonistas, María y José, que han vivido durante estos siglos su propia evolución, mucho mayor en el caso del patriarca de Nazaret.

Mientras que la imagen de la Virgen del Espino mantiene en el nuevo milenio las formas del barroco y de sus tallas de vestir, también tras la adquisición de la nueva talla en posguerra, San José ha sufrido el transito por cuatro modelos iconográficos distintos durante el pasado siglo XX: del San José con niño de quita y pon de principios de siglo, al san José con niño fijo de la posguerra. En los años 50 llega la imagen del San José Obrero de la mano de Moreno Chocano. A finales de la centuria, la actual imagen del patriarca, que cumple con los cánones más adecuados del esposo (salvando el curioso episodio de la mano que hubo que modificar).

A lo largo de este tiempo, salvo en el caso del San José carpintero portando serrucho, su imagen se ha ceñido a los cánones  marcados por el arte religioso. Un varón que abandonó su imagen de anciano a partir del siglo XVI, representado en torno a los 30 o 40 años, y que se convirtió en la columna fuerte que sustentaba a la Sagrada Familia. En el vestido, túnica y manto. En la mano, siempre, la vara florida. Un elemento indisoluble a la iconografía de San José que en el 2022 fue sustituida por una nueva de orfebrería, que ya estrenó durante las jornadas de veneración en la ermita y el miércoles durante su traslado al templo parroquial. Obra de los talleres de arte religioso Salmerón, se compone de un báculo con tubo de madera vista y metal repujado. En el remate, un ramo de azucenas de metal dorado. La nueva vara ha sido donada por una familia de la localidad en acción de gracias a San José, por haber recibido una “buena nueva” precisamente el día 19 de marzo.

El origen de este elemento iconográfico que nos identifica con certeza a las imágenes de San José se encuentra en los evangelios apócrifos, principalmente en tres de ellos, el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo Mateo y el Evangelio de la Natividad de María, algo posterior. Estos textos de los primeros siglos del cristianismo narran el nacimiento de María, su entrega al servicio del templo y sus posteriores desposorios. Ante la ausencia de datos en los evangelios canónicos, la iglesia y la devoción popular han venido utilizando las aportaciones apócrifas para completar la historia del inicio de la relación entre María y José.

De gran similitud en el contenido, elegimos uno de ellos como referencia, El Evangelio del Pseudo Mateo:

1. "Y María llegó a los catorce años, y ello dio ocasión a los fariseos para recordar que, conforme a la tradición, no podía una mujer continuar viviendo en el templo de Dios. Entonces se resolvió enviar un heraldo a todas las tribus de Israel, a fin de que, en el término de tres días, se reuniesen todos en el templo. Y, cuando todos se congregaron, Abiathar, el Gran Sacerdote, se levantó, y subió a lo alto de las gradas, a fin de que pudiese verlo y oírlo todo el pueblo. Y, habiéndose hecho un gran silencio, dijo: Escuchadme, hijos de Israel, y atended a mis palabras. Desde que el templo fue construido por Salomón, moran en él vírgenes, hijas de reyes, de profetas, de sacerdotes, de pontífices, y estas vírgenes han sido grandes y admirables. Sin embargo, no bien llegaban a la edad núbil, seguían la costumbre de nuestros antepasados, y tomaban esposo, agradando así a Dios. Únicamente María ha encontrado un nuevo modo de agradarle, prometiéndole que se conservaría siempre virgen. Me parece, pues, que, interrogando a Dios, y pidiéndole su respuesta, podemos saber a quién habremos de darla en guarda.

2. Toda la asamblea aprobó este discurso. Y los sacerdotes echaron suertes entre las doce tribus, y la suerte recayó sobre la tribu de Judá. Y el Gran Sacerdote dijo: Mañana, venga todo el que esté viudo en esa tribu, y traiga una vara en la mano. Y José hubo de ir con los jóvenes, llevando también su vara. Y, cuando todos hubieron entregado sus varas al Gran Sacerdote, éste ofreció un sacrificio a Dios, y lo interrogó sobre el caso. Y el Señor le dijo: Coloca las varas en el Santo de los Santos, y que permanezcan allí. Y ordena a esos hombres que vuelvan mañana aquí, y que recuperen sus varas. Y de la extremidad de una de ellas saldrá una paloma, que volará hacia el cielo, y aquel en cuya vara se cumpla este prodigio será el designado para guardar a María.

3. Y, al día siguiente, todos de nuevo se congregaron, y, después de haber ofrecido incienso, el Pontífice entró en el Santo de los Santos, y presentó las varas. Y, úna vez estuvieron todas distribuidas, se vio que no salía la paloma de ninguna de ellas. Y Abiathar se revistió con el traje de las doce campanillas y con los hábitos sacerdotales, y, entrando en el Santo de los Santos, encendió el fuego del sacrificio. Y, mientras oraba, un ángel le apareció, diciéndole: Hay aquí una vara muy pequeña, con la que no has contado, a pesar de haberla depositado con las otras. Cuando la hayas devuelto a su dueño, verás presentarse en ella la señal que se te indicó. Y la vara era la de José, quien, considerándose descartado, por ser viejo, y temiendo verse obligado a recibir a la joven, no habían querido reclamar su vara. Y, como se mantuviese humildemente en último término, Abiathar le gritó a gran voz: Ven y toma tu vara, que es a ti a quien se espera. Y José avanzó temblando, por el fuerte acento con que lo llamara el Gran Sacerdote. Y, apenas hubo tendido la mano, para tomar su vara, de la extremidad de ésta surgió de pronto una paloma más blanca que la nieve y extremadamente bella, la cual, después de haber volado algún tiempo en lo alto del templo, se perdió en el espacio.

4. Entonces todo el pueblo felicitó al anciano, diciéndole: Feliz eres en tu vejez, pues Dios te ha designado como digno de recibir a María. Y los sacerdotes le dijeron: Tómala, puesto que has sido elegido por el Señor en toda la tribu de Judá. Pero José empezó a prosternarse, suplicante, y les dijo con timidez: Soy viejo, y tengo hijos. ¿Por qué me confiáis a esta joven? Y el Gran Sacerdote le dijo: Recuerda, José, cómo perecieron Dathan, Abirón y Coré, por haber despreciado la voluntad del Altísimo, y teme no te suceda igual, si no acatas su orden. Y José le dijo: En verdad, no menosprecio la voluntad del Altísimo, y seré el guardián de la muchacha hasta el día en que el mismo Dios me haga saber cuál de mis hijos ha de tomarla por esposa. Entretanto, dénsele algunas vírgenes de entre sus campaneras, con las cuales more. Y Abiathar repuso: Se le darán vírgenes, para su consuelo, hasta que llegue el día fijado para que tú la recibas, porque no podrá casarse con ningún otro que contigo."

Ni en el Pseudo Mateo ni en el texto de Santiago aparecen referencias a las flores; sí en el posterior texto de la Natividad: “Y, conforme a esta profecía, el Gran Sacerdote ordenó que todos los hombres de la casa y de la familia de David, aptos para el matrimonio y no casados, llevasen cada uno su vara al altar, y que debía ser confiada y casada la virgen con aquel cuya vara produjera flores, y en la extremidad de cuya vara reposase el espíritu del Señor en forma de paloma.”

La explicación de esta ausencia se interpreta como una prevalencia de la importancia de la paloma en la tradición cristiana por su vinculación al Espíritu Santo, abandonando el antiguo texto bíblico base del tema de las varas floridas:  “El Señor habló a Moisés: ‘Di a los hijos de Israel que te den una vara por cada familia: doce varas de todos los jefes de familias patriarcales. Y escribe el nombre de cada uno en su vara. En la vara de Leví escribe el nombre de Aarón, pues ha de haber una sola rama por jefe de familia. Las depositarás en la Tienda del Encuentro, delante del Testimonio, donde me suelo manifestar a ti. Aquel cuya vara florezca es el que yo elijo. Así dejarán de llegarme las murmuraciones de los hijos de Israel contra vosotros’. Al día siguiente, cuando Moisés entró en la Tienda del Testimonio, vio que había florecido la vara de Aarón, representante de la casa de Leví: le habían brotado yemas, había florecido y había producido almendras” (Nm 17,16-20.23).

El episodio del prodigio de la vara en el templo pasó a ser un tema recurrente en el arte, primero con un José anciano que quiere eludir su compromiso con una joven virgen, escondiendo o negando la vara. Por este motivo, las nuevas normas de Trento lo comenzaron a rechazar, considerándolo un episodio legendario, pero la tradición de la vara florida estaba demasiado anclada en el imaginario colectivo, ya era el símbolo más reconocible del santo y, como solución, quedó determinado que este particular bastón simbolizase la pureza de San José, un significado que ha mantenido hasta nuestros días.

En la historia del arte, la vara aparece en la mayoría de las representaciones de los Desposorios de María y José, identificando al esposo de Nazaret. En el tratado “Arte de la pintura, su antiguedad y grandezas : descriuense los hombres eminentes que ha auido en ella... y enseña el modo de pintar todas las pinturas sagradas”, de Francisco Pacheco, que marcó las líneas a seguir por los artistas desde el siglo XVI, se indica cómo deben representarse los Desposorios: “dándose la Virgen y San José mutuamente las manos ante un sacerdote hebreo, la primera en edad de su niñez, y con mucha modestia, y el segundo de edad varonil, mostrando su gran castidad en el semblante, y con un ramo muy florido en la izquierda.”

Una curiosidad en torno a la reliquia de la vara de San José

Terminamos este recorrido por la iconografía  con un curioso dato referido a al culto a las reliquias cristianas: el bastón florido de San José se venera en la actualidad en el monasterio de San Giuseppe dei Nudi, en la colina de San Potito en Nápoles (Italia).

Cuenta la tradición que la reliquia fue llevada por José de Arimatea hasta Inglaterra, pero también que fue trasladada a la isla por los caballeros templarios en época de Cruzadas.  Desde el siglo XIII, aparece expuesto en un convento de carmelitas de Sussex, de donde fue robado. La siguiente referencia lo vincula a la reina Ana, que lo regaló a uno de los más célebres castrati italianos, Giuseppe Grimaldi, Nicolino, que expuso la reliquia en el oratorio de su palacio, para veneración pública, desde 1714. El 17 de enero de 1795, la reliquia fue trasladada definitivamente a la citada iglesia de Nápoles.

Grimaldi realizó algunas actuaciones particulares sobre la reliquia: imprimió sobre ella grabados devocionales y repartió numerosas pequeñas partículas del leño. Una de estos diminutos fragmentos se guarda en la Catedral de Málaga.

 

 

 

 

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