Una tarde tal como la de este 16 de julio, pero hace poco más de cien años, los vecinos de Membrilla se estarían preparando a las puertas del templo parroquial para asistir a la procesión de la Virgen del Carmen, prevista para las siete; sin embargo, una prohibición in extremis dejaba a los vecinos sin acompañar a la nueva imagen de Ntra. Sra. del Carmen, llegada a la población apenas dos años antes…
Pero, ¿quién prohibió la procesión de la Virgen del Carmen? No queda claro si fue el párroco don Avelino Ortiz o el alcalde Valero Chacón. Lo único que quedó patente fue la enconada disputa que mantuvieron ambos personajes, o sus “representantes”, en torno a la procesión de una de las advocaciones más apreciadas en Membrilla desde muchos siglos atrás.
Desconocemos el origen histórico de la Cofradía de la Virgen del Carmen en Membrilla, pero las crónicas nos apuntan que comenzó el siglo XX en horas bajas. Sin embargo, la llegada del párroco Avelino Ortiz a nuestra población supuso un revulsivo para la propia Cofradía y para su fiesta. El sacerdote, gran amante del arte, decidió que la imagen barroca de la Virgen del Carmen no inspiraba la devoción esperada, por lo que promovió la adquisición de una nueva talla más acorde con los gustos devocionales de principios de siglo. Así en 1916 llegaba a Membrilla la nueva talla de la Virgen del Carmen, obra del imaginero valenciano Federico Zapater. Al mismo tiempo, el párroco activó la restauración Canónica de su Cofradía y dio un impulso nuevo a la fiesta del Carmen en la población.
Constaban estas fiestas de nueve días, del 8 al 16 de julio, en las que se desarrollaba un importante Novenario en el templo parroquial, ricamente engalanado, y presidido desde el Altar Mayor por la nueva imagen de la Virgen del Carmen. Todas las funciones religiosas contaban con la predicación de elocuentes sacerdotes, la participación activa de toda la población y solían acompañarse con la música del extraordinario órgano de tubo instalado en la galería superior del lado norte del templo; sesenta voces en un coro dirigido por el sacristán organista Gómez Miguel.
Y el día de su fiesta, 16 de julio, procesión por la tarde con la imagen de la Virgen del Carmen.
La nueva talla de Zapater debía ser muy pesada, difícil de portar en andas en comparación con la antigua y pequeña figura barroca. Pendiente de cada detalle de esta fiesta, el párroco Avelino Ortiz decidió dos años después, en 1918, que las calles del recorrido de esta procesión presentaban muy mal estado, por lo que decidió cambiar el itinerario. Para informar a los vecinos, colgó una nota en las puertas del templo en la que se indicaba la nueva carrera que llevaría la procesión “por estar estas calles en mejores condiciones que las que comprende la carrera de costumbre”.
Llegado el día de la procesión, el alcalde de la localidad enviaba un oficio al párroco suspendiendo la procesión de la Virgen del Carmen. El motivo alegado: que al no recorrer el itinerario de costumbre, y sí otras, sería un trastorno para el orden público.
La réplica del alcalde
Esto contaban las crónicas de la época, anónimas, que también leyó el propio alcalde y motivó su enfado y su réplica con el fin de esclarecer lo sucedido: Él se enteró del cambio de itinerario el mismo día de la procesión porque se lo comunicaron varios cofrades y vecinos del itinerario antiguo, muy molestos por el cambio y poco dispuestos a aceptarlo. Para evitar disputas y disgustos, pidió al párroco que la procesión siguiera el itinerario acostumbrado “desde tiempo inmemorial”.
El párroco le contestó que el motivo que había llevado "a la Cofradía" al cambio era el mal estado de las calles y el excesivo peso de la imagen.
Sin embargo el alcalde insistía en que la injustificada decisión había partido sólo del cura porque, primero, ni siquiera muchos cofrades de la Virgen del Carmen se habían enterado y, segundo, el nuevo recorrido sólo variaba en que era más corto; las calles estaban en las mismas pésimas condiciones (lo que tampoco era un punto a favor del alcalde, encargado de mantener el buen estado del municipio). Respecto al peso de la imagen, el alcalde alegaba que se podía volver a sacar la preciosa imagen antigua, más pequeña pero toda una joya.
Seguía Chacón narrando los hechos: el párroco insistía en su recorrido, el alcalde le conminó de nuevo a volver al itinerario acostumbrado y el párroco “antes que ceder a estos ruegos suspendió la procesión.” Por lo tanto, quedaba claro según el alcalde que sólo el párroco había sido responsable de la suspensión.
Pero no quedaba ahí la cosa, porque el propio periódico puntualizaba la carta enviada por el alcalde añadiendo un comentario como "tercero neutral" en la disputa: “El alcalde quiere hacer víctima de su autoridad excelsa a un celosísimo párroco. Es la eterna clerofobia.” Duda de que el cambio en el itinerario llegase a provocar altercados de orden público: “Cuídese ese alcalde más de sus asuntos municipales, que seguramente estarán desatendidos y deje a un humilde sacerdote cumplir con Dios y con su parroquia, que él a pesar de ser ciudadano podría meterse en asunto municipales y en cambio no lo hará por prudencia y corrección.” El corresponsal dice no conocer al Alcalde, pero sí al párroco, cuya “discreción para no provocar conflictos de orden público” justifica su defensa. (Sin ser excusa ni justificación, como mero apunte histórico, eran públicos y notorios los discursos y alegatos políticos y sindicalista-católicos del párroco de Membrilla, sobre todo en los periodos electorales.)
Una carta anónima de vecinos
La encendida autodefensa del alcalde no cerró el conflicto: un airado grupo de vecinos firmaba un comunicado público dando su versión de los hechos. Movidos por una “profunda indignación”, reprobaban enérgicamente la conducta que el alcalde había tenido con el párroco.
Explicaban el enfrentamiento del día del Carmen en una disputa previa entre el párroco y el alcalde, al que definen como demasiado joven y poco experimentado. Según ellos, “cuando nuestro joven alcalde subió como por ensalmo a las alturas de la presidencia…”, era ya de dominio público la tirantez de relaciones entre su familia y el párroco por un episodio privado del que por prudencia no dan más datos. Sí dejan claro, sin embargo, que la familia de Chacón montó un complot contra el párroco para echarlo del pueblo de una forma vulgar.
Los vecinos acusaban al alcalde de aprovecharse del cargo y abusar de su autoridad para tomar injustas represalias e iniciar una era de persecución (velada, claro) contra el párroco. Sucesivos hechos a lo largo del último año corroboraban sus acusaciones. Pero fue en la fiesta del Carmen donde el alcalde encontró la forma de “vengarse”, con premeditación, sabedor del conflicto que ocasionaría el cambio de itinerario. Y, como puntilla final, la suspensión repentina en el momento justo de iniciarse la procesión, sin que hubiera ningún atisbo de altercado en las calles. Concluyen su misiva alabando la persona y la labor del párroco y recomendando al alcalde que se dedique a la función pública y a la urbanización de la población, “que mucho lo necesita”.
El alcalde continua su defensa
Probablemente la juventud y la falta de experiencia llevaron al alcalde a continuar con su defensa en un medio que claramente no le era afín y cuya línea editorial era eclesiástica, por cierto. De nuevo, se lamentaba Chacón de la cobardía del grupo de vecinos que había tenido que escudarse en el anonimato, lo que probaba sin duda la falsedad de sus imputaciones.
Justificaba Chacón su intervención: si una procesión es una manifestación pública, el alcalde tiene derecho a intervenir. “Mienten como bellacos los que digan que yo he prohibido procesión alguna, pero mi deber como primera autoridad civil está en no dejarme atropellar por un párroco”. Tilda a los vecinos acusadores de “malas lenguas”, anunciando su intención de tirar de la manta para destapar toda la verdad.
Sin embargo, poco conocimiento de los medios de comunicación debía tener el alcalde de Membrilla si pensaba que su escrito iba a redimirlo. El anónimo corresponsal que redactaba la primera noticia del suceso, volvía a ser el juez de su carta y remataba así el escrito del alcalde: “publicamos las sangrientas cuartillas del alcalde de Membrilla, impropias de una autoridad”. Comenta que los términos en los que se expresa “no son los más adecuados para que una autoridad sea respetada” y le acusa de usar términos despectivos y sentir animadversión contra el párroco, que debería ser una figura respetada. La conclusión del corresponsal: en su intento de defensa contra las acusaciones de suspender la procesión, el alcalde sólo ha conseguido darles fuerza y hacerlas más determinantes. “Un alcalde no debe intervenir en una procesión”.
No sabemos qué deriva tomaron las relaciones entre párroco y alcalde en los meses siguientes. Ni siquiera nos queda claro quién suspendió la procesión. Lo único cierto es que la Virgen del Carmen se quedó compuesta en capilla por temas más humanos que divinos.