La tradición cristiana de cultos y festejos celebrados en Membrilla en torno a la figura de San Antonio Abad volvió a rescatar los ritos de magia y las costumbres de fuego, concentrados y reinterpretados a lo largo de los siglos en la actual hoguera del santo, que por segundo año consecutivo retorna al Parque del Espino.
Una costumbre que comienza a reavivarse con la nueva Junta Directiva, tras el duro trabajo de mantenimiento realizado por la junta anterior y la implicación de muchos vecinos que siguen fieles a esta celebración. No están tan lejanas hogueras singulares, como la del año 2009, que con dos grados bajo cero y bajo una intensa niebla tardó horas en encender. O la que logró arder el 2013, en una tregua de la lluvia, desafiando la ciclogénesis explosiva de la borrasca Gong que levantó el techo del pabellón del Espino.
Las hogueras de San Antón, que en Membrilla fueron hace algunos años centro de vida social, han quedado relegadas a la hoguera testimonial de la Hermandad. Apenas perdura en la memoria de los más jóvenes la imagen de múltiples hogueras, en las esquinas, frente a las casas, donde los vecinos se reunían para bailar, cantar, comer, realizar ritos de fuego… Y la principal, frente a la puerta de la Parroquia de Santiago el Mayor…
Porque las llamas están íntimamente ligadas a la figura de San Antón, también en Membrilla, y de hecho en muchas representaciones iconográficas del santo aparece un fuego que brota de sus pies o del libro que sostiene en sus manos. No podría entenderse la fiesta del santo eremita sin la presencia del fuego purificador, explicado en dos ámbitos distintos:
Uno, el rescoldo en esta fiesta invernal de los antiguos ritos purificadores; ancestrales fuegos del solsticio de invierno que buscaban la protección sobre las personas, los hogares y los animales; ritos de hogueras que se adoptaron por las nuevas formas religiosas para ahuyentar los malos espíritus del ganado y de los animales domésticos, librándolos así de enfermedades y plagas.
Otro, el símbolo de una de las más terribles enfermedades de la Edad Media, que sanaban los frailes Antonianos: la llamada Fuego de San Antonio, provocada por el consumo de pan elaborado con harina de centeno contaminada del parásito cornezuelo y entre cuyos síntomas estaba la sensación de quemaduras intensas en las extremidades, que acababan gangrenándose. Lo describía bien Fdez. Peña: “Los afectados no sabían a quién recurrir y se dirigían a los Monasterios en busca de consuelo divino. De todos los lugares destacó el Monasterio Benedictino de Mountmajour, que albergaba las reliquias de San Antonio Abad. Allí se creó una fraternidad de laicos caritativos y con conocimientos médicos que bajo la advocación del santo, atendían a los enfermos con hierbas medicinales (bálsamo de San Antón, ungüento poderosamente antiséptico que ha sido estudiado en modernos congresos de medicina, y el Santo Vinagre) y con una correcta alimentación en la que se había eliminado el centeno contaminado y en la que no faltaban los productos de sus famosos cerdos. “