Algunos recordarán todavía cuando en Membrilla, como en todos los pueblos de España, las calles eran de tierra. Llovía e inevitablemente se hacía barro, y el agua corría formando arroyos, y se paraba formando formidables charcos, y cuando el sol los secaba quedaban las marcas inconfundibles de baches que ni se podían saltar. La modernidad trajo la costumbre de empedrar algunas calles, y con ello la gente aprendió a desplazarse en línea recta, siempre y cuando fuera posible, porque también algunas piedras se levantaban y dejaban agujeros donde también se podía tropezar.
Nuevos avances de la técnica y la economía permitieron asfaltar algunas calles, y luego todas las del pueblo. Con esto, en principio, se solucionaba el problema de los baches, de los hoyos, de esos agujeros donde uno podía sin darse cuenta dejar la pierna antes de dirigirse apresuradamente a besar el suelo. También eso se acabó, y las autoridades vienen procurando, en la medida de sus posibilidades, arreglar las calles y aceras de vez en cuando. Los caminos del campo se supone que también, aunque ahí entran las maneras y formas, y eso tendría discusión para otro rato largo.
Pero resulta que no siempre se arregla a tiempo el suelo que pisamos, y hay veces que sin querer nos seguimos tropezando, porque en nuestras calles aparecen baches que acaban adquiriendo derecho de propiedad y formando parte del paisaje. Sin que nadie lo remedie, son obstáculos casi naturales, como los desniveles del terreno en campo abierto, y ahí los vemos todos los días y los reconocemos y hasta les cogeremos cariño y nos dolerá que algún día desaparezcan. Aunque está por ver que todos desaparezcan.
Algunos han sido casi olvidados, como los que durante años fueron ensanchándose hasta casi llegar a la categoría de pozos en la calle del Olivo. Uno pasaba con el coche y le parecía estar cruzando una región en guerra, y más de un muchacho perdió allí su balón porque no se atrevió a rescatarlo después de que cayera al hoyo. Lo mismo se podría decir de la continuación de la calle Ramón y Cajal bordeando el pueblo hasta la carretera de la Vega, tramo rebautizado como “la calle del Gua”, aunque ya sabemos que, más que guas, lo que hay en esa calle son socavones. Y eso a pesar de los sucesivos arreglos que la van dejando igual o peor.
Pero también ocurre en lugares más céntricos y concurridos. En la Avenida de la Constitución se han consolidado en plena acera dos obstáculos que ya casi no hacen daño al personal porque todo el mundo los conoce como si fueran de la familia, y los evita también como si fueran de la familia. El arriate de un árbol permanece sin rejilla ni se sabe el tiempo, y otro arriate sin árbol, sólo con el pequeño tocón del que hubo en su día, tiene la rejilla aplastada formando un auténtico gua. Lo malo es que la canica puede ser cualquier día la cabeza de algún vecino que pase por allí y tropiece y se lleve de premio un toconazo y se quede con la chinostra encasquillada. Todo el mundo anda prevenido al bajar hacia la plaza, algunos con más miedo que otros, y al menos sería bueno que alguien, munícipes o cuerpos del orden, colocaran una valla de plástico avisando del peligro.
Lo malo es que en alguna aglomeración, como cuando se junta gente esperando el paso de una procesión, algún individuo pesado, tratando de colocarse en primera fila, cuele el pie y arrolle en su caída a los que estén al lado, formando un efecto dominó que puede llegar a la plaza. Estaría chusco ver cómo llegan los nazarenos y está toda la acera tirada por el suelo porque alguien no se ocupó de nivelar el suelo.
No es el único mal paso que puede darse en el pueblo. En la esquina de San Mateo, cualquier niño puede tropezar una tarde con una rejilla que está casi siempre levantada y llegar tarde a la catequesis, y exponerse a un castigo que puede superar los tres padrenuestros. Evitemos esto, hagamos algo aunque sea por los niños. En los paseos del Espino, hubo otra rejilla a la que le faltaban dos tiras de hierro y que estuvo a punto de ser catalogada como punto negro por la DGT, por la cantidad de accidentes que se concentraban en ese tramo.
Hay que llevar cuidado y mirar por dónde se pisa, o uno corre el riesgo de caer a un hueco y necesitar la ayuda de los Geos para volver a la superficie. Hay incluso quien afirma que Membrilla no pierde población por la emigración de los jóvenes, ni por el despoblamiento rural, sino porque la gente desaparece en los agujeros.
Menos mal que la modernidad nos trajo el asfalto, y las rejillas para cubrir los arriates, y las autoridades siempre disponen de dinero para mantener nuestras vías públicas cuidadas. Ya no volveremos a las calles de tierra.- Membrilla, 29 enero 2010.
Nuestro agradecimiento a la diligencia del Concejal de Obras y Urbanismo por aplacar, en apenas quince días desde la publicación de este artículo, los problemas que el estado de estas rejillas ocasionaban a vecinos y transeúntes. 12 febrero 2010
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