Hace algunos años entraba al templo parroquial de Santiago el Mayor por la puerta sur. Eran los instantes previos a una de las procesiones de nuestra Semana Santa. Justo delante caminaban varias anderas de una de las hermandades locales y la extrema cercanía hizo que escuchase parte de su conversación. Una de ellas comentaba: “Yo no creo en los curas; yo creo en (y aquí iba el nombre de una imagen titular)”.
Desconozco la conversación previa igual que la conversación posterior, por lo que no se puede juzgar, -no lo vamos a hacer-, una frase sacada de contexto. Pero no deja de ser una sentencia “curiosa”, dado el marco en el que fue pronunciada, y, sobre todo hoy, nos sirve para introducir un concepto que, muchas veces, olvidamos tanto los cristianos como los no creyentes:
Los curas son hombres; no son dioses.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, “nuestra profesión de fe comienza por Dios”: "Creo en Dios". Y creemos en su Hijo, encarnado en hombre en un “misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana.” Y hasta ahí nuestro paso por la fe entendida como “virtud teologal del cristianismo”, que define la RAE.
En el espacio no creyente, sin virtudes teologales que manejar, esa “creencia” se diluye; no hay fe en ningún dios ni hace falta.
Desde cualquiera de las dos perspectivas, el cura, el sacerdote, no deja de ser un hombre al servicio de un dios. Y como un hombre hay que tratarlo, no creyendo en él en un acto de fe, sino creyendo en él como un acto de confianza.
Raúl lleva caminando por nuestras vidas quince años, desde su llegada a Membrilla el año 2008 para hacerse cargo de la parroquia de Santiago el Mayor. Estos días de despedida, antes de su inminente marcha a Ciudad Real, han servido para constatar primero lo volátil del tiempo (que quince años son nada) y, después, los sentimientos encontrados de toda despedida, conscientes de que, pese a los seguros reencuentros futuros, se cierra un ciclo importante en la vida parroquial de la mayoría de los vecinos. Y los cierres de ciclo casi siempre arrastran un matiz extraño de tristeza.
Podríamos decir que Raúl es un hombre lleno de grandes virtudes o también de defectos (“el que esté libre de pecado…”) y esa valoración vendrá dada la mayoría de las veces de manera individual, según el trato y la opinión y los temas personales y concretos y la cercanía que haya existido con el sacerdote, o el hombre, o el amigo, o el vecino.
En lo global, nos quedan muchas huellas del paso de López de Toro por la parroquia. Muchas aportaciones bien llevadas a la labor pastoral y a fiestas tan importantes como la Semana Santa, el Corpus… Por citar solo las más anecdóticas, sin entrar en otros temas: Bendiciones de Niños Jesús, presentación de recién nacidos en el templo, impulso de celebraciones como la Inmaculada y apoyo a muchas pequeñas hermandades… Quedará su recuerdo en el nombre del pequeño Niño Jesús Nazareno de la Misericordia, y también puso en valor el culto a la Virgen de los Dolores y del Resucitado destacando sus imágenes durante el Septenario y la Octava de Pascua. Incluso es el autor, junto a D. Pedro Roncero, de los últimos retoques a nuestro histórico Sermón del Encuentro. En última instancia, su implicación para que las imágenes recuperen un lugar digno para su culto en el interior del templo, tan demandado por los vecinos de Membrilla.
En los Desposorios, muy reciente el recuerdo de un Novenario extraordinario, con hondo sabor a despedida, que ha puesto sobre la mesa de manera ejemplar la vigencia de todos los conceptos y actitudes y valores que implican los Desposorios de María y José. En el púlpito, durante estos quince años, predicaciones de peso, con homilías bien construidas, con mensajes de gran calado. Un hombre hablando de Dios con palabras humanas: ahí también cabe el error.
Y cabe la soledad de muchos momentos, especialmente los vividos ante el templo vacío en aquellos duros meses de confinamiento; quizá también la soledad de enfrentarse sin miedo a la verdad, en muchas ocasiones. Consciente de errar y de acertar, que es lo que tiene la naturaleza humana.
El ser humano pide muchas veces perdón. A veces, se equivoca. A veces, se enterca. Pero la mayoría de las veces brilla desde la entrega y el amor a los demás, desde la amistad, desde la inteligencia y la mirada limpia. Es lo que tiene ser hombre (o mujer). Y quince años dan para mucha “teología” sobre lo humano y lo divino en una pequeña población.
Creer, confiar, en el hombre.
Felices 25 años de ordenación sacerdotal. Lo celebraremos esta tarde en el templo, ya con un sentimiento de orfandad. En muchos sentidos.
Que la vida te sea amable el resto del camino…