Los últimos Corpus Christi de la custodia procesional de Membrilla

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Siguiendo la secuencia histórica de los acontecimientos vividos en Membrilla durante la Segunda República, podríamos escribir: Cuando a las 9 y media de la mañana del jueves 20 de junio de 1935 la majestuosa custodia procesional de la parroquia de Santiago el Mayor salía por la puerta de la iglesia, pocos vecinos podían suponer que sería la última vez que la verían desfilar por las calles del pueblo... Pero es un dato incorrecto.

Efectivamente, el de 1935 fue el último Corpus Christi celebrado en la población antes del estallido de la Guerra Civil y del silencio religioso obligado durante los tres años de contienda. Pero las crónicas nos revelan que no fue la última salida de la custodia procesional, sencillamente porque ese año no fue utilizada en la procesión. Hacía un tiempo que ya había vivido su último Corpus Christi en la calle. O el temor a los elementos más violentos del sindicalismo local o el sentido práctico del párroco, evitando el enorme peso de la custodia ante posibles incidentes, habían llevado a utilizar una fórmula diferente.

Membrilla perdía un poco  el miedo en 1935 y, tras varios años de celebración encerrada en los muros del templo, volvía a atreverse a sacar el Santísimo en procesión. Pero sería el propio párroco, D. Avelino Ortiz, el encargado de llevar la Sagrada Forma en sus manos, probablemente en la custodia más pequeña, bajo un palio que portaban los miembros de Juventud Católica Masculina. Filas de jóvenes alumbrando completaban el sencillo cortejo que recorrió las calles Iglesia, Castillo, Blanco, Plaza de Castelar, Cervantes e Iglesia. En la presidencia de la procesión estaba el resto del clero local y, supliendo la ausencia de los miembros del ayuntamiento, representantes de algunas instituciones religiosas.

Las calles del itinerario estaban lujosamente engalanadas con vistosas colgaduras de seda y se adivina la presencia de los populares altares de este recorrido del Corpus, tradición que ahora ha desaparecido en Membrilla: se hicieron las dos paradas de costumbre en la calle del Blanco y en la calle Cervantes.

No hubo acompañamiento musical por parte de la banda de música y las crónicas subrayan la ausencia del tradicional concierto de la tarde del Corpus que en el templete del Espino abría la temporada de verano. El Ayuntamiento republicano había suprimido los pagos a la banda para temas religiosos. Sin embargo, sí la contrataba para celebraciones “civiles”, como un concierto el 1 de mayo, decretado fiesta local.

Las actividades de la tarde del Corpus se limitaron a partidos de pelota en el frontón de La Sociedad y, ya por la noche, una Velada de la Juventud Católica Femenina en el Salón-teatro del Sindicato Agrícola Católico donde las jóvenes de Membrilla representaron diferentes piezas dramáticas.

Las celebraciones del Corpus se cerraron el domingo siguiente, 23 de junio, al modo en que solía hacerse por toda la nación: con una corrida de toros. Novillos de Emilio Burgos, buenos, para Niño de la Granja, superior, que cortó orejas y salió de la plaza en hombros, y para Mariano de Castro, “aplaudidísimo también”.

Mientras, la valiosa custodia de torre permanecía guardada en el convento. Nos cuenta D. Pedro que era tan pesada que hacían falta varias personas para moverla. Procesionaba sobre unas sencillas andas vestidas de telas, portada por cuatro sacerdotes. Era sin duda una de las piezas más sobresalientes de la orfebrería nacional en su categoría, desarrollada a partir del siglo XVI por los principales orfebres del país: custodia turriforme de un metro de altura, con varios cuerpos de templetes superpuestos sobre columnas de perfil clásico, en los que se desarrollaba un completo cuadro iconográfico. En el cuerpo principal, el ostensorio para el Santísimo Sacramento. En el cuerpo superior, bajo cúpula, una imagen sagrada cuya identidad resulta difícil de perfilar en la única imagen que ha llegado a nuestros días.

Nadie volvió a saber nada de la custodia de plata tras el asalto al convento en julio de 1936. Su enorme valor económico la situaría en el foco de las rapiñas de esos días, bien a nivel particular, bien por el bienestar colectivo, sumándose a los objetos que fueron a parar a las Cajas de Reparaciones, entregados por los nuevos mandos locales para sufragar la causa republicana durante la guerra o la atención a los refugiados españoles (que tan poco dinero vieron de estos fondos). Objetos de oro y plata desaparecidos, fundidos, vendidos o incluso embarcados por el Gobierno en naves, como el Vita, destino a América o Rusia. Tampoco faltaron los objetos escondidos en los sitios más insospechados para salvarlos del expolio. La ausencia de testimonios referidos a esos días deja abierta la puerta a cualquier interpretación…

El único hecho constatable es la “desaparición” de la que, sin duda, e incluso más allá de cualquier connotación religiosa, era una de las mayores joyas del patrimonio artístico de Membrilla.

 

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