No tenemos referencias evangélicas de la presencia de los abuelos de Jesús en su entorno vital. Nos contentamos con aferrarnos a una literatura apócrifa, en muchos casos de gran belleza y llena de sentido poético, para recomponer momentos de especial significado en lo que debió ser la vida de la familia de Nazaret. Así sucede con la infancia de María, sus Desposorios con José y, en ese contexto, la existencia de unos abuelos de Jesús: los padres de María, Joaquín y Ana.
Aparecen Joaquín y Ana en el Evangelio de Santiago, que narra las dificultades de los esposos para tener descendencia, la intervención divina, el nacimiento de María y su vida en el templo y desposada con José hasta que concibe y da a luz a Jesús. Algo parecido se encuentra en el Evangelio de la Natividad de María. Aunque no existe en los textos una relación expresa entre abuelos y nieto, revelan un parentesco especial que ha llevado a conmemorar este 26 de julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, como el Día de los Abuelos.
Nunca había arrastrado tanto significado un Día de los Abuelos como este del 2020.
Un día especial marcado por la pérdida, la distancia y el cuidado.
El 2020 nos ha enseñado el drama de la pérdida. Deberíamos preguntarnos porqué se nos han ido miles y miles de abuelos en apenas dos meses de crisis sanitaria en un estado occidental y moderno. Y reflexionar mucho. Y muy profundo. No deberíamos perdonarnos no tener ni la capacidad de contabilizar cuántos mayores han fallecido. Ayer mismo la televisión pública se atrevía a poner una cifra, -otra más-, sobre la mesa: “El número de víctimas mortales que el coronavirus ha dejado en las aproximadamente 5.457 residencias de ancianos españolas -ya sean públicas, concertadas o privadas- con Covid-19 o síntomas similares se sitúan en 19.646, según los datos proporcionados por las comunidades autónomas. La mayoría de las defunciones se han producido en Madrid, Cataluña, Castilla y León y Castilla-La Mancha. Así, los fallecidos en residencias de ancianos equivaldrían a un 69,1 % del total notificado oficialmente por el Ministerio de Sanidad.” Muertos en residencias… Sumemos muertos en domicilios, sumemos muertos en hospitales… La cifra debería avergonzarnos. No vamos a repetir las condiciones de soledad en la que se marcharon. Eran nuestros abuelos…
El 2020 nos ha enseñado el dolor de la distancia. Meses de confinamiento obligatorio en el que los abuelos han permanecido solos en sus casas. Los meses de los no-abrazos. La soledad del silencio, agravada por el temor a saberse en el punto de mira de un virus especialmente obstinado con los mayores. Muchos pequeños sin saber por qué se podía salir a pasear, incluso ir al bar, y no se podía ir a ver a los abuelos. Muchos abuelos enfrascados en una lucha diaria con las nuevas tecnologías para poder hacer videollamadas y recibir fotos y videos en el móvil.
Pensamos que el 2020 nos ha enseñado precisamente eso, el deber de cuidado con nuestros abuelos. Tenerlos en una burbuja de protección extrema para evitar que el coronavirus les encontrase detrás de una esquina. Llevándoles la compra, las medicinas, cuidándoles con medidas de prevención nunca vistas.
La relajación del confinamiento y el ambiente festivo extraoficial del mes de julio nos deja escenas preocupantes respecto a nuestra relación con el virus y sus efectos. En adultos y en jóvenes. Lo que los hijos y los nietos hagamos estos meses repercutirá en nuestros abuelos a corto plazo. Quizá demasiado corto. Podemos cerrar esta difícil historia lineal en la fase del cuidado o convertirla en un ciclo, como el mito del eterno retorno, para volver a la casilla de salida y no saber cuántos abuelos se han quedado en el camino ni porqué…
No hay mejor regalo para el Día de los Abuelos 2020: extremar el cariño, extremar el cuidado. Y, sobre todo, recordar porqué.
Recordar.
“El amor incondicional lo comparo con el amor de los abuelos. Es un amor que te pone límites cuando son necesarios, pero que te acepta incondicionalmente como eres. Quieren que seas lo mejor posible y que seas como seas.” E. Punset.