Amanece el domingo 3 de mayo con la certidumbre de ser un día especial pero extrañamente velado por la incertidumbre de encontrarse en una situación poco habitual. Es la primera vez en nuestra historia reciente que el Día de la Madre se celebra bajo un estado de alarma. Pero en esta historia subyace un elemento terrible: Es la primera vez en este siglo que está prohibido, por ley, acercarse a una madre.
La celebración de la madre y la maternidad es algo tan propio y natural del ser humano que aparece vinculado al origen mismo del hombre. No es este el momento para hablar de estatuillas de piedra talladas hace miles y miles de años. Ni para recorrer los homenajes a la figura de la madre a lo largo de todas las culturas y pueblos del planeta. Citar sólo que si hoy estamos aquí, celebrando una fecha oficial en tiempos modernos, fue un poco por el trabajo pionero de la americana Julia Ward Howe, que se materializaría algo después, un 10 de mayo de 1908, cuando Anna Jarvis creó el primer Día de la Madre en Estados Unidos. En España tuvimos fechas de reconocimiento no oficiales salpicadas a lo largo de nuestro país, hasta que después de la guerra quedó establecido el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, como Día de la Madre.
Como es de suponer, fue un gran almacén el que empezase a jugar con el primer domingo de mayo para la celebración, y ambas fechas convivieron algunos años hasta que en 1965 España fijaba definitivamente la celebración en mayo, mes de María.
Y aquí estamos. Celebrando. Y, de nuevo, retomamos la idea de que “ha tenido que llegar un virus” para ponernos delante de los ojos lo que estábamos celebrando. Dicen que madre no hay más que una, pero los tiempos del coronavirus nos desvelan las múltiples facetas de las madres de Membrilla en este domingo que arranca:
Hay madres cibernéticas o tecnológicas, que un día, sin saber cómo, se levantaron expertas en redes y classroom, que lo mismo te montan un video que mantienen reuniones de trabajo online y toman las cañas con los amigos los viernes a través de Zoom o Skype.
Hay madres valientes que pasan el día cuidando a los que más cuidados necesitan estos días en hospitales, farmacias, residencias y otros centros; son las madres más fuertes, porque son las que más mienten: disimulan mejor que nadie las ganas de abrazar a sus hijos cuando llegan a casa y no pueden abrazarles por miedo a transmitirles algún virus. Habrá que recordar siempre, siempre, en esta historia que no contaron con los suficientes equipos de protección…
Hay madres en Membrilla que han dejado su vida, como todos, para confinarse en casa. 24 horas confinado con mamá da para mucho (para mucho bueno y para mucho malo), pero sin duda será una experiencia. Madres que se han reconvertido en doctoras, profesoras de primaria y ESO, diseñadoras, músicas, pintoras… Incluso las casas más pequeñas y los días más largos son imposibles de abarcar en toda una jornada de cocina, limpieza y desinfección y tareas escolares y niños y perros…
Porque hay hasta madres que se pelean por sacar al perro… Situación que ha quedado algo relajada con las últimas medidas de liberación de paseos.
Hay madres que rascan unas horas de ese tiempo, haciendo juegos de malabares con la vida, para coser o fabricar materiales de protección que ayuden a otras madres a llegar sanas y salvas a sus hogares. La cuestión final, en el fondo, es que todas abracen a los hijos con la misma intensidad al final de la jornada.
Y madres profesoras, que han cambiado el aula por el despacho y el salón de casa, y la pizarra por el ordenador, intentando no perder el contacto con los alumnos en un incierto cierre de curso con más incógnitas que precisiones.
Hay madres empresarias y autónomas y trabajadoras que se levantan cada mañana y dejan dormidos a los pequeños para marchar a su trabajo sin saber si volverán solas o traerán algún virus a casa. Madres que son conscientes de la tremenda valentía de sus pequeños, muchas veces solos, ayudándose y peleándose entre hermanos, -como siempre-, arrimando pequeños hombros para sobrellevar la carga familiar.
Pero también hay madres empresarias y autónomas y trabajadoras que han cerrado su empresa, han detenido su actividad o han sido despedidas. Madres fuertes que afrontan un año incierto muchas veces sin reflejar en el rostro la tremenda dureza del horizonte próximo.
Hay madres que se enfrentan al miedo de meterse en un supermercado o un establecimiento cerrado, sin saber qué encontrará alrededor de los estantes, en el comprador de al lado, las más de las veces concienciado con la situación sanitaria, pero algunas veces poco responsable con las medidas de protección, o incluso desconocedor sin culpa alguna, como todos los que carecen de test, de qué se porta y cuándo…
Enfrente tienen a las madres que trabajan en esos establecimientos. El miedo es el mismo. El tiempo de exposición es infinitamente mayor en el segundo caso… Y así ha pasado…
Hay madres que cuidan a sus mayores, los más desprotegidos en esta situación, y se encargan de que no les falte de nada en su puerta: ni medicinas, ni comida, ni productos de limpieza, ni mascarillas… Pero nada de abrazos.
Hay madres en Membrilla afectadas por el coronavirus que han sido atendidas telefónicamente en sus hogares bajo la consigna de paracetamol y aislamiento. Madres que han superado bastantes jornadas de fiebres intensas, sin poder atender a sus hijos. Y que a los 14 días sin fiebre han sido dadas de alta, también telefónicamente, sin test que confirme la curación definitiva, y enviadas de nuevo al trabajo.
Hay madres viudas que viven solas en Membrilla, y que, según su nivel de riesgo, han podido salir o no a la calle a realizar las actividades esenciales. Podrán ir a la compra, pero no podrán ver a sus nietos. Abuelas fuertes que pasan el día entre lecturas y costuras y que en muchos casos ya se han hecho cibernéticas y tecnológicas ante la esperada videollamada de los nietos.
También hay madres que descubrirán por primera vez este año lo que es celebrar ser madre, con pequeños incluso nacidos en plena pandemia, entre mucho amor y miedo...
Podríamos pensar que las madres que peor lo pasarán hoy en Membrilla son aquellas que viven en residencias, sin poder recibir la visita de los hijos; madres ancianas que han superado (o no) dos meses terribles de azote de coronavirus entre sus convecinos de habitación y juegos.
Pero no hay que olvidar que hay madres ingresadas en los hospitales, luchando contra la enfermedad sin poder sentir siquiera al lado a sus familiares. Arropadas por el calor que aquellas primeras madres que citábamos, -las enfermeras, doctoras, celadoras y otras trabajadoras de la sanidad- les han dado desde el primer día.
Hay tantas madres viviendo al mismo tiempo en cada madre de Membrilla este domingo 3 de mayo…
Nuestro homenaje y reconocimiento a todas ellas: Madres de Membrilla que ríen y lloran, y abrazan y escuchan y sienten y callan y vocean e incluso tiran de amenaza de chancla; y trabajan y luchan y pasean, -por fin-; y esperan en la distancia y temen y llaman y sueñan...
Pero nuestro recuerdo final, porque es de justicia, a todas las madres que nos han dejado estos dos últimos meses y que, por decreto, tuvieron que irse solas tras toda una vida acompañándonos a nosotros.
FM