En la Calle del Gua los niños de Membrilla pueden jugar a las bolas con bilortos de cinco kilos. Y además todos ganan porque hay tantos guas y están tan cerca uno de otro que es imposible fallar el tiro: la bola siempre acabará cayendo en uno. Sin embargo, últimamente ha disminuido la afluencia de niños a la zona. Los guas se han hecho tan hondos que una vez que el bilorto cae al agujero es imposible recuperarlo y los padres, con esto de la crisis, no están para comprar tantas bolas.
Aunque esta es la versión oficial. Lo que nadie comenta es que, en realidad, en este barrio del Sur de Membrilla se respira un sentimiento de terror. Es el miedo al gua.
De un tiempo a esta parte, las desapariciones en la zona se han multiplicado. Una abuela salió a andar después de comer hacia el camino Hondo y no regresó a la hora de la novela. Las vecinas de la Calle Quevedo la vieron por allí antes de cruzar la Calle del Gua. Un niño de la Calle del Sur salió a dar una vuelta en bicicleta. Llegó llorando a casa con las piernas llenas de arañazos y mordiscos. Y sin bicicleta. Nadie creyó su historia. Pero lo que todos callan es lo del Rogelio, que salió a rulear su siembra de la Carretera de la Vega. Lo saludaron a las ocho de la mañana en los arcos del Espino, camino de la faena, y nunca más se supo. No aparecieron ni el tractor ni el rulo.
Nadie sabe como llegó el Gua a la zona. Apareció un día, de repente. Quizá su origen biológico esté en el agua, como toda forma de vida, y en el río Azuer mutase a causa de tanta contaminación. Algún científico de la zona se ha atrevido a afirmar que fue en las inmediaciones del Rezuelo donde al Gua le salieron las patas, gracias a las cuales consiguió abandonar el río. Sus branquias originales se transformaron en unos incipientes pulmones que le permitieron respirar entre el barro rojo de la Vega y sobrevivir un tiempo escondido entre los sembrados y azafranales, alimentándose de insectos, pequeños roedores y cebolletas, para acompañar. Hasta que un día, no se sabe cómo, el Gua llegó hasta las afueras del pueblo. Vio la calle y le gustó. Y anidó en ella. Y nacieron muchos pequeños “guasitos”.
Hubo un tiempo en el que las autoridades locales, ante las denuncias ciudadanas, intentaron solucionar el asunto utilizando gravillas y otros métodos de exterminio poco agresivos. Pero el Gua siguió reproduciéndose. Y los “guasitos” tuvieron “guasitines”. Y todos juntos crearon una peligrosa colonia que ahora vive tranquila porque como está de moda la protección de especies y el respeto al medio ambiente parece ser que las autoridades han convertido la zona en una reserva de la biosfera: el Parque Natural del Gua, donde los turistas podrán observar, a cierta distancia, eso sí, los hábitos y costumbres de estos peculiares depredadores. Y con todo, quizá este turismo sea una buena iniciativa para reactivar la economía local. Felicidades.
(Nota de última hora: Iker Jiménez ha confirmado la grabación de un especial de Cuarto Milenio en el pueblo porque corre el rumor de que, cuando todo está en silencio, pueden escucharse voces que salen de las profundidades de los Guas. Alguno incluso dice haber reconocido al Rogelio.)