Desde niños estamos inmersos en la mentira. Acabamos de revivir algunas de las pruebas que lo demuestran. Mucha gente cree en los Reyes Magos, Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás..., aun sabiendo que no hay documentos que demuestren su existencia. En el caso de los primeros, los Reyes, si no existieron, no pudieron avisar a Herodes; por lo que la matanza de los Santos Inocentes tampoco se produjo. El mismo nacimiento de Jesús está cuestionado, no sólo en cuanto a la fecha, sino en concretar a qué Jesús nos referimos: ¿al profeta judío?, ¿al zelote?, ¿al perteneciente a la nobleza judía que luchaba por la liberación de Israel? o ¿al Hijo de Dios que resucitó, únicamente creíble desde el “don” de la fe? Da la sensación de que es la mentira, o la falta de veracidad, la que maneja al mundo.
La gente ve maltrato psicológico en decirle a los niños que Los Reyes son los padres. Sin embargo, yo creo que, para educarlos bien, deberíamos decirles que no existen los Reyes Magos. Y que si existieran, serían injustos y crueles. ¿Cómo justificar que colmen a los ricos de regalos y a los pobres no? Nuestros niños lo comprenderían enseguida. Sería mucho más ético y edificante para ellos disfrutar del esfuerzo económico de sus padres y del amor que han puesto en las compras. Intuirían, y conocerían después, que falta justicia social para llegar allí adonde no lo hacen los Reyes Magos, precisamente porque no existen (los niños no son tontos). Verían la necesidad de ser solidarios para resolver las terribles diferencias sociales y aprenderían que, siendo creyentes o no, ni Dios ni los Reyes Magos resuelven los problemas del mundo. Esa labor la debemos hacer los seres humanos. Lo primero en lo que tenemos que creer es en que un mundo mejor es posible.
Cuando somos adultos superamos algunas mentiras y caemos en otras. Siempre hay gente insolidaria y aprovechada para inculcarlas. Se ha dicho: “la verdad os hará libres”. Es sabia la frase. Lo que ocurre es que algunos la utilizan, la han utilizado, para adoctrinar imponiendo la suya. Prefiero los versos de Antonio Machado: “Tu verdad no; la verdad / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
San Juan Crisóstomo (344 - 408 d.C.) creía que la Tierra era plana, “si no lo fuera —manifestaba—, iría en contra del contenido de las sagradas escrituras”. Nicolás Copérnico (1473-1543), astrónomo polaco, conocido por su teoría Heliocéntrica, que había sido descrita ya por Aristarco de Samos (310 a.C. - 230 a.C.), según la cual el Sol se encontraba en el centro del Universo, tuvo que callar su ciencia. La iglesia Católica colocó el trabajo de Copérnico en su lista de libros prohibidos. Una vez más, la mentira se imponía en el mundo y la verdad era secuestrada por la irracionalidad de la fe. Hay tantos casos...
Pienso que, de momento, la verdad absoluta (una teoría unificada que explique el universo, incluido el concepto Dios) es aún difícil de construir. Sin embargo, me parece que el único camino que asciende a ella es el de la utopía. Se ha denigrado esta palabra dotándola de una definición que nos aleja de tomarla como meta u objetivo. Creo que la esperanza de la humanidad está en seguir lo utópico y no en cerrar filas en torno a verdades obligadas e indemostrables. Ha sido así como hemos vencido, desde el origen, los imposibles científicos y los que nos imponían los manipuladores de la verdad. ¡Cuánto tiempo perdido y cuánto sufrimiento causado!
Qué triste es, un año más, despertar de ese falso sueño de ilusión en el que nos sumergen en estas fechas el consumismo inútil y la insolidaridad. Todo ello, para colmo, celebrado desde el nacimiento de un Dios pobre que ama a los pobres, del que se ha apoderado una Iglesia inmensamente rica.
Cosme Jiménez Villahermosa