Las personas, cristianas o no, somos muy de rasgarnos las vestiduras.
Nos rasgamos las vestiduras cuando el Estado subvenciona a los sindicatos, pero callamos si es nuestro sindicato y miramos a otro lado si además destina esas ayudas a pagar coca o gambas.
Nos rasgamos las vestiduras cuando el Estado subvenciona a los partidos, pero callamos si es nuestro partido y miramos a otro lado si además destina esas ayudas a pagar sobresueldos y lujos.
Nos rasgamos las vestiduras cuando el Estado subvenciona a la Iglesia, pero callamos si es nuestra Iglesia y miramos a otro lado ante las críticas sin ser capaces de explicar la extraordinaria verdad de la labor social que la Iglesia está realizando, no sólo en nuestro país a través de entidades asistenciales tipo Cáritas, sino fuera de nuestras fronteras.
Es lo que todos conocemos como Misiones. Son las Misiones que todos desconocemos.
De vez en cuando, tienen que venir a Membrilla personas de la talla humana de María Teresa Andrade, misionera en África que nos visitó por el mes de febrero, para ponernos los pies en la tierra y mostrarnos foto a foto, dato a dato, dónde va el dinero que entregamos a Manos Unidas y cómo trabajan los voluntarios de la Iglesia.
Y de vez en cuando tienen que celebrarse fechas concretas, a modo de cumpleaños, para recordarnos que hay miles de personas trabajando voluntariamente en los lugares más remotos e inhóspitos del mundo, luchando día a día contra la enfermedad, la pobreza y la miseria.
Lástima que sólo los recordemos cuando acontecimientos tan terribles como la epidemia de ébola los pone en el punto de mira de los informativos mundiales. Pero al final, se han llenado más páginas de periódicos y más horas de tertulias hablando de un perro (con el respeto siempre a la dignidad que el animal merece) que de los cientos de voluntarios (religiosos, laicos, enfermeros, médicos…) que se enfrentan en África a la enfermedad sin medios para evitar contagios. Sin ponerse en huelga. Sin eludir su compromiso con el otro.
Membrilla celebra este domingo la Jornada Mundial de las Misiones, el día del Domund, bajo el lema Renace la alegría. Hace casi doscientos años que una joven francesa comenzó a orar por las misiones de China y a recoger limosnas. Hace casi cien que Pio XI convirtió el penúltimo domingo de octubre en el Domingo Mundial de las Misiones con el objetivo de extender esa conciencia de cooperación misionera.
El Domund es más que una hucha. Es una oportunidad que el calendario nos brinda para recordar el trabajo educativo, social, asistencial… que se realiza en las Misiones de América, de Asia, de África; con escasos medios, con escaso reconocimiento, de ahí la necesidad de cooperación espiritual y material.
Nos rescatan estos días las palabras de Ángel Rodríguez, misionero en Perú: “Entiendo que en esta sociedad consumista donde muchas veces se quiere matar a Dios, los misioneros no estemos de moda, seamos criticados y rechazados por unos y aceptados por otros. Pero ahí está la realidad, que estamos repartidos por los cinco continentes ayudando a los que lo necesitan».
Sería bueno no olvidarlo; para cuando tengamos la tentación de mirar hacia otro lado. O de rasgarnos las vestiduras.