Algunos años, al preparar mis clases para explicar a Antonio Machado, me da por pensar también en el sentido literal del camino. Aparte de todas sus significaciones como la propia vida, la línea que vamos trazando conforme avanzamos en la sola dirección que nos está permitida, el espacio invisible pero cierto que vamos dejando atrás y sobre el que no podemos volver, el camino significa también un camino real. Yo lo imagino de tierra parda, castellano o manchego, jalonado de hierbas pobres en primavera, o de un blanco polvoriento en verano, ensanchado hasta hacerse vereda. Las carreteras de asfalto, grava o zahorra también son caminos, pero no tienen el romanticismo de ese camino modesto, de suaves curvas, a veces con una larga línea de vegetación entre las rodadas, que se va alejando sin ruidos por nuestras anchas llanuras hasta confundirse con el horizonte, hasta perderse a la vuelta de una pequeña loma o un majano.
Antes, no hace dos siglos sino hace sólo unas pocas décadas, casi todos los caminos eran buena parte del año casi impracticables. Aparte de que el firme no era reparado más que en aquellos muy principales, lo normal era que los caminos estuvieran salpicados de piedras en pico, chinas rodantes, y grandes charcos cuando había llovido. No fue pequeño el avance de que los principales caminos que llegaban a nuestros pueblos fueran adecentados, reafirmados con asfalto, grava o tierra, para mayor comodidad de todos cuantos hoy nos movemos por el campo. Ya nadie sale al campo en carro, y hoy coches, tractores o cualquier otro vehículo puede moverse a velocidad razonable por nuestros caminos. Y a veces no sabemos apreciar la suerte que tenemos de vivir en un lugar donde la anchura del campo está a tan sólo unos minutos de nuestras casas, y donde disponemos de buenos caminos no sólo para ir a trabajar, sino para pasear a pie o en bicicleta.
Pero hoy no me he levantado bucólico, sino que quiero llamar la atención sobre algo que me molesta bastante, y que tiene que ver con la degradación intencionada de nuestros caminos vecinales. Es sabido que para que los caminos estén en buen estado hay que cuidarlos y, cuando no hay más remedio, arreglarlos. Arreglarlos cuesta dinero, pero cuidarlos es una simple cuestión de educación y respeto al espacio público.
Creo que desde 2011 no se ha acometido un plan de arreglo de caminos de cierto alcance en nuestro municipio. Nuestra corporación actual esgrimió sus razones, que pueden ser discutibles, para imitar a la de Manzanares y abandonar la Mancomunidad La Mancha, que era quien dirigía estos planes. Y es razonable pensar que a día de hoy los caminos no son intransitables y hay prioridades para invertir el dinero de nuestro municipio, antes que en el arreglo de caminos.
Lo que no me parece razonable es el mal uso que algunos de sus usuarios les dan. Quiero pensar que el descuido de nuestros caminos públicos es una excepción, porque la mayoría de los que transitamos por ellos somos conscientes de cuánto ganamos teniendo caminos arreglados y seguros. Pero en esto ocurre como en tantas cosas: unos pocos maleducados ensucian y pervierten algo que nos pertenece a todos, y que encima nos cuesta dinero cuando hay que arreglarlo.
¿Hace falta ir a la escuela para que a uno le enseñen que las cunetas no pueden ararse porque pertenecen al camino, y no a la finca colindante? ¿Tanto cuesta, cuando se está arando una finca, dar la vuelta en la propia finca para no arrojar tierras al camino de todos? ¿A quién se le ha ocurrido que los baches se pueden tapar con escombros de todo tipo?
Lo de arar las cunetas es algo sobre lo que debe hacerse mucha pedagogía. Aparte de que estimo en muy poco lo que uno puede sacar robándole unos centímetros al camino, lo que hay que explicar es que estas actuaciones son ilegales, y están penadas por las ordenanzas municipales. Pero no hay que llegar a que la guardería municipal tenga que estar pendiente de esto: es sobre todo una cuestión de educación y respeto de los demás: las cunetas están para llevarse las aguas y que no se acumulen en el firme del camino, y son parte del camino mismo.
Lo de verter montones de tierra sobre el camino, esa tierra que se desprende de los arados cuando el tractor lo atraviesa para dar la vuelta, es otra cuestión de sentido común. Uno puede dejarse unos metros sin arar junto al camino, y después pasar los arados en paralelo, puesto que nadie se va a llevar ese trozo de tierra. Lo único que se consigue con este método es crear prominencias y baches que entorpecen después el paso de los demás vehículos, pero sobre todo del que está arando, porque será el primero que cruzará ese camino con su coche.
Pero el premio se lo llevan aquellos que, vecinos o no del camino, piensan que, si el Ayuntamiento no lo arregla, ellos pueden y ellos saben. Y van cubriendo los baches por aquí y por allá con escombros varios. A veces son restos de ladrillos y cemento, pero he visto también restos de cerámica y baldosas, mezclados con alambres e incluso latas. Elementos picudos o cortantes que estorban más el paso de bicicletas y otros vehículos ligeros que los propios baches. Creo que si alguien pretende que arreglen un camino, hay otras maneras menos tremendas de reivindicarlo.
Después están los adornos con que cierta gente va dotando los alrededores de nuestros caminos. Es cierto que cada vez se ven menos televisores, frigoríficos o lavadoras en las cunetas, pero aún los hay por ahí repartidos. Hay gente que cree que un majano no lo pueden componer sólo piedras, y los adereza con los cascotes entremezclados que sobraron de una obra. Por supuesto hay quien va de merienda y arroja todo tipo de latillas y botellas incluso en propiedades privadas, abiertas o cerradas, o quien tira bolsas y desperdicios al río como si fuera un vertedero.
Hagamos entre todos el esfuerzo de respetarnos, de respetar el espacio que es de todos. Mantener limpio y cuidado el espacio público no es, ni mucho menos, una cuestión estética. Recordemos, con Machado, que no somos más que el propio camino que vamos andando, el que vamos haciendo al andar.