Si aceptamos la definición de la RAE de Ensalada como "mezcla confusa de cosas sin conexión", podemos fácilmente llegar a la conclusión de que este fin de semana hemos sido testigos, un año más, de una de las mayores ensaladas mentales de España: La fiesta de Halloween.
Las ensaladas nacionales son buenas: tenemos los mejores ingredientes del mundo. Es parte de la magia de nuestra dieta mediterránea. Pero lo malo de esta ensalada particular no es la "mezcla", ni siquiera las "cosas" mezcladas, sino el término "confusión". Cientos, miles de jóvenes españoles danzando por las calles o en fiestas privadas por el mero culto al horror y al miedo, sin saber siquiera el porqué ni el para qué. Nuevas generaciones que consideran un progreso desvincularse de las antiguas y añejas tradiciones familiares propias para enlazarse a antiguas y añejas tradiciones familiares de otros.
Los ingredientes, reiteramos, no son malos. Todo lo contrario. La ensalada consta de un interesante compuesto cultural anglosajón. De ahí su propio nombre inglés: "All hallow's eve" o víspera de todos los santos. Una rica y extraordinaria historia de druidas celebrando a principios de noviembre el samhaim, el inicio del año nuevo celta, con una fiesta de los espíritus en la que las almas de los ancestros regresaban para visitar sus antiguos hogares. Una verdadera comunión con los espíritus de los difuntos. Todo ello mezclado a lo largo de los siglos con otros elementos nacidos de la tradición popular, como la leyenda irlandesa de Jack-o-Lantern que dio origen a los faroles de nabos, -sí, nabos-, tallados primero para orientar a los espíritus buenos, más tarde para alejar a los malvados.
El ingrediente cultural está perfectamente maridado con el religioso: El recuerdo y la oración por los difuntos, primero en el ámbito pagano, después incorporado al calendario de cultos cristiano. La Iglesia, que ya rendía culto a los difuntos desde sus orígenes, vuelve como en tantas otras ocasiones a "cristianizar" las celebraciones paganas más divulgadas. Así, el papa Gregorio III cambia la fiesta de Todos los Santos del 13 de mayo al 1 de Noviembre a mediados del siglo VIII. Un siglo más tarde, Gregorio IV hizo de la Fiesta de Todos los Santos del 1 de Noviembre una celebración universal. A ello se suma la cercanía del día 2, instaurado desde la iniciativa de San Odilón, a finales del s. X, como "Conmemoración de los Fieles Difuntos", una fiesta para orar por las almas de los fallecidos.
Lamentablemente, todos estos ingredientes se mezclaron en la curiosa ensaladera del Mayflower y llegaron a América, donde sufrieron un aliño desastroso. Ya sabemos el poco aceite de oliva que gastan por aquellos lugares. Los nabos se trocaron en calabazas, más numerosas, y Jack pasó a convertirse en un personaje de terror al tiempo que las costumbres escocesas vinculadas al Trick-or-treat degeneraron en fiestas de disfraces por las calles solicitando dulces. Y los espíritus de los pobres difuntos se mezclaron con momias, dráculas, brujas, zombis y otros personajes de difícil ubicación.
Todo hubiese sido "normal" si la cosa hubiese quedado ahí. Si los americanos se hubiesen quedado con su particular Halloween al otro lado del océano. Total, una nueva nación, unas nuevas costumbres. Pero llegó Hollywood y la globalización y nos exportaron toda la ensalada ya aliñada, que nosotros, gracias a la astucia de la publicidad generada por los nuevos intereses económicos nacidos alrededor de la fiesta, nos comemos sin rechistar. Todo un bol de miedo y de terror. Hasta rebañando el plato con un buen trozo de pan de cruz, como manda la tradición manchega.
Nuestro particular culto a los difuntos, nuestro Juan Tenorio, nuestros huesos de santo, nuestros buñuelos de viento, nuestros modernos cementerios, nuestros recuerdos y oraciones, paganas o cristianas... ¡qué antiguos y pasados de moda! Tan pasados de moda como el aceite de oliva.
En fin, ya lo decía el otro día el propio Dani Martín en sus redes sociales:
"Q bonita esta tradición de Halloween... Tan nuestra..."
FM.
