Amanece Membrilla, soleada y serena, tranquila, otoñal, con aromas de azafrán y buñuelos de viento, sacudiéndose las cenizas torpes y algo forzadas de su paso, un año más, por la terrorífica víspera, la Víspera con mayúsculas, el All Hallow’s Eve, que los más entendidos llaman Halloween y que busca, vestida de negro y naranja, servir de preludio lúdico-festivo a lo que nuestros abuelos ya nos venían contando, aunque sin tanta tontería: el Día de Todos los Santos.
No se trata aquí de lanzar mensajes excluyentes porque a estas alturas ya partimos de premisas tan elementales como que los tiempos cambian; que la globalización en todos los sentidos es un hecho; que la interculturalidad es una de las mayores riquezas que este planeta puede aportarnos; que los padres, en general, estamos encantados de la nueva apuesta de la educación por el acercamiento a otros idiomas con sus bilingüismos, sus academias y sus profesores nativos incluidos, referentes de carne y hueso de otras costumbres y otros usos.
Pero no hay que negar que la imagen de los grupos de niños disfrazados de brujas y zombis haciendo “Trick or treating” por las calles de Membrilla la noche del pasado 31 resultaba un tanto curiosa. Tan curiosa, al menos, como resultaría la imagen de Barack Obama y señora caminando por la Avenida de Massachussets, en Washington D.C.: él con túnica de la hermandad de turno, capirote y farol; ella con traje negro, peineta y mantilla, para asistir a la procesión del Viernes Santo en la Catedral de St. Matthews, por admiración hacia la fiesta española. Pues eso.
Puestos a conocer tradiciones, abramos las puertas a las otras culturas llevados del tan sabio refrán de “el saber no ocupa lugar”. Pero no seamos tan torpes de cerrar las puertas a nuestras propias costumbres en un alarde de modernidad mal entendida y poco inteligente.
Recordemos que Membrilla celebra hoy la Fiesta de Todos los Santos, que mañana Membrilla celebrará la Fiesta de los Difuntos, y enseñemos a las nuevas generaciones el significado profundo de honrar a nuestros antepasados, a nuestros difuntos particulares y a nuestros santos anónimos.
Vivimos tan deprisa en este acelerado milenio que no encontramos tiempo para mirar atrás y rendir homenaje a los que nos precedieron; y ya que no podemos ofrecerles un culto más profundo, similar al de los manes romanos, que al menos tengamos un día de recuerdo al año, un día de respeto que no sea devorado, anulado, sustituido, por las calabazas de Jack.
Membrilla celebra la fiesta de todos sus santos. Lo ilustraba como nadie Juan Sánchez Trujillo: “¡Qué entendida en santidad es la Iglesia santa que, justa con esa “muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas” nos convoca a “celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los santos”, de tantos y tantos bienaventurados, escondidos e inadvertidos, pobres y humildes de corazón generoso, afligidos que comunicaron alegría, justos que padecieron violencias sin odios ni rencores, artesanos de paz y misericordia, valientes que sufrieron incomprensiones y malos tratos... De tantos y tantos hombres que caminaron por nuestras calles y que en vez de corona llevaron sobre sus cabezas nuestros mismos problemas, dificultades y preocupaciones... Santos que tuvieron la imperdonable “desfachatez” de revelarnos nuestras mejores posibilidades, sin garantías ni sellos especiales de santidad oficial y pública. Santos que, por ser tan normales, jamás llegaron a la “anormalidad” de ser excepcionales.” / Fm.
(Reedición 2010)