Las ofertas culturales de las administraciones públicas, si es el caso, no pueden cifrarse sólo en conciertos y representaciones teatrales, en pregones y charlas, en organización o patrocinio de actos con una serie de discursos donde el espectador se recrea en la palabra y su contenido pero después se marcha, dejándose en el aire –aunque también, cierto, llevándose un poso en el espíritu- ese grato momento circunstancial.
Las propuestas de bien cultural, de ser todas esas igualmente necesarias, saludables y enriquecedoras, deben incluir también, como un ejercicio más íntimo, creador y autorreflexivo, la lectura, y, junto a ella -inseparable, claro-, la creación escrita (poesía, relato, investigación…).
Cualesquiera que elegimos o amamos esta última forma de profundización en los valores del arte y el pensamiento, ya lo hacemos, cada cual con su particular grado de dedicación, en el tiempo que cada día nos reservamos para ese trabajo; una tarea o afición que nos autoafirma en la vida y –al menos esa será la pretensión de todos- nos desarrolla intelectual y humanamente.
Pero nunca ese ejercicio hondo y laborioso puede ser considerado gratuito. El producto de la escritura debe tener un precio o, al menos, una recompensa –un detalle gentil, que también honra-, al margen de esa satisfacción personal del autor por sus resultados exclusivamente intelectuales o imaginativos; máxime si quienes gobiernan apuestan por una razonable calidad en lo que difunden para nutrir el conocimiento y el espíritu del pueblo. No sólo de escribir vive quien por formación o placer o ambas cosas a ese mullimiento de la palabra se dedica, como no lo hace, por ejemplo, de componer y ejecutar música quien a ese otro oficio se dedica.
No basta con lo que hay escrito y publicado; con lo que se guarda y remueve en las bibliotecas públicas. Un pueblo se desarrolla también poniendo en práctica de manera constante su imaginación y conocimientos, su curiosidad y ganas de aprender, su capacidad de emocionarse. Pero si no hay un escritor motivado por la convocatoria de un premio o una distribución garantizada de su producto, o un lector a quien se destine materialmente la obra que surge de esa concentración en soledad, los ciudadanos, cada persona, no tendrá tal vez la ocasión de condensar, a través del conocimiento y la sensibilidad de esos otros, la savia añeja que fluye a su alrededor de la historia, el viento saludable e imaginativo de un relato, la delicadeza de la poesía con su penetración de síntesis en el latido de las cosas; una sustancia múltiple en libertad adormecida que necesita, como cualquier otro valor, el pellizco certero que despliegue su riqueza oculta.
La lectura, en fin, los libros, otra oferta cultural precisa de los que han de velar por el futuro de las poblaciones, por el desarrollo de los ciudadanos administrando sus contribuciones para el derecho civilizador.
Les regalen o no un libro, permítanme unos imperativos y declaraciones concluyentes:
LEAN. Leer es un ejercicio de reflexión y enriquecimiento en la intimidad.
ADQUIERAN UN LIBRO. Tener un libro en casa es la posibilidad de abrirlo en cualquier momento, de ofrecérselo a las personas que quieren porque lo consideran interesante, de transmitirlo como un bien palpitante a sus herederos.
EL HÁBITO DE LA LECTURA nos hace críticos y diversos, seguros y transparentes, y nos lleva a valorar a las personas y el mundo a través de los personajes y el tema, la circunstancia donde se mueven como un reflejo de la realidad.
HAY MUCHOS LIBROS, lo saben, de grandes escritores. Escojan uno. Y, si lo prefieren, o sólo por humilde sugerencia, permítanme que, como creadora, les ofrezca uno, el último que he publicado y que les transmitirá cercanía, sin duda imágenes vividas y sentimientos experimentados. Está en bibliotecas y librerías (o si quieren hablar conmigo háganlo al 926 61 43 82 o escríbanme a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)
Muchos ya lo conocerán. Su título, PLENO DE SU LUZ. Es un poemario sencillo y sentido inspirado y dedicado a los hombres del campo de nuestro pueblo, y por extensión de nuestra tierra manchega; a esa estirpe de hombres recios y su universo sobre los que se asienta nuestro progreso e identidad. Un libro de poemas como una ternura humana que, como a mí al componerlo, nos puede conmover.
DISFRUTEN DE LA LECTURA QUE ELIJAN, quizás mientras escuchan música, recrean el momento de un acto o una obra de teatro o les acude a la memoria escenas de su propia vida.
En fin, que aunque la crisis les haya podido morder el bolsillo, no lo haga con su capacidad de aprender y emocionarse.
Feliz día del libro
Isabel Villalta Villalta