El pasado domingo quedaron repartidas las fichas y las cartas de la partida del nuevo escenario político nacional. Se acabó el tiempo de las “excusas” de unos y los “dependes” de otros.
El Partido Popular ha alcanzado unas cotas de poder local, regional y nacional sin precedentes en la democracia española, pero desde que tomaron posesión en ayuntamientos y comunidades no han empezado a gobernar y solo se han dedicado a quejarse de la “herencia recibida”. Debemos exigirle al nuevo gobierno de Rajoy que no pierda el tiempo haciendo lo mismo, entre otras cosas porque ya lo sabemos. La situación es preocupante en todas las administraciones, también en Madrid, en Valencia, en Galicia y en todos los lugares donde gobernaba el PP, pero al no producirse cambios de gobierno no se han aireado las cuentas.
En mi opinión, a pesar de sus buenos resultados, en el Partido Popular se han equivocado con la estrategia de campaña. Nos han vendido la idea que solo un cambio de gobierno y las reformas mejorarán la situación como ya lo hicieron en 1996. Pero el escenario internacional no es el mismo, no nos quedan empresas públicas que vender, como hicieron entonces para financiar al estado y el crecimiento económico y el empleo no puede volver a basarse en la construcción especulativa.
A Rubalcaba le ha sucedido lo mismo que a Rajoy en 2004, ha pagado los platos rotos de su presidente en funciones. Por eso afirmo que el de Zapatero ha sido el séptimo gobierno (tanto de derechas como de izquierdas) que pierde las elecciones en Europa desde que empezó la crisis. A estos hay que sumar también los de Italia y Grecia sin pasar por las urnas. Incluso la todopoderosa Merkel en Alemania y Sarkozy en Francia han perdido elecciones parciales en sus países.
Los resultados del 20 de noviembre han vuelto a demostrar que las elecciones no se ganan desde la oposición, se pierden desde el gobierno. Felipe González consiguió un triunfo histórico en 1982 por la descomposición de UCD, Aznar llegó a la Moncloa en 1996 por el desgaste del PSOE, Zapatero en 2004 por la implicación en la guerra de Irak y la mala gestión de los últimos días de gobierno de Aznar y Rajoy gana ahora por los efectos de la crisis.
No debemos olvidar que el creciente descrédito de la clase política en general, no sólo es consecuencia de la crisis económica, sino de muchos comportamientos de esa clase dirigente que parece instalada en el Olimpo de los dioses, desconectada de los ciudadanos. La crispación, la reacción a base de titular de prensa, los pretendidos privilegios, las moquetas y el coche oficial, han hecho que crezca esa desafección de los ciudadanos ante una clase política que se mira demasiado el ombligo y que siempre reacciona de la misma manera: mover algo para mantenerse en el cargo.
Era fácil imaginar que cualquier gobierno perdería estas elecciones, pero los malísimos resultados del PSOE no se deben solo a la crisis, sino a su gestión y al agotamiento de un modelo de partido basado en hiperliderazgos extremos (nacionales y territoriales) que han sumido al partido a un mar de silencios sin mecanismos para conectar con la sociedad o con los propios militantes.
Una viñeta del dibujante “El Roto” describía hace unos meses la diferencia entre los electores de derechas y los de izquierdas, venía a decir que los del PP “fichan” y los del PSOE “votan”, o no votan como ha sido el caso.
El electorado del PSOE es más crítico y exigente (afortunadamente añadiría yo), por ello es inaplazable un nuevo modelo de partido desde la calle, no desde los despachos. Es hora de renovar en todos los niveles, caras, ideas y comportamientos.
El PSOE debe prepararse con rapidez para ser alternativa. Es más que probable que la vorágine de los mercados, la situación económica internacional y las medidas anticrisis, pongan pronto en evidencia el poder conseguido por el PP.
Mientras tanto, animo a la prensa para que siga siendo contrapoder y al menos tan exigente y crítica con los nuevos gobiernos, como lo han sido con los del PSOE y espero y deseo que los medios públicos no pierdan la independencia y la imparcialidad.