A veces nos damos cuenta de los años que tenemos cuando nos invade la nostalgia y de repente nos sorprendemos mirando hacía atrás a través de un catalejo hecho con un cuaderno escolar enrollado.
Diviso (en blanco y negro), a través de mi catalejo, a unos niños y niñas entusiasmados con el comienzo del curso escolar, encantados de la vida, al heredar de sus hermanos mayores la cartera donde portaran sus libros al colegio, y veo a otros niños (en color), abarrotando papelerías y grandes almacenes de la mano de sus complacientes progenitores, en busca del ultimo modelo de mochila con la estampa del héroe televisivo de moda, con todos sus complementos (libretas, blocs, estuches, etc), pues los del año pasado ya están obsoletos, cuando no destrozados.
Los niños de antaño teníamos la precaución (además de la obligación) de andarnos listos a la hora de utilizar borradores, bolígrafos y lápices, había que apurarlos hasta el final, pues conseguir otros nuevos sería tarea complicada. Nada que ver con nuestros niños de ahora que cuentan con un arsenal de repuesto que les indica que no hay problema si se pierde algo, además de contar de antemano con tantos botes de témperas como colores existan, aunque sólo se utilice uno, unas cuantas veces al año y el resto se seque irremediablemente. También cuentan con barras de plastilina, ceras blandas y duras, pasta de modelar… lo que sea, aunque sólo se use una vez, la creatividad es lo primero, por esos pequeños gastos no se arruinará una familia, además, nos resarcirán dándoles a los chicos unas clases teóricas para no dejarse llevar por el consumismo.
Igualmente quedarán bien instruidos en el arte del reciclaje, asignándole a cada niño (el día que le toque) la responsabilidad de llevar los envases de plástico al contenedor más cercano a la salida de clase, aunque los medios actimeles, batidos y zumos les vayan chorreando por sus pequeños tobillos.
A fuerza de ir arrastrando la bolsa contenedora, tal vez termine rompiéndose dejando al claval impotente ante el estropicio. Al ver todo esparcido por el suelo, la intuición ecologista de la criatura, optará por esconder de una patada los pequeños envases, debajo de cualquier coche que ocultará el desaguisado, ya se sabe “ojos que no ven…” y así quedará su misión cumplida.
En otros casos en que los niños viven lejos y son recogidos por sus mamás en el coche, será el maletero de la infortunada madre el que reciba el goteo de los medios actimeles, batidos y zumos, hasta que la mamá encuentre un contenedor amarillo en el mejor de los casos, si no es que olvida con las prisas que lleva la tarea ecologista de su retoño en el maletero.
Es de entender, que los niños de antaño no precisábamos tentempiés en el recreo, ya que permanecíamos menos horas seguidas en clase. Ahora que nuestros niños están de nueve a dos, los angelicos se nos pueden morir de hambre si no comen, además es preferible que tiren el bocadillo o los zumos a medio consumir a la papelera, antes que sufran una bajada de glucosa que merme su rendimiento escolar.
Los niños de ahora también son más higiénicos que los de antes, sin embargo, a mí me queda la duda de si eran las madres de antaño las que nos limpiaban mejor, pues con un baño semanal, rascando concienzudamente, codos, rodillas y orejas con una esponja de las de rascar de verdad y jabón de Palmolive (a la vez del baño nos hacían un peeling), nos dejaban inmunes de gérmenes y virus para toda la semana.
Bien es verdad que antes no teníamos pieles sensibles, como nuestros niños de ahora, que deben ser duchados y esterilizados todas las noches, con gel dermoprotector, extra-suave con ph 5.5 y champú de camomila, con extracto de aloe vera hipoalergénico, además los pobrecillos tienen que llevar al cole su bolsita de aseo, pues tienen la mala costumbre de sudar cuando hacen deporte (habrase visto cosa igual), y es intolerable que después pasen a clase “atufando” a la maestra de turno, que como es de comprender, no podría dar clase con una mascarilla puesta, que por otro lado y pensándolo bien, la libraría de un posible contagio de gripe A . Menos mal que nuestras criaturas llevan toallitas desechables para, en el hipotético caso que un muchacho estornude, pueda limpiar inmediatamente mesa, bolígrafos y todo lo que haya estado expuesto a las presuntas partículas portadoras de cualquier virus.
En algunos casos, una camiseta adicional en la mochila para cambiarse después de la clase de E. Física, puede otorgar un punto positivo a la nota, aunque a las madres nos sume un negativo por tener que lavar una prenda casi limpia con olor todavía a “Vernel”.
Pero qué importa, para eso estamos las madres y las energías renovables que nos permiten lavar y planchar sin cesar (esto nos lo explican nuestros hijos que lo aprendieron en una excursión a un parque eólico).
Desenrollo mi catalejo y me sonrío ante esta realidad que no es culpa de nadie. Los padres llevamos lo que nos piden los maestros, los maestros cumplen las normas de los centros, y los centros están supeditados a los de “arriba” y los de arriba a otros de “más arriba” y estos últimos… atienden las necesidades de la SOCIEDAD.
Echémosle pues la culpa a la sociedad y cada uno de nosotros individualmente… a dejar de quejarnos, que hay gente que lo pasa peor ¡¡jolines!!
P.d.: ¿Se dice jolines o hay otra expresión más fashion?
ALICIA JIMÉNEZ MUÑOZ