El viernes de Desposorios mi amiga Nuria y yo recién llegados de Madrid, nos dirigimos a la charca en busca de flamencos. Lo nunca visto. Espectáculo insólito. El pueblo bullía de fiesta y pólvora. A esa hora del atardecer en que nuestros pasos se encaminaban hacia el humedal improvisado con las copiosas lluvias pasadas cerca del cementerio, los emigrantes celebraban la típica comparsa futbolera anual.
Al saliente cruzamos el camino de la Cañada vieja. Los más viejos del lugar todavía recordamos como un magnífico humedal. Fue liquidado en los primeros ‘70. Lo convirtieron en el actual estercolero. Seguimos por un tramo de la antigua carretera de La Solana inutilizada por un laberíntico entramado de la flamante autovía. Entre este mar de hierro y cemento en que nos están convirtiendo todos los puntos cardinales de Membrilla, ha brotado el agua y allá en ese gran charco entre el cementerio y la gasolinera contemplábamos atónitos más de cien flamencos que iban y venían a su antojo por los alrededores del humedal. Cruzamos la verja y nos encontramos a tres membrillatos de pro a los que confundí antes de verlos de cerca con naturistas o expertos en aves.
Pilar Atochero, Gregorio García y Vicente Alumbreros cámara de vídeo en ristre, grababa el vuelo rasante de las bellísimas aves que extendían sus alas unas veces rosas, otras naranjas entre el verde de la masiega entre el amarillo pajizo de las siembras y el marrón de los barbechos hasta posarse con su natural gracia en el agua de la otra orilla donde nos encontrábamos. Vicente puede dar fiel prueba de ello.
Los cinco fuimos testigos de un atardecer flamenco mágico e inolvidable.