El paso del tiempo todo lo destruye. Al menos las cosas materiales, todas van deshaciéndose poco a poco hasta la plena destrucción, si no es que antes alguien cae en la cuenta de repararlas. Cuando al paso del tiempo se suma el paso continuo de vehículos, más o menos pesados, por encima, las cosas suelen destruirse más rápidamente.
En la misma plaza del Azafranal, el paso del tiempo y el de los vehículos se han unido para desgastar la calzada. Las lluvias tan continuas y recias de los últimos meses también han colaborado. El resultado es que parte del paso de cebra que une la plaza con la calle Marmaria está levantado, como descascarillado. Sin ser esto un obstáculo insalvable para los peatones, cuyo paso habrá hecho menos daño que el de otros elementos, sí puede llegar a serlo para los coches que transiten junto a la plaza, si no se arregla a tiempo.
Resulta curioso comprobar que el resto de la calle presenta un pavimento firme y entero, y sólo en el paso de cebra está agrietado ese cemento colorido, como marcando un límite entre lo bien hecho y lo que no lo está. De continuar creciendo el virus de ese bache por toda la amplitud del paso de cebra, será preciso cambiar la señal por la de un badén, para advertir a los coches ante posibles desperfectos en los bajos si cruzan muy deprisa, cosa que tampoco es extraña muchas veces, por cierto. De modo que podemos pensar dos cosas: que en nuestro pueblo estamos a la vanguardia en lo que se refiere a pasos de cebras y les vamos a cambiar la imagen y hasta el nivel, o que queremos controlar la velocidad del tráfico por las calles céntricas dejando crecer los baches, para que actúen como frenos naturales.
Si es este último propósito el que se persigue, pasaríamos por ser un pueblo modelo en cuanto al control de la velocidad del tráfico, pero también en cuanto al número de atracciones automovilísticas para nuestros vecinos: por unas calles subimos resaltos que son amagos de cerros, por otras descendemos en bruscas depresiones que le hacen a uno sentir cosquillas en el estómago, todo tan divertido, tan festivo, con tal de hacer la conducción un acto lúdico. No como en esos sitios donde las calles no presentan obstáculos, y uno se puede quedar dormido conduciendo porque no tiene la alegría de tropezar con nada, con lo soso que es moverse por liso y no sentir nunca el chillido vivificante de los hierros del coche rechinando contra el pavimento.
Como, en cualquier caso, suponemos que no es tal fin el que se persigue dejando crecer la anchura y profundidad de los baches, y menos en sitios tan visibles y concurridos como la plaza del pueblo, esperemos que en breve este obstáculo sea reparado, y no utilizado como herramienta disuasoria del tráfico salvaje. Como, por cierto, viene ocurriendo en los últimos tiempos: los peatones de la avenida de la Constitución agradecen que los arriates hayan sido tapados, y los que pasan, a pie o en coche, por la calle Alfonso X el Sabio también agradecen que el comienzo de excavación frente a la Caseta de la Luz también haya sido nivelado. Nuestro agradecimiento a esta misma sección por mostrarnos lo que estaba mal y a las autoridades correspondientes por repararlo.
Todos salimos ganando, y especialmente los que transitan por esas calles. Y como por la plaza, algunos días más que otros, pero todos nos movemos, si el bache del paso de cebra no progresa el beneficio será general. Esperemos que la tónica de arreglar baches y desperfectos continúe, por más que el paso de vehículos, el paso del agua y el paso del tiempo traten de imponer su lógica. La torre del reloj, desde su altura soberbia, será testigo.