Viernes, 4 de abril, tarde noche desapacible que no invitaba a salir, pero en el calendario cultural de Membrilla había una cita marcada: el grupo de cultura y ocio Los Faranduleros tenían una propuesta para esta noche, antesala de la Semana Santa.
Días atrás venían anunciando un acto de teatro leído, Las siete palabras. El título prometía, eso debió pensar el numeroso público que llenó todo el aforo de la Casa de Cultura. Hacía tiempo que no se veía un lleno tan absoluto y eso, como he dicho anteriormente, a pesar de la noche desapacible. El mal tiempo, a veces, es excusa para justificar la pereza que en ocasiones nos arrebata las ganas de hacer cultura, porque la cultura de los pueblos la hacemos entre todos, los artistas (aunque amateur, no dejan de ser artistas) y el público asistente a los actos, que da sentido al trabajo realizado por cualquier colectivo que se suba a las tablas.
Pero centrémonos en el acto. El escenario estaba presidido por tres cruces. La del centro, en lo alto de un montículo de tela roja que perfectamente podía simbolizar la sangre derramada por un hombre que marcó la Historia.
Ascensión Núñez tomó la palabra para dar inicio a la obra. Después, en la oscuridad del patio de butacas, una procesión silenciosa atravesó el pasillo central para arribar a un Gólgota escenificado para la ocasión.
De entre bambalinas surgió la figura de una mujer, Ramoni Andújar, que al poco de empezar a hablar descubrimos que se había sumergido en cuerpo y alma en una María Magdalena profundamente conmovida, que nos narró los últimos días de Jesús de Nazaret. Desde esa mirada transmitió toda la incomprensión que rodeó la sentencia de Jesús, para finalizar anunciando la buena nueva de su resurrección, como testigo que fue. Y todo esto lo hizo poniéndole voz a un texto escrito por Álvaro Román, que a la vez se encargó de la dirección del montaje.
Nos quiso recordar el director la importancia de las últimas siete palabras, o siete frases, que pronunció Jesús en la cruz, esas palabras que muchos leemos, cada año, en los pendones que encabezan la hermandad de la Veracruz, cuando procesiona por las calles de Membrilla. Palabras cargadas de humanidad, de incertidumbre, de miedo, de dolor, pero también de fe en medio de la oscuridad: Padre, perdónalos que no saben lo que hacen, nos recordaba Felipe Torres; Te prometo que hoy estarás conmigo en el paraíso, manifestó Jero Luna; Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre, expresó Pedro Andújar; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Recitaba Manoli Jiménez; Tengo sed, reveló Pepe Jiménez; Todo está cumplido, pronunció Francisco José Alumbreros. Concluyendo con la última: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Y en ese momento un rugido y unas ráfagas de luces estroboscópicas simularon el momento de la muerte de Jesús, según se dice en el evangelio de san Mateo “…el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron…” Un efecto muy bien conseguido que nos sobresaltó a muchos en una sacudida física y sensorial y emocional, concluyendo en una foto fija de los participantes petrificados ante la Cruz.
Se detuvo el tiempo.
Después extrajeron la cruz del montículo rojo que presidía el escenario y en procesión austera por el centro del patio de butacas, se retiraron.
Hubo espacio para la danza. Descalza, de negro, simbolizando el luto, Gema Rodríguez-Rabadán expresó una elegantísima expresión corporal, donde la tristeza y la esperanza danzaban juntas en movimientos sublimes de manos y contorsiones sutiles que provocaron, al finalizar la actuación, un aplauso unánime de un público encandilado con tan bellos movimientos.
La música tuvo un papel muy importante a lo largo de toda la noche. Intercaladas entre los textos que se leyeron, pudimos escuchar preciosas canciones del grupo cristiano Hakuna, con la melodiosa voz de los hermanos Isabel y Saúl López Villalta, acompañados a la guitarra por el director del montaje Álvaro Román. La voz de Isabel, a la vez que las notas de su piano, resaltaban sutilmente recorriendo los sentidos de quienes amamos la música. La ocasión era propicia. Las emociones estaban a flor de piel. La Historia más grande jamás contada no deja indiferente.
Ha sido este acto un buen preámbulo para la Semana Santa. Apropiada escenografía, acertados los textos y el vestuario, esplendidas las lecturas, sensacional la danza, sublime la parte musical, formidables los efectos especiales.
No queda más que reconocer y aplaudir el buen trabajo de todos los Faranduleros que el viernes 4 abril, tarde noche desapacible, se subieron al escenario de la nuestra Casa de Cultura y nos dejaron Siete palabras para reflexionar y lo más importante: “la esperanza de que algo mejor está por suceder”.