Los Faranduleros nos invitan a cambiar la mirada con "Maribel y la extraña familia"

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El grupo de cultura y ocio los Faranduleros se presentaron de nuevo ante el público de Membrilla el pasado fin de semana, pero esta vez con una caja de chocolatinas bajo el brazo.

Porque “Maribel y la extraña familia” es como una de esas chocolatinas de la fábrica de Marcelino, el protagonista: un envoltorio alegre y cómico que rodea algo dulce; la dulce tristeza, tan entrañable, que emana toda la obra de Mihura, llena de personajes que intentan camuflar, sin conseguirlo, su intensa ternura con amagos de absurdo, locura y desparpajo.

Los Faranduleros nos invitan a cambiar la mirada con Maribel y la extraña familiaAsí, los once personajes dirigidos por Cristino de Santiago intentaron arrancarnos la sonrisa durante las dos horas de representación, y lo consiguieron, pero no como el que deja una retahíla hueca de carcajadas sobre las tablas, sino como el que conquista al espectador desde la inocencia del que se cree malo sólo por el miedo a que los demás le crean malo cuando descubran la verdad de su oficio. En esa tesitura se encontraban Maribel Villalta, Manoli Jiménez, Almudena Muñoz y Felisa Márquez que, en una gran interpretación, nos retrataron a las “niñas malas” Maribel, Pili, Niní y Rufi.

Frente a ellas, la otra gran terna protagonista: el timorato Marcelino, Doña Matilde y la tía Paula, extraordinariamente encarnados por Pepe Megías, Ana Perona y Cati Álvarez. Tres personajes íntegros, pese a los constantes temores de las chicas, que barrieron con su amor incondicional todos los prejuicios y los miedos que ocupaban en silencio la escena. Y es que, como reflexionaba la propia Maribel, “¿porqué vas a pensar mal de todo el mundo? ¿Por qué no creer que existe gente buena y normal y que yo puedo ser feliz? ¿Es que no tengo derecho a serlo?”

Completando el reparto, Vicen Torres y Ambrosio Velasco, en el papel de la señora y el señor que visitan previo pago en otro de los guiños absurdos de Mihura; Sebastián Villalta, encarnando al doctor de la familia; y Ricardo Merino, el discreto don José administrador de la casa, pero también el pícaro Pepe, en una breve pero acertada crítica a la hipocresía social.

Los Faranduleros contaron con el apoyo de Juan Antonio Atochero como apuntador y de Carlos Arias como regidor, al tiempo que el actor Ambrosio Velasco también ejercía como técnico maquinista, en un escenario perfectamente ambientado siguiendo las indicaciones del autor, cotorra incluida, con atrezzo y vestuario del mismo grupo, y alguna que otra aportación personal y localista al texto original de la obra.

Los Faranduleros plantearon al público durante toda la representación, con mucha ternura, la duda interior que asaltaba a Maribel y a sus compañeras de oficio: ¿Y si fuese verdad que, en vez de ser unas chicas malas, solo somos unas chicas modernas, unas jóvenes de nuestro tiempo, unas cabecitas locas…? Todo salpicado por el genial absurdo de Mihura, con matices de auténtica novela negra, en constantes y disparatadas alusiones a crímenes e incluso apariciones.

Al final, en la Casa de Cultura, es Marcelino el que nos revela la verdad de la obra, de la vida y de los propios protagonistas: “No somos como nos pensamos, sino como los demás nos ven”. Dejando caer, definitivamente, el telón del miedo y casi el telón de la obra.

Los Faranduleros nos invitan a cambiar la mirada con Maribel y la extraña familia

 

 

 

 

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