Juan López Mira falleció el pasado 4 de noviembre de 2015, a los 94 años de edad. Somos cientos de personas las que hemos tenido la suerte de su amistad, jovial y generosa, cientos los alumnos que recibieron su creativa enseñanza. Don Juan, el mestre, el maestro en distintas escuelas de localidades de Barcelona.
Nació en Manzanares en 1921. Su memoria familiar es bien conocida por numerosos paisanos, con los que vivió una infancia y juventud inquieta y entusiasmada por todo aprendizaje, amigos con los que jamás perdió el contacto. Sobrevolando mi memoria: los Gravioto, taller de calderería donde se fabricaban sinfines y alambiques, sus primas las modistas, sus primos ferreteros los Ruíz Elvira…; su amigo Dionisio Bermejo y tantos y tantos…; su madre doña Gracia maestra en Larache y en localidades del suroeste de nuestra provincia…; las penalidades de la guerra, las excursiones a huertas de sus amigos o a Ruidera…
Buscó a la novia en Membrilla, a su mujer de toda la vida. Pepita Moraleda García, maestra también y exquisita compositora de libros de poesía, en castellano y catalán, de poemas con metros clásicos perfectos y hondura. Alternando el virtuosismo doméstico de la mandolina él y del piano ella, se iban a la zaga escribiendo, pero, decía Juan, los vuelos de Pepita son altos mientras que los míos son rasantes, de perdiz. Y exclamaba un “ja, ja, ja” de persona sencilla, inteligente y divertida. En sus Golondrinas viajeras o en tantas revistas locales, de Manzanares o Membrilla, nos ha dejado sus infinitos motivos de, diría yo, en el fondo mester de juglaría.
La madre de Pepita también fue maestra, en Membrilla, doña Carmen García Mejía, y lo fue de mi madre y luego mía. Además por ser nuestras casas vecinas allí, en el hondo de mi infancia y cuando Juan y Pepita venían de vacaciones de sus distintos destinos catalanes, con sus niñitas pequeñas con las que yo jugaba, allí, en todo aquello, se forjó la buena amistad que hemos mantenido siempre. Su sonrisa en toda disposición era un sol. Vinimos caminando algunas veces a Manzanares, por el camino espita recíproca que une las dos poblaciones, revoloteando como pajarillos alrededor.
Pepita era prima de mi suegro, Miguel Morales Moraleda, nos unían además lazos familiares. Nos hemos visitado. Entre alguna otra vez después, en 1990 con mi marido y mis hijos pasamos una semana con ellos en su casa de Vilassar de Dalt: Barcelona, Monserrat, excursiones por las elevaciones costeras mediterráneas, ermitas y dólmenes… Inolvidable. Juan no nos dejaba descansar, nos envolvía constantemente en su pedagogía humana y humanística, radiante y cordial. Desde la azotea vimos las estrellas con el telescopio que él se había fabricado.
Juan López Mira era un vivaz comunicador, conectaba con todo aquel con una chispa singular o simplemente afectiva que se cruzaba en su camino. Además intentaba entrelazarnos a unos y otros, nos ponía en contacto con una vocación abierta y generosa por las relaciones humanas. De esta forma, era un verdadero apasionado de la correspondencia. Enviaba cartas y cartas llenas de frescos impulsos y sabiduría de maestro, cálidas con montones de recortes. En un cajón conservo las que me corresponden. Y cuando llegaron las tecnologías digitales se adaptó a la perfección. A sus más de ochenta años empezó a manejar los correos electrónicos con adjuntos como un jovenzuelo. Yo le he correspondido de una forma equilibradamente regular, con mi recuerdo y aprecio desde aquella edad de chiquitina y mi agradecimiento a su generosidad.
Juan perdió mucho cuando falleció Pepita, tres años antes, en 2012. Su esposa del alma con la que tuvo cinco hijos. Ahora, y pese a que estaba operado de la garganta y sin voz desde hacía unos cinco años, en los dos últimos empecé a advertir que su vigor empezaba a decaer, que esta extraordinaria persona y generoso amigo no iba a ser eterno, aunque no perdiese su buen carácter. Juan ha sido un fervoroso creyente, amparado ya casi exclusivamente, en este último tramo, en los evangelios y la voluntad de su Dios. Un mes aproximado antes de su fallecimiento escribía diciendo “que se encontraba regularcillo”. Tres días antes del suceso, notando su ausencia en mi buzón desde hacía unos quince días, le escribí: “Juan, cómo estás. Echo de menos tus correos. Espero tus noticias”. La noche del 5 de noviembre nos llegó de su hijo Josemi la triste noticia de su despedida. Se depositó en el correo de sus muchísimos amigos.
La muerte de Juan López Mira la he sentido en el corazón y, he de decir desde mi parcela personal que, de verdad, la vida, el mundo ha perdido a una gran persona.