La imagen de San Antonio era una de las más veneradas en Membrilla desde siglos anteriores. Su importancia se reflejaba en el hecho de ser una de las cuatro que tenían altar propio en la nave central del imponente templo de Santiago el Mayor, junto a la Virgen del Rosario, Nuestro Padre Redentor Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores. La devoción popular se asociaba a su gran fama de milagroso y su culto en Membrilla siempre apareció ligado a una sencilla y bonita tradición popular: el pan de los pobres.
Contábamos estos años cómo el pan de los pobres en nuestra localidad fue una pionera obra de caridad nacida bajo la advocación del santo para dar de comer a los más necesitados. Una tradición que se remonta muchos siglos atrás en Membrilla, pero que renació con fuerza a finales del siglo XIX y que los mayores de la localidad aún recuerdan en los años de posguerra, cuando los donativos al cepillo del milagroso San Antonio, “el que más dinero recibía de la parroquia”, como nos recuerda don Pedro, iban destinados al “pan de los pobres”, panes que se repartían en el atrio de nuestra iglesia a los más necesitados de la población. Se trataba de pedir una gracia al milagroso san Antonio y de entregar como donativo una limosna en su cepillo cuyo destino sería siempre el de atender a los pobres de Membrilla.
Con el tiempo y el desarrollo de la economía local, las necesidades de la población se hicieron menos acuciantes y la tradición del pan de los pobres quedó relegada a una simbólica y rica tradición popular que la hermandad de San Antonio mantiene viva todos los años el 13 de junio en la misa en honor al santo.
Pero, ¿de dónde surge esta curiosa costumbre vinculada a la imagen del santo no sólo en Membrilla, sino en el resto del mundo?
La tradición del pan de los pobres vinculado a la figura de San Antonio de Padua se remonta a varios episodios milagrosos narrados en la tradición antoniana. El más importante es el conocido en Italia como “El peso del niño”. Según la leyenda, en el siglo XIII, en Padua, algunos años después de muerto San Antonio, un niño de pocos meses (Tomasito) se cayó a un pozo. La madre lo encuentra poco después, sin vida, ahogado.
Desesperada invoca la ayuda del Santo y en su oración hace un voto: si obtiene la gracia dará a los pobres tanto pan cuanto pesa el bebé. El hijo recobra milagrosamente la vida y nace así la tradición del «pondus pueri», una oración con la cual los padres, a cambio de protección para los propios hijos, prometían a san Antonio tanto pan como fuese el peso de los hijos. En este milagro tiene su origen la Obra del Pan de los Pobres y después la Caritas Antoniana, las organizaciones antonianas que se ocupan de llevar comida, y artículos de primera necesidad y asistencia a los pobres de todo el mundo.
Otra leyenda sobre El pan nos cuenta que encontrándose San Antonio en su Convento y ante la petición de limosna de un nutrido grupo de pobres, él les repartió todo el pan que había en el convento sin pedir permiso al panadero. Cuando llegó el momento de distribuir el pan a los frailes, el panadero se dio cuenta y se lo comentó a San Antonio. Éste le dijo que regresara y verificara si era cierto que no había pan. El fraile panadero así lo hizo, y se quedó maravillado al observar que las cestas se hallaban llenas de pan. Nuevamente se hizo el milagro.
Una tercera historia completa la tradición, en texto de F.J. Fuente: Corría el año de 1888. En Toulon, ciudad de Francia, vivía una joven llamada Luisa Bouffier, mujer piadosa y devota de san Antonio. Regentaba un pequeño comercio. Un día, a la hora de abrir la puerta de su tienda, se encontró con que se hallaba estropeada la cerradura. Acudió a un cerrajero, que tampoco fue capaz de abrir la cerradura con el manojo de llaves con el que se presentó para solucionar el problema. No quedaba otro remedio que forzar la cerradura. Se trasladó a su taller para buscar las herramientas pertinentes. La joven Luisa no quería que su puerta se estropeara, por lo que rogó a san Antonio que la ayudara y que ella daría una limosna para los pobres. Cuando llegó el cerrajero de nuevo, le pidió que lo intentara otra vez con las llaves que tenía. Y con la primera que escogió la cerradura abrió sin problema. Luisa lo vio como una gracia de san Antonio, lo que contribuyó a aumentar su devoción al santo. En la trastienda colocó una imagen de este y allí le daba culto. El suceso corrió de boca en boca y gente de toda clase social acudía a aquella trastienda a orar ante la imagen y realizar sus peticiones. Al lado se había colocado un cepillo en el que depositaban los devotos sus limosnas. Con ellas, Luisa atendía las necesidades de los pobres del lugar. Esa práctica religiosa se fue extendiendo a otras ciudades y a otros países. Y desde entonces no ha cesado de progresar, convirtiéndose en una institución benéfica cuyo objetivo era paliar el hambre de los pobres a través del alimento, por aquel tiempo, más socorrido: el pan.