La parroquia de Santiago el Mayor de Membrilla, arropando a la sencilla y humilde labor de la Hermandad de San Antonio de Padua, rescató un año más la memoria del santo en la tarde de su fiesta, 13 de junio, e invitó a los numerosos fieles que llenaron el templo a participar en una de las tradiciones más vinculadas a su leyenda: el pan de los pobres, pionera obra de caridad nacida bajo la advocación del santo para dar de comer a los más necesitados. Una tradición que se remonta muchos siglos atrás en Membrilla, pero que renació con fuerza a finales del siglo XIX y que los mayores de la localidad aún recuerdan en los años de posguerra, cuando los donativos al cepillo del milagroso San Antonio, el que más dinero recibía de la parroquia, iban destinados al “pan de los pobres”, panes que se repartían en el atrio de nuestra iglesia a los más necesitados de la población. Se trataba de pedir una gracia al milagroso san Antonio y de entregar como donativo una limosna en el cepillo cuyo destino sería siempre el de atender a los pobres.
La imagen de San Antonio ya era una de las imágenes más veneradas en la Parroquia desde siglos anteriores, ocupando durante muchos años un altar en el lado norte de la nave central del templo. Era una de las cuatro únicas imágenes que tenían altar propio en la nave central, junto a la Virgen del Rosario, Nuestro Padre Redentor Jesús Nazareno y la bellísima talla de la Virgen de los Dolores. Tras la reconstrucción del templo, en 1955, una nueva imagen del santo volvió a presidir un altar más modesto frente a su ubicación histórica, hasta su traslado a finales de siglo al retablo de la actual Capilla del Santísimo.
En la tarde del miércoles 13, tras completar un Triduo que no había podido celebrarse en los dos días previos, el párroco Raúl López de Toro procedió a la bendición de los panecillos ubicados a los pies del Santo, que había sido trasladado al altar mayor del templo para la celebración de su fiesta. Durante la homilía, el párroco realizó una breve semblanza de la vida de San Antonio de Padua, subrayando su gran elocuencia y su firme oratoria, que le llevaron a ser nombrado Doctor Evangélico de la Iglesia. Recordó además detalles de su iconografía, su carácter milagroso y su rápida canonización.
Tras la Eucaristía, la hermandad Hermandad de San Antonio de Membrilla, presidida por Espino Atochero, procedió al reparto del “pan de los pobres”, acto testimonial que recuerda la tradición de siglos anteriores en una hermandad que aún hoy sigue una línea marcada por la caridad, colaborando con obras sociales y organizaciones parroquiales para el desarrollo y la cooperación. El resto de los donativos de sus cerca de 150 hermanos se destina a misas en sufragio por los difuntos de la hermandad, tanto en el momento de su fallecimiento como cada día 13 de mes.
El origen del “pan de los pobres”
La tradición del pan de los pobres vinculado a la figura de San Antonio de Padua se remonta a varios episodios milagrosos narrados en la tradición antoniana. El más importante es el conocido en Italia como “El peso del niño”. Según la leyenda, en el siglo XIII, en Padua, algunos años después de muerto San Antonio, un niño de pocos meses (Tomasito) se cayó a un pozo. La madre lo encuentra poco después, sin vida, ahogado.
Desesperada invoca la ayuda del Santo y en su oración hace un voto: si obtiene la gracia dará a los pobres tanto pan cuanto pesa el bebé. El hijo recobra milagrosamente la vida y nace así la tradición del «pondus pueri», una oración con la cual los padres, a cambio de protección para los propios hijos, prometían a san Antonio tanto pan como fuese el peso de los hijos. En este milagro tiene su origen la Obra del Pan de los Pobres y después la Caritas Antoniana, las organizaciones antonianas que se ocupan de llevar comida, y artículos de primera necesidad y asistencia a los pobres de todo el mundo.
Otra leyenda sobre El pan nos cuenta que encontrándose San Antonio en su Convento y ante la petición de limosna de un nutrido grupo de pobres, él les repartió todo el pan que había en el convento sin pedir permiso al panadero. Cuando llegó el momento de distribuir el pan a los frailes, el panadero se dio cuenta y se lo comentó a San Antonio. Éste le dijo que regresara y verificara si era cierto que no había pan. El fraile panadero así lo hizo, y se quedó maravillado al observar que las cestas se hallaban llenas de pan. Nuevamente se hizo el milagro.
Una tercera historia completa la tradición: Corría el año de 1888. En Toulon, ciudad de Francia, vivía una joven llamada Luisa Bouffier, mujer piadosa y devota de san Antonio. Regentaba un pequeño comercio. Un día, a la hora de abrir la puerta de su tienda, se encontró con que se hallaba estropeada la cerradura. Acudió a un cerrajero, que tampoco fue capaz de abrir la cerradura con el manojo de llaves con el que se presentó para solucionar el problema. No quedaba otro remedio que forzar la cerradura. Se trasladó a su taller para buscar las herramientas pertinentes. La joven Luisa no quería que su puerta se estropeara, por lo que rogó a san Antonio que la ayudara y que ella daría una limosna para los pobres. Cuando llegó el cerrajero de nuevo, le pidió que lo intentara otra vez con las llaves que tenía. Y con la primera que escogió la cerradura abrió sin problema. Luisa lo vio como una gracia de san Antonio, lo que contribuyó a aumentar su devoción al santo. En la trastienda colocó una imagen de este y allí le daba culto. El suceso corrió de boca en boca y gente de toda clase social acudía a aquella trastienda a orar ante la imagen y realizar sus peticiones. Al lado se había colocado un cepillo en el que depositaban los devotos sus limosnas. Con ellas, Luisa atendía las necesidades de los pobres del lugar. Esa práctica religiosa se fue extendiendo a otras ciudades y a otros países. Y desde entonces no ha cesado de progresar, convirtiéndose en una institución benéfica cuyo objetivo era paliar el hambre de los pobres a través del alimento, por aquél tiempo, más socorrido: el pan.